El mapa de los anhelos(51)



—Mira quién está aquí. —Tayler coge un taburete y se sienta—. Vi tu bicicleta fuera. ?Cómo va eso, Grace? ?Pasando el rato con tu nuevo amigo?

Will presiona los labios y se gira para coger hielo.

—Sí. Y tomando un refresco gratis —contesto.

A Tayler no parece hacerle gracia mi fingido buen humor. Como no se le ocurre nada más que decir, mira a Will y espeta con un tono condescendiente: —Camarero, sírvenos cinco cervezas. Y rapidito.

Will lo taladra con la mirada, pero no cae en su juego, porque es evidente que Tayler intenta provocarlo. Coge las cervezas y va quitándoles las chapas una a una con el abridor. Luego las deja sobre la barra delante de cada integrante del grupo.

—Serán doce dólares.

Nelson coge su botellín, pero, antes de que pueda llevárselo a los labios para beber, Tayler le sujeta el brazo con firmeza. Gira el rostro hacia Will y sonríe.

—No hemos pedido cervezas, sino cinco tequilas.

La expresión de Will se crispa y hay cierta rigidez en su cuerpo, como si estuviese haciendo un gran esfuerzo por mantener el control de la situación. De primeras, nunca hubiese pensado que Will es el tipo de persona que se dejaría llevar por un impulso, pero, ahora, al ver el reflejo de Tayler en su mirada, tengo mis dudas. Hay algo contenido en sus ojos. Una emoción oscura que me hace contener el aliento.

—No es cierto. Lo siento, serán doce dólares.

—No vamos a pagarte tan solo porque estés sordo, camarero. —Tayler sonríe y las risitas de sus colegas se alzan alrededor—. Saca la botella de tequila, tenemos prisa.

Intervengo porque mi paciencia es bastante limitada. Por eso y porque, detrás del enfado y la frialdad de Will, también percibo algo vulnerable.

—?Eres imbécil, Tayler? —espeto con impaciencia.

—Esto no va contigo, Grace —responde burlón.

Will se mantiene firme sin apartar la mirada.

—Te lo repito: me debes cinco cervezas.

Tayler se inclina hacia la barra, que es lo único que los separa. Hay algo desagradable en su mirada: una mezcla de rabia y frustración. No es por mí, no es porque le importe que lo nuestro esté acabado, sino porque no soporta perder.

—?Me estás llamando mentiroso? Porque si tienes el valor de insinuar algo así, supongo que también lo tendrás para vértelas conmigo ahí fuera.

—Está bien. Vamos. —Will se?ala la puerta.

Estoy a punto de intervenir para detener la estúpida situación cuando aparece Paul con cara de pocos amigos y pone orden en menos de un minuto.

—?Qué está ocurriendo? —pregunta secamente.

—He pedido tequila y me ha servido cerveza —protesta Tayler.

—Es mentira. —La voz de Will es casi un gru?ido.

Paul no duda ni un instante antes de dirigirse al grupo: —Si no estáis dispuestos a pagar las cervezas, no pasa nada, ahí tenéis la puerta. No queremos problemas, pero este es mi establecimiento y yo dicto las normas.

Tayler aprieta los dientes y se debate unos segundos, hasta que uno de sus colegas le dice algo al oído que parece inclinar la balanza. Se pone en pie y le dirige a Will una mirada cargada de desdén que se vuelve soez cuando sus ojos se clavan en mí. Luego, sale por la puerta seguido por sus secuaces y la tensión se disipa.

—?Qué ha sido eso? —pregunta Paul.

—Nada, un idiota. —Will coge un vaso.

—Un idiota con el que parecías tener algún problema personal —insiste mientras alza las cejas—. Oye, no quiero líos así en el trabajo, ?de acuerdo? Tómate un descanso de veinte minutos. No hay mucha gente, puedo apa?arme. Sal y que te dé el aire.

Will asiente, rodea la barra y me hace un gesto con la cabeza para pedirme que lo siga. El viento, en efecto, me desentumece un poco tras lo ocurrido ahí dentro. Avanzamos en silencio por las calles hasta que se mete en un callejón sin salida. Es el mismo sitio al que fue el día en que lo conocí, cuando aparecí allí con la caja de ?El mapa de los anhelos? y la carta de Lucy. Han pasado algo más de dos meses, pero diría que hace mucho más tiempo; porque sigo sin saber quién soy, pero tampoco me encuentro ya en la chica que se presentó frente a él. Siento que he conseguido dar con algunas piezas del puzle de mi vida y, aunque aún no las haya encajado, estoy más cerca de hacerlo.

Se deja caer en el primer escalón de una fachada.

—Lamento lo que ha ocurrido ahí dentro.

—No es culpa tuya —masculla Will.

—Nunca lo había visto así. Quiero decir que siempre he sabido que no era precisamente brillante, pero… —No sé qué más a?adir, así que me siento a su lado.

Estamos muy cerca. Su pierna roza mi pierna. Su brazo toca mi brazo. Nuestras zapatillas están alineadas la una junto a la otra como en un escaparate.

—?Por qué estás con él, Grace?

—Estaba —aclaro—. Y no lo sé. Me parecía mejor que nada, supongo. O puede que me sintiese sola. O que tan solo me gustara porque sabía que era uno de esos errores catastróficos que te atraen y te horrorizan en la misma medida.

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