El mapa de los anhelos(57)
La camarera nos mira y suelta un silbido.
—Ja. Os harán falta muchos cafés para eso. Se prevé que esta noche vaya a más y no amainará hasta ma?ana a primera hora. Eso con suerte.
La mujer se aleja y se pone a charlar con un hombre que lleva más de una hora bebiendo cerveza en la barra. Will suspira y mira el reloj.
—?Qué hacemos? —pregunto.
—Se está haciendo tarde. Son demasiadas horas de camino como para esperar mucho más. Creo que tenemos dos opciones: salir ya y arriesgarnos o pasar la noche aquí.
—Apenas llevo dinero en efectivo.
—No te preocupes por eso, Grace.
—Pero si pudiésemos encontrar un cajero…
—En serio, es lo de menos. Vamos a pedir la cuenta y a preguntar si hay algo cerca. No podremos ir muy lejos si sigue lloviendo así.
Nos acercamos a la barra para pagar la comida. Luego, mientras se guarda el cambio en la cartera, Will le pregunta a la mujer: —?Hay alguna pensión por la zona?
—?Acaso los jóvenes de hoy en día no sabéis leer? —Ella hunde su dedo en la línea superior del pegajoso menú—. Pone: ?La casa de Rigoberta?.
—Ya. Y entiendo que Rigoberta…
—Está aquí presente. —Se se?ala el delantal salpicado de manchas y, cuando mira al hombre que bebe cerveza al lado, resopla como diciéndole: ?Mira lo que tengo que aguantar?—. Solo tengo una habitación libre, serán sesenta y seis dólares y el pago es por adelantado. El desayuno está incluido y se sirve por la ma?ana a las siete, ni un minuto más ni un minuto menos. Si os dormís, ?se siente! Son las normas.
Will está haciendo un gran esfuerzo por no reírse.
—De acuerdo. Nos la quedamos.
Deja los billetes sobre la barra y ella nos da la llave.
—Escaleras arriba y luego la puerta de la derecha.
—Bien. Gracias.
El sitio es bastante decadente, pero llegamos a la conclusión de que servirá para pasar la noche. La cama de matrimonio no está formada por dos camas individuales y juntas, como Will parecía esperar, sino que es indivisible. Me pido el lado de la izquierda y dejo el móvil en la mesilla tras comprobar que no hay cobertura.
—Voy a ir al coche a coger algunas cosas —dice él.
Abro la ventana para dejar que el frío entre en la habitación y unos minutos después veo a Will cruzando la calle hacia el Audi. Es una de esas personas estúpidamente temerarias que no corren bajo la lluvia. Y ese detalle me hace sonreír, porque rompe con su lado más meticuloso, lo hace humano y contradictorio, lo acerca un poco más hacia mí, que nunca he soportado usar paraguas, con lo incómodos que son; además, al fin y al cabo, la lluvia solo es agua. Cuando regresa, tiene el pelo mojado y la piel húmeda.
—Tenemos libros, una baraja de cartas, ropa y una barrita de chocolate.
—Menudo lujo, Will —bromeo sonriente.
Estamos sentados en la cama delante del botín. Cojo uno de los libros y leo el título: Las meditaciones de Marco Aurelio. Lo ha leído, porque las puntas de algunas hojas están dobladas a propósito y hay frases subrayadas aquí y allá.
—?Te gustó?
—Mucho —dice.
—?Siempre has leído tanto?
—Hace a?os, sí. Después dejé de hacerlo durante una época y, ahora, podría decirse que he vuelto a los comienzos.
—La vida es un círculo.
Will me mira tan fijamente que el aire en la habitación parece volverse más denso y las paredes estrecharse un poquito, solo unos centímetros.
—Puede que tengas razón.
—?Una partida? —pregunto para aligerar la tensión, aunque, para ser sincera, no sé a qué se debe: si tan solo es fruto de mi imaginación o de la cercanía.
él asiente y barajo las cartas antes de repartirlas.
Pasamos casi toda la tarde jugando mientras la tormenta coge fuerza y le da la razón a nuestra peculiar casera. Estar con Will es fácil y similar a tomarme un calmante, porque noto el cuerpo laxo y el corazón blandito. No estoy acostumbrada a mostrarme tal y como soy delante de los demás sin masticar cada palabra antes de dejarla salir, pero con él se me escapan sin esfuerzo como si fuesen resbaladizas. Supongo que habría sido imposible ocultarme y, al mismo tiempo, ser sincera a la hora de seguir ?El mapa de los anhelos?. En cualquier caso, resulta liberador. Puedo limitarme a ?ser? y ya está. Me encantaría preguntarle si le ocurre lo mismo, si esa curva que trazan sus labios le sale natural cada vez que me mira o le gano una partida.
Pero entonces él rompe el momento:
—Juegas igual que tu hermana.
—?Qué has dicho? —susurro.
—Siempre te cubres la espalda y arriesgas poco. ?El mejor ataque es una buena defensa?, ?no es verdad? —Lanza un par de cartas sobre la cama, encima de las demás, y solo entonces se percata de mi silencio—. ?Qué ocurre?
Sacudo la cabeza e intento volver al presente, a esta reducida habitación en la que tan solo estamos Will y yo, aunque de pronto se haya colado el fantasma de Lucy.
—Tan solo me ha sorprendido lo que has dicho.