El mapa de los anhelos(30)
Estoy temblando cuando dejo de escribir. Ya ha anochecido del todo y apenas distingo los trazos de tinta sobre el papel. Paso un rato más contemplando cómo el vecindario se prepara para dormir: luces que se apagan, alguien que saca a pasear al perro a última hora, una chica que ha salido a correr con los auriculares puestos y la luna recortada sobre los árboles de la calle. Me pregunto cómo serán sus vidas. Si todos se sentirán tan llenos y vacíos, tan pletóricos y tristes, tan serenos y profundamente perdidos.
12
La aleatoriedad de la vida y la muerte
Los días avanzan con monotonía hasta la llegada del jueves, cuando vuelvo a participar en la terapia de grupo semanal. Adrien está más tranquilo, casi optimista, y bebe limonada mientras Dona relata todas las pérdidas que han dejado una huella a lo largo de su vida, empezando por una hermana que murió siendo bebé por culpa de una infección, siguiendo por el asesinato que se llevó a su mejor amiga y finalizando con el accidente de coche en el que fallecieron su hija y su marido. Han pasado treinta y dos a?os, pero cualquiera que la escuche hablar pensará que fue ayer.
—Creo que estoy maldita —concluye.
—Ya hemos hablado de esto, Dona. —Como está sentada justo a su lado, Faith coge la mano arrugada de la anciana con cari?o—. No es culpa tuya.
—Es inevitable buscar una razón… —asegura Matilda, viuda y con un hijo de cuatro a?os a su cargo—. No hablo de maldiciones ni nada de eso, sino de la necesidad de encontrar una explicación lógica, algo a lo que aferrarse. Un consuelo.
—?Los caminos del Se?or son inescrutables? —interviene Jane.
—San Pablo nunca me convenció —comento sin pensar ante la horrorizada mirada de Jane. Teniendo en cuenta la cruz que cuelga de su cuello y suele toquetear, ahora debe de creer que soy el demonio. Carraspeo—. Pero es algo personal.
He leído la Biblia, sí. Otra obsesión pasajera más. Fue a los diecisiete, cuando todavía creía, ilusa de mí, que en algún lugar hallaría las respuestas sobre el destino de Lucy y nuestra familia. Aprendí sobre mitos, ritos, valores, doctrinas y creencias, pero no encontré lo que estaba buscando en ninguna religión y el tema dejó de interesarme.
—Yo tampoco comparto la idea de que un ser superior se lleve a nuestros seres queridos porque, aunque nosotros no podamos entenderlo, todo forme parte de un plan divino. —Adrien me mira con complicidad y se rasca el mentón.
—Lo difícil es aceptar la aleatoriedad de la vida y la muerte —opino.
—Ninguna creencia es mejor que otra —concluye Dona.
Faith toma la palabra minutos antes de que la reunión llegue a su fin. Conforme todos se van poniendo en pie y dejan las sillas arrimadas a la pared, tomo consciencia de que esa tarde me he sentido bastante cómoda formando parte del grupo; en ocasiones puntuales, incluso participativa. Resulta confuso compartir con varios desconocidos algo tan profundo como el dolor de la pérdida, pero sin duda es reconfortante.
Me demoro al ir a dejar el vaso vacío de café sobre la mesa del fondo y, al final, Faith y yo nos quedamos a solas. Ella se acerca con una sonrisa.
—?Cómo te van las cosas?
—Bastante bien, supongo.
—Me alegra verte por aquí, Grace. Es curioso: tu hermana predijo que ocurriría exactamente esto. —Tiene las mejillas redondas y rosadas como manzanas.
—?Qué quieres decir?
—Me pidió que tuviese paciencia contigo. Dijo que al principio el grupo te parecería una estupidez, pero que te quedarías. Después, irías acoplándote más. Y, finalmente, comentó entre risas que casi tendríamos que echarte a la fuerza.
—Lucy tenía un sentido del humor peculiar.
—Era una gran chica. —Faith lanza un suspiro—. Si necesitas cualquier cosa, no dudes en pedírmelo.
Se ha convertido en un placer rutinario salir y caminar calle abajo hasta la cafetería donde Will espera. Cuando lo hago, acostumbro a detenerme unos instantes para observarlo a través del cristal e intento adivinar cómo deshacer todos los nudos que lo forman. Al final, siempre me obligo a dejar de mirarlo por miedo a resultar inquietante y me limito a sentarme frente a él en el reservado y a cotillear el libro que sostiene en las manos.
—Chuck Palahniuk —comento—. Te pega bastante, sí.
—?Lo has leído? —Dobla la página antes de cerrarlo.
—Sí, aunque no este, sino el de Asfixia. —Giro la cabeza para buscar a la camarera, pero no hay ni rastro de ella; debe de estar dentro del almacén—. Me muero por un poco del pastel de zanahoria que hacen aquí.
—Pues lo siento, pero tendrá que ser otro día.
—?Tienes prisa? —pregunto decepcionada.
—Tenemos. —Se levanta y deja un par de billetes en la mesa—. Vamos, Grace. Llevamos un poco de retraso con el juego. Ya sabes, la adaptación y todo eso.
—No, no sé de qué hablas. —Lo sigo al coche.
Will arranca y tomamos la carretera que va hacia Ink Lake.
—Digamos que deberíamos ir algunas casillas por delante, pero entre tu cabezonería, el fracaso de la pista de patinaje y que he estado ocupado estas semanas…