Yerba Buena(69)
Emilie volvió con la caja llena de cartas, fotografías y recortes de periódico que había salvado de las pertenencias de Claire.
—Mira, una carta de amor que escribió mi abuelo. ?Te besé. Estaba enamorado de ti, pero también era un idiota?.
—Oh —murmuró Sara.
—Me encanta. Eran increíblemente jóvenes. ?Mira su caligrafía! Y aquí están las fotos.
Emilie se las entregó a Sara; todas las casas aparecían en orden cronológico. Casas modestas, sin pretensiones. Una a la que se habían mudado durante los disturbios de Watts. La casa en la que ella y Bas se habían tumbado solo unos meses antes, la foto tomada décadas atrás.
—Y ahora estas aquí —a?adió Sara.
—Sí, aquí estoy —corroboró Emilie. Sabía lo que quería decir, lo tomó como el cumplido que era y lo disfrutó durante un momento antes de que la timidez se apoderara de ella—. Pero ahora, háblame de ti. Nunca he estado en el río Ruso.
—Es precioso de ver. Más complicado bajo la superficie —dijo Sara. Emilie esperó a que dijera algo más, pero Sara negó con la cabeza. El sol estaba ya cercano al horizonte y sus copas se habían vaciado—. No hay mucho que decir —agregó.
Emilie iba a presionarla, a hacerle alguna pregunta más específica, pero Sara se levantó, estiró los brazos por encima de la cabeza y dijo: —Tengo hambre. ?Me dejas que te lleve a cenar?
Pasó una semana. Era sábado y las tres se pusieron manos a la obra de nuevo. Emilie desatornilló las placas de latón y los pomos de las puertas. Colette y Sara extendieron un pa?o sobre la mesa de atrás. Emilie había mezclado una pasta de bicarbonato de sodio y había traído trapos para frotar.
Empezaron a trabajar y, al cabo de un rato, Sara dijo:
—Colette, me he dado cuenta de que no bebes, ?es cierto?
—Sí —respondió ella—. Estoy limpia.
—?Desde hace cuánto?
—Desde hace un a?o y medio.
—Es mucho tiempo —se maravilló Sara—. Enhorabuena. —Emilie vio que tomaba aire para decir algo más, pero vaciló. Finalmente, preguntó—: ?Te molesta mi trabajo?
Colette negó con la cabeza.
—El alcohol es el menor de mis problemas.
—Ah —comprendió Sara—. Vale.
—Me metí en la heroína. Entré y salí de ella durante demasiados a?os. Em, ?no se lo has contado?
Emilie negó con la cabeza.
—Antes se lo contaba a todo el mundo.
—No a todo el mundo.
—Ay, no —comentó Colette—. Pareces sorprendida.
—No —repuso Sara—. No estoy sorprendida, no es lo que piensas.
Pero Emilie también lo había visto. Sara dejó el trapo y la placa de la puerta que había estado puliendo.
—Mi padre traficaba. Mi madre consumía.
El mundo quedó en silencio. Emilie sintió el sol que se filtraba entre las hojas de las palmeras y vio las manos de Sara en su regazo. Pensó en cómo Sara evadía todas las preguntas que le hacía sobre su infancia.
—Debió de ser difícil —murmuró Colette—. ?Consiguió limpiarse?
—Lo hizo, sí, pero ya le había provocado demasiado da?o cardíaco. Acabó muriendo de ello de todas formas.
?Sara, Mamá, Spencer?. Emilie pensó que lo había entendido cuando Sara se lo había ense?ado. Pero no lo había entendido, en absoluto. Quiso apoyarle una mano en la espalda, pero Sara se puso en pie de repente.
—Mierda —maldijo Sara—. Lo siento. Me encuentro un poco… necesito un minuto.
Emilie la observó mientras entraba en la casa.
Más tarde, Emilie y Sara estaban en el dormitorio. Una vela encendida, Emilie quitándose la ropa y poniéndose un camisón. Sara tendida sobre el colchón, pasando las páginas de su libro. Emilie sabía que podía decidir dejarlo estar. Pero no quería hacer eso con Sara. Quería conocerla.
Se arrodilló en el suelo junto al colchón.
—?Puedo preguntarte algo?
Sara dejó el libro.
—Claro.
—?Por qué le has hablado a Colette de tu familia, pero a mí no?
Sara se sentó.
—Os lo he dicho a las dos.
—Sí, pero me refiero a cuando te lo he preguntado otras veces.
—No es algo de lo que hable normalmente. Es decir, ?quién quiere oír eso?
—Yo quiero —replicó Emilie—. Ni siquiera sabía que habías perdido a tu madre. Había asumido que todavía estaba en tu lugar de origen.
—Lo siento.
—No tienes que disculparte. No te estoy pidiendo que me lo cuentes todo, solo quiero conocerte. —Sara asintió—. ?Cuántos a?os tenías cuando murió?
—Doce.
Emilie tomó la mano de Sara y se la llevó a la boca. Presionó los labios contra ella. Vio el dolor en los ojos de Sara, era capaz de sentir lo mucho que la había afectado. Dejó que volviera a su libro. No le hizo más preguntas aquella noche.