Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(83)



Me abrazó. Yo intenté recuperar el aliento.

—Leah, esto no…, nunca más… —logré decir.

—Tomo precaución —susurró agitada.

—Deberías habérmelo dicho.

—Es que… no podía pensar en nada.

Me calmé y le di un beso en la mejilla.

—Necesitamos una ducha —dije levantándola.

Me quité la ropa sucia mientras atravesábamos el salón y la desnudé a ella tras ponerle el tapón a la ba?era y abrir el grifo del agua caliente. La miré, la miré desde todos los ángulos, fijándome en cada línea, cada curva, cada marca sobre su piel. Leah se sonrojó.

—?Qué estás haciendo?

—Nada. Vamos, métete en la ba?era.

?Memorizarte para poder dibujarte?, me dije a mí mismo; pero aparté esa idea enseguida, porque yo jamás haría eso, no la pintaría, no podría plasmarla.

Me senté tras ella abrazándola, y cerré el grifo cuando el agua rozó el borde. Entonces solo quedamos nosotros, el goteo suave y la música que seguía sonando desde el salón. Apoyé la barbilla en su hombro y cerré los ojos.

Empezó a sonar Yellow submarine. Ella se movió.

—?Recuerdas la noche que me preguntaste si alguna vez había sonado una canción en mi cabeza al encontrar a mi alma gemela y te dije que sí?

Asentí contra su mejilla.

—Pues fue contigo. Y con esta canción. Hace ya muchos a?os.

Las notas se arremolinaban a nuestro alrededor.

—Cuéntamelo —pedí hablando bajito.

—Acababa de cumplir dieciséis a?os. Tú no viniste a mi cumplea?os porque habías estado con unos amigos en Melbourne, pero apareciste en casa una semana después y me regalaste una plumilla. Dijiste que era ?para que siguiese creando magia?.

—Me acuerdo de eso… —Le di un beso en la sien.

—Entonces empecé a oír la canción en mi cabeza. Y sentí…, sentí el impulso de decirte algo importante, pero no pude. Tenía un nudo en la garganta.

—Cari?o… —La abracé más fuerte.

—Tú solo escuchaste ?todos vivimos en un submarino amarillo?, pero para mí siempre será la primera vez que te dije ?te quiero? mirándote a los ojos, aunque pronunciase otras palabras.

Me dio un vuelco el corazón. Y entendí que nosotros éramos un puzle que había ido encajando con el paso de los a?os. La diferencia era que Leah siempre había tenido todas y cada una de las piezas, y yo había tardado muchos más a?os en encontrarlas.





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LEAH

Yo lo había querido siempre. Pero antes lo hacía desde lejos, mirándolo en lo alto de un pedestal y sin poder tocarlo; porque las cosas inalcanzables o que no podemos tener siempre adquieren cierto valor a?adido, como esos cuadros a los que nadie les presta atención hasta que descubren que son del artista famoso del momento y que cuestan una fortuna. Durante a?os había idealizado a Axel, era consciente de ello. De mirarlo embelesada. De que besaba el suelo que él pisaba. De que su aprobación cada vez que cogía un pincel me daba la vida.

Y ahora no. Ahora lo tenía delante de mí y, de algún modo retorcido, por fin era de carne y hueso. Real. Tan real. Con sus defectos y sus sombras, en toda su magnitud, mil veces mejor y más interesante que el Axel perfecto que había vivido en mi cabeza.

Y quererlo adquirió otra dimensión.

Más matices. Más colores. Todo más.





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AXEL

Quizá si los sentimientos que Leah despertó en mí hubiesen sido más tibios, habría podido evitarlo, frenar aquello antes de que pasase, mantener una barrera sólida. Pero no, porque fue como un huracán que llega y lo revuelve todo. Como algo que lleva dormido mucho tiempo y despierta de repente.

Como la manzana que te dicen que no puedes probar y te parece brillante y tentadora y perfecta. Como lo inesperado.

Podría decir que fue el azar. Que Leah acabase en mi casa. Que yo me esforzase por desnudarla capa a capa. Que me enamorase de ella al ver lo que encontré, cuando solo quedó su piel contra mis dedos…

Podría decirlo…

Pero me estaría mintiendo.





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LEAH

Había sacado dos notables y un sobresaliente en los últimos tres exámenes y llegué a casa emocionada. Axel me abrazó y dijo que había que celebrarlo. Era un viernes de primavera y hacía calor. Me puse un vestido suelto y unas sandalias. Fuimos a Nimbin, un suburbio al oeste de Byron Bay, refugio de artistas y ecologistas, el pueblo más alternativo de Australia, donde era más patente el movimiento hippy.

Paseamos por las calles contemplando las coloridas fachadas llenas de dibujos. Llevábamos unos minutos caminando cuando los dedos de Axel me rozaron y terminaron encajando entre los míos. Entonces lo entendí, al ver su expresión: había decidido que fuésemos a comer a un sitio alejado para no tener que preocuparse por nada. Y me gustó esa sensación de poder caminar con él de la mano como haría cualquier otra pareja, era justo lo que deseaba que fuésemos. Abrí la boca para decírselo, pero él lo adivinó.

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