Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(86)



—Siempre me gustó eso de ti, la manera que tenías de aferrarte a la vida y acoplarte a ella. Me recuerdas a mí. ?Sabes? A veces solo hay dos opciones: subir o bajar, avanzar o retroceder, coger o dejar, cerrar o abrir…

Los tonos grises están bien, pero no sirven para todo. En ciertas ocasiones hay que ir a por todas, tomar decisiones arriesgadas. Como en el amor.

—Me río yo del amor —farfullé.

—Pues no lo hagas tanto. Eres un blanco fácil, lo sabes, ?verdad?

Joder, dime que lo sabes, Axel. Deberías estar preparado.

Lo miré de reojo alzando una ceja.

—Ya has fumado más de la cuenta.

—No. Es por ti, por cómo eres. Créeme, sé de lo que hablo —se llevó una mano al pecho, risue?o—. Axel, tú pintas o no pintas, y un día amarás o no lo harás, porque no sabrás hacer las cosas de otro modo.

Me tumbé y fijé la mirada en el cielo estrellado.

—Pues está tardando en llegar…

—Hay cosas por las que vale la pena esperar.

—?Cómo supiste que Rose era la indicada?

—?Cómo no iba a saberlo? —arrugó la frente desconcertado, como si no entendiese mi pregunta—. Joder, si la miré y el mundo se paró justo cuando empezaron a sonar en mi cabeza las notas de I will. Nunca tuve dudas.

—Eres afortunado —susurré, y luego, dos ideas encajaron de repente.

Pudo ser casualidad que ella se colase en mi cabeza mientras hablaba de amor. O pudo no serlo. Nunca llegaría a saberlo—. En cuanto a esa promesa que te hice, teniendo en cuenta que acabo de gritar que a la mierda la pintura…

—No me des explicaciones, Axel.

—No es una explicación, es una jodida revelación que acabo de tener.

—Me senté de golpe y me mareé un poco—. Ella lo hará. Leah. Tu hija.

Tiene sentido, ?no? Ahora entiendo que estaba claro desde el principio.

?Has visto lo que hace? Llenará galerías. Y creo…, creo que mi destino no era ese, pero el suyo sí. Joder, no puede ser otro.

—Es muy buena, sí. Y especial.

—?Sabes? Puede que sí cumpla mi promesa. Haré una exposición allí algún día, solo que la haré con ella. Yo seré el que la organice. No veo ninguna diferencia.

Douglas se echó a reír y yo lo imité.

Casi había amanecido cuando me decidí a entrar en casa y a buscar el teléfono móvil entre los trastos del escritorio porque, si mis cálculos no me fallaban, debía de haberlo dejado por ahí uno o dos días atrás. Lo encontré y llamé a Rose. Le dije que no se preocupase y que su marido iba a quedarse a dormir en casa, pero veinte minutos más tarde apareció.

—No me lo puedo creer —dijo en cuanto abrí la puerta y vio a Douglas en el sofá.

—Ha sido culpa mía, lo juro. —La dejé entrar—. ?Café?

—Sí, porque es eso o cogerlo de la oreja.

—Ya te he dicho que lo lie sin que se diese cuenta.

—Axel, que nos conocemos. Hazme ese café.

Reprimí una sonrisa y le llené una taza. Rose se la llevó a los labios.

Vestía unos vaqueros algo holgados y algunos rizos rubios escapaban de su coleta rebelde.

—Siento haberte llamado a estas horas.

—No importa, tenías que avisarme. ?Qué habéis estado haciendo?

?Intentando arreglar el mundo, como siempre?

—Arreglarme a mí, si te sirve —confesé.

—No digas tonterías. Tú eres perfecto tal y como eres, Axel Nguyen.

—Se ablandó y me pellizcó un moflete—. Algún día te darás cuenta de eso, y entonces te aceptarás con todos tus defectos y dejarás entrar a otra persona y que también lo haga.

—Qué bonito todo —ironicé.

—Lo será. —Me miró con los ojos brillantes y aparté la mirada con incomodidad, porque tuve el presentimiento de que ella sabía algo sobre mí que yo no alcanzaba a ver y era una sensación rara e irritante.

—Deberíamos despertarlo.

Rose asintió, y entre los dos conseguimos que Douglas llegase hasta el asiento del copiloto del coche. Ella me dio un beso en la mejilla.

Después empecé a recoger todas las pinturas, las láminas y el material esparcido por el suelo del salón. Cuando terminé, lo llevé todo a mi habitación y busqué la escalera. Dejé las cosas encima del armario de madera, sin preocuparme por el polvo que cogerían. Fue alivio. Felicidad.

Paz.

Volví a salir a la terraza sintiéndome más ligero, sin ese peso en la espalda. Me encendí un cigarro y le di un trago a la botella de ron. Decidí que el día siguiente lo empezaría haciendo una de las cosas que más me gustaban en el mundo: perderme entre las olas. Supe que a partir de entonces intentaría ser feliz, que cogería las cosas que desease de la vida, las que me llenasen, y descartaría las demás sin sentirme culpable por ello.

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