Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(90)



—?Y si te dijese que siento lo mismo? No dejo de pensar. En esto. En estar contigo. En que no quiero ir a la universidad y separarme de ti.

Me incorporé de golpe. El momento se rompió.

—?Qué estás diciendo? ?Bromeas?

Frunció el ce?o y suspiró hondo.

—Es que no quiero tenerte lejos.

—Joder, Leah, no vuelvas a pensar algo así. Y nunca…, nunca renuncies a algo tuyo por nadie. Tienes diecinueve a?os. Vas a ir a la universidad y vas a vivir esa etapa como yo viví la mía. No voy a moverme a ningún lado, ?me estás escuchando? —La cogí de la barbilla y ella asintió con la cabeza. Le di un beso suave—. Será divertido, ya verás. Irás a fiestas, conocerás gente, harás nuevos amigos. De hecho, ?sabes qué? Hoy vamos a salir tú y yo. Deberíamos hacerlo más. —Le tendí una mano y la ayudé a levantarse.

No dijo nada, pero yo podía ver a través de su mirada. Veía las dudas, las preguntas, los miedos. Esa vez no quise enfrentarme a ellos, solo taparlos y seguir adelante. No hablamos más antes de vestirnos y salir a cenar. Fuimos a ese italiano donde comí con mi padre semanas atrás. Leah se relajó en cuanto nos sirvieron el primer plato y empecé a bromear. Me encantaba verla sonreír. Me llenaba el pecho de una sensación cálida, única.

Así que me dediqué a eso durante toda la noche: a arrancarle sonrisas y carcajadas, a decir gilipolleces solo para llevarme esos instantes con ella.

Luego dimos un paseo por la playa y terminamos delante de Cavvanbah casi sin darnos cuenta. Saludé un poco incómodo a mis amigos, que enseguida cayeron en la cuenta de que Leah era la hermana de Oliver y le dieron conversación para hacerle sitio. Yo dejé de estar tan tenso alrededor de la tercera copa.

—No vas a irte de aquí sin explicarnos cómo consigues vivir con él sin desear lanzarte al río con los bolsillos llenos de piedras. —Tom ya estaba borracho a esas horas.

—También tiene sus cosas buenas. —Leah me miró de reojo.

—No jodas. Esas no las conocemos aún —se rio Gavin.

—Bueno, no cocina mal —respondió con una sonrisa.

—?Y se pone delantal y todo? —bromeó Jake, y le di un codazo fuerte.

—Sí, uno rosita, de Hello Kitty. —Leah se echó a reír.

Se había bebido dos cervezas y parecía igual de achispada que yo. Me terminé mi copa de un trago mientras Madison venía hacia la mesa. Sus ojos se clavaron en Leah, y yo me removí inquieto al recordar el día que nos había visto delante de la galería de arte, dentro del coche. No había sido nada, ?no? Solo un roce en la comisura de su boca, solo un gesto cari?oso…

—?Os pongo algo más?

—Otra cerveza —pidió Leah.

—Casi que no —la corté—. Ya la cuenta.

Madison se lamió el labio inferior y me miró.

—?Te espero cuando acabe el turno?

Quizá fue solo mi percepción, pero el silencio que inundó la mesa fue denso, y podía leer el entendimiento en la mirada de Leah. Recé para que no fuese tan transparente a los ojos de los demás.

—No, nos vamos ya —aclaré.

Madison le echó otro vistazo a Leah cuando trajo la cuenta, y se perdió entre las mesas. Yo invité a esa última ronda, nos despedimos de mis amigos y enfilamos el sendero hacia mi casa bordeando la costa y adentrándonos en la vegetación tropical. Cogí a Leah de la mano cuando nos alejamos un poco. Estaba distante, muy callada, muy pensativa.

—Eh, ?qué te ocurre?

—Nada. Es solo… —Negó con la cabeza—. Olvídalo.

Me paré a un lado del camino cuando ya se veía mi casa al fondo. La retuve sujetándola por las caderas con suavidad. Solo se oían los grillos cantando alrededor.

—Dime las cosas. Nunca te calles nada conmigo.

—Es que… ha sido incómodo. Verte con ella.

—Solo es una amiga —repliqué.

—A la que te tirabas —adivinó.

—Exacto. Solo follábamos. No había nada más.

—Lo nuestro es distinto… —reafirmó.

—Muy distinto. —Me incliné y la besé.

Recorrí sus labios con la lengua despacio, arrancándole un jadeo, y luego deslicé las manos por debajo de su falda y jugueteé con el borde de su ropa interior hasta apartar la tela y notar la humedad en los dedos, en mi piel. Me daba igual que estuviésemos en medio de la nada, allí no había nadie. Solo oscuridad. Solo nosotros. Hundí un dedo en ella con suavidad y Leah se arqueó, apoyándose en mi pecho. Le rodeé la cintura.

—Mírame, cari?o. Contigo siempre es más, mucho más. Diferente.

Otra forma de vivir algo que pensaba que ya conocía. Otro todo. ?No lo sientes así? —susurré y, cuando asintió y dejó escapar un suspiro, sentí el impulso de mover los dedos más rápido, más profundo; quería marcarla con las manos, dibujarla; a ella, al placer, los dos conceptos juntos—. Vamos a casa…

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