Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(80)



Se sacudió y gritó cuando el orgasmo la alcanzó.

Yo me llevé su sabor en la boca antes de trepar por su cuerpo y, cuando me miró, me relamí muy despacio. Leah se sonrojó. Eso me hizo sonreír divertido.

—?Te da vergüenza? —le acaricié la mejilla con el pulgar.

—No. Sí. Yo… nunca antes…

—No me jodas.

Leah apartó la vista, pero la sostuve por la barbilla obligándola a mirarme de nuevo. Le di un beso suave.

—Pues pienso desayunarte todos los días. Y la próxima vez que lo haga, me mirarás hacerlo. —Ella asintió con las mejillas aún encendidas—.

Venga, levántate y vete a aprender alguna cosa buena y útil antes de que yo te ense?e todas las malas que me sé. —Le pellizqué el trasero mientras se ponía en pie y me dio un manotazo entre risas antes de meterse en la ducha.

Reprimí el impulso de seguirla, porque a ese paso no llegaría ni a la última hora. Tuve una sensación de plenitud en el pecho desconocida y me levanté para preparar café. Cuando ella salió ya vestida y con el pelo recogido en una coleta, le tendí una tostada con aguacate y su taza, que se bebió de un trago.

—?Seguro que no quieres que te acerque?

—No. Me gusta ir en bici.

—Eh, ten, te dejas el almuerzo —le di una manzana—. ?No te olvidas de algo más?

—?La mochila! —exclamó.

—Joder, y un beso. Ven aquí.

Volvió a sonrojarse. La sujeté por la nuca para darle un beso largo y lento antes de soltarla y salir a la terraza para despedirme de ella. La observé mientras se alejaba montada en la bicicleta con su coleta ondeando bajo el sol de la ma?ana. Suspiré hondo, tranquilo e intranquilo a la vez, si es que eso era posible. Porque por una parte estaba feliz, jodidamente feliz, aunque por otra no podía ignorar que sabía que me estaba metiendo en un camino pedregoso y lleno de baches, pero aun así era incapaz de dejar de caminar y caminar…

Me encendí un cigarro y me preparé otro café.

Después de una ma?ana un poco apática y llena de pensamientos enmara?ados, Leah regresó y, cuando subió los escalones del porche con una sonrisa bailando en sus labios, sentí que todo volvía a encajar de nuevo.

Las dudas y los errores desaparecieron con el primer beso y después me limité a estar allí, en nuestro presente, con ella.

Al caer la noche, después de cenar, me tumbé en la hamaca y ella se acopló a mi lado, acurrucada contra mi cuerpo mientras nos balanceábamos.

Allí solo éramos música sonando suave desde el salón, estrellas encendidas y el olor del mar que traía el viento.

—Sabes que tenemos que hablar, ?verdad?

—No tenemos por qué hacerlo —dije.

—Quiero saber qué es lo que más te preocupa. —Levantó la cabeza, alzó una mano y me alisó la zona del entrecejo con suavidad—. ?Ves? No me gusta esto. Que estés tan tenso.

Colé la mano bajo su vestido y le di un apretón en la nalga derecha antes de besarla.

—Conozco un modo muy eficaz de disipar la tensión.

—Axel, por favor. No bromees con esto.

Puso carita de pena y yo quise morirme. Porque nunca pensé que podría pillarme tanto y tan rápido por alguien. Porque no estaba acostumbrado a sentir aquello ni a derretirme por gestos tontos. Porque creía que esas chorradas no iban conmigo y en esos momentos podría haberme puesto a componer una jodida canción sobre ella. La última chica del mundo por la que pensé que perdería la cabeza. La que conocía de toda la vida. La que siempre había estado a mi alrededor, invisible ante mis ojos…

Me froté el mentón y suspiré.

—Está bien, hablemos.

—?Qué vamos a hacer?

—No tengo ni puta idea.

—Pero… algo habrás pensado.

—Espera. Necesito un cigarrillo.

Fui a buscar el paquete de tabaco a la cocina. Cuando volví, Leah estaba sentada en la hamaca balanceándose y mirándome un poco cohibida.

Me lo encendí y di una calada larga antes de encontrar las palabras adecuadas, si es que acaso existían.

—Creo que deberíamos tomarnos un tiempo. Ya sabes, para ver cómo funciona todo. Y después, no lo sé, no tengo ningún plan ni tampoco me propuse que esto ocurriese. Solo estoy improvisando e intentando no pensar demasiado para no volverme loco.

—Vale. Pues no pensemos —pero lo dijo con el ce?o un poco fruncido.

—Vamos, no me pongas esa cara. —Apagué el cigarro y me acerqué a ella. Me coloqué entre sus piernas y dibujé con los dedos una sonrisa en su rostro tirándole de las mejillas; funcionó, porque se echó a reír—. Leah, tú eres consciente de lo jodido que es esto para mí, ?verdad? Hace que me sienta culpable. Mal. No es una situación normal. Es difícil.

—Lo siento —susurró y apoyó la cabeza en mi pecho.

Le di un beso y ella se colgó de mi cuello.

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