Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(76)



Intenté aferrarme a la rutina para no pensar demasiado. El surf, un rato en el mar hasta terminar agotado. Luego, trabajo. Y cuando llegó la última hora de la tarde y pensé que acabaría subiéndome por las paredes de tanto darle vueltas a lo mismo, salí a dar un paseo. Llegué a Cavvanbah y me tomé un par de cervezas con Tom, Gavin y Jake. Me concentré en escucharlos para no oírme a mí mismo. Casi era de madrugada cuando Madison se me acercó y me preguntó si la esperaba hasta que cerrase, pero negué con la cabeza, cogí las llaves que había dejado encima de la mesa y regresé a casa caminando.

No sé por qué lo hice, como tampoco lo supe la vez anterior, pero entré en la habitación de Leah. Y en esa ocasión me quedé paralizado en la puerta. Encima de la cama, colocado con cuidado, me había dejado el bloc de dibujo que tanto me había intrigado el mes pasado. Y al lado, una lámina; supuse que era lo que hacía el día que se negó a dejarme verlo diciéndome que aquello era suyo.

Eran dos siluetas, dos bocas, dos labios.

Un beso. El nuestro. Plasmado para siempre.

Contuve el aliento mientras me sentaba en la cama apoyando la espalda en el cabezal de madera. Cogí el cuaderno y empecé a pasar las páginas. Leah estaba en todas y cada una de ellas. El enfado. El dolor. La esperanza. La ilusión. Repasé los contornos de algunos dibujos, todos hechos a carboncillo, todos con cierto aire melancólico, incluso los que representaban labios cerca, respirándose, manos unidas, rozándose tímidamente.

Y cuando acabé de verla a ella, desnuda de aquella forma tan visceral, solo pude pensar que el amor sabía a fresa, tenía diecinueve a?os y la mirada del color del mar.





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LEAH

Tumbada en la cama, cerré los ojos y recordé aquel beso. Sus labios suaves y ansiosos, su boca cálida, sus manos moviéndose por mi cuerpo pegándome a él. Era azul y rojo y verde. La respiración acelerada, su sabor, la voz ronca y sensual en mi oído. Y de ahí nacían el cian, el magenta y el amarillo. De algún modo, éramos una mezcla perfecta, como cuando algo parece caótico, pero de repente, en un beso, todo encaja; daba igual que yo viese cielos llenos de tormenta y él cielos despejados.

Al final éramos blanco. Nosotros.





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AXEL

Me pasé toda la semana encerrado en casa trabajando, intentando retomar esa rutina marcada que tenía medio a?o atrás, antes de que ella pusiese un pie en casa y todo cambiase para siempre. Así que terminé la mayoría de los encargos. Y a pesar de que no tenía nada que hacer, cuando el viernes me llamó Oliver para ir a tomar una copa por la noche, le dije que no me encontraba bien. ?Estaba siendo un puto cobarde? Probablemente. Pero confesarle lo que estaba pasando no era una opción, a no ser que quisiese morir en el acto.

Y estaba la otra alternativa.

No ir a más. Frenar aquello.

Pero es que no podía. Podría haberlo intentado si no viviese con ella, si no me gustase un poco más cada día, si no empezase a necesitarla así.

Porque el amanecer cuando Leah no estaba perdía cierto encanto y las noches sin ella en la terraza me parecían frías y silenciosas.

El sábado llamé a mi padre.

Lo hice sin razón. Quizá porque no había dejado de darles vueltas a las palabras de mi hermano. Quizá porque me sentía solo y confundido, y no estaba acostumbrado a eso.

Quedamos para cenar en un italiano. él ya estaba allí cuando llegué, sentado en una mesa que hacía esquina y con la mirada ausente, pero se le iluminó en cuanto me vio y me recibió con un abrazo.

—Hey, colega. Vamos, siéntate.

—?Ya has pedido algo para beber?

—No. ?Te apetece una copa de vino?

—Mejor una botella —le dije, y cogí la carta.

—?Va todo bien? —Por primera vez en mucho tiempo, a mi padre le flaqueó la sonrisa—. Tu madre se preocupó cuando me llamaste. Dice que solo puede haber tres razones por las que quisieses quedar a solas conmigo.

—?En serio? A ver, cuéntame esas razones.

—Ya sabes cómo es tu madre —advirtió antes de empezar—. Que hayas dejado embarazada a una turista, que tengas algún problema legal o que te estés muriendo por una enfermedad y no quieras decírselo a ella para no preocuparla.

—Mamá está chiflada —aseguré riéndome.

—Sí, pero no me negarás que no es habitual que me llames —tanteó inquieto.

Me sentí un poco culpable. Suspiré.

—Pues debería haberlo hecho más.

El camarero regresó con la botella de vino y pedimos la cena.

—Axel, si te ocurre algo…

—Estoy bien, papá. Solo es que el otro día Justin me hizo darme cuenta de algunas cosas. Cosas que no me gustaron. —Fruncí el ce?o incómodo—. ?Alguna vez tú…, tú te sentiste un poco apartado por mi relación con Douglas?

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