Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(73)



Regresamos caminando hacia el coche. Una vez dentro, él apoyó las manos en el volante.

—?Te apetece dar una vuelta o quieres volver ya a casa?

—?Qué me propones?

—Dejarte llevar a ciegas.

—No puede salir nada malo de ahí, ?no?

—Espero que no —susurró muy bajito.

Su mirada resbaló por mi rostro hasta quedarse anclada en mis labios.

Se me dispararon las pulsaciones. él sacudió la cabeza y arrancó el coche.

Yo pensé en algo que había leído tiempo atrás en un artículo que recopilaba palabras que definían conceptos que no existían en nuestro idioma.

Mamihlapinatapai, en yámana, significaba ?una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambos desean, pero que ninguno se anima a iniciar?.





76



AXEL

Conduje en silencio por aquella ciudad que tan bien conocía y en la que había vivido tantas cosas. Me inundaron los recuerdos. En todos ellos aparecía Oliver, el mejor amigo que hubiese podido desear, ese que nunca tenía en cuenta mis locuras ni mis gilipolleces y se limitaba a ignorarme o no darle importancia.

Y allí estaba yo. Con su hermana en el asiento de al lado e intentando reprimir las ganas que tenía de ella, de más, de cómo me sentía cuando estaba a su lado.

Empezaba a anochecer cuando paré en la bulliciosa zona de Stanley Street Plaza, donde los fines de semana había mercadillo: puestos de ropa exclusiva y ecléctica fabricada por artesanos emergentes, otros con joyas hechas a mano, arte, antigüedades, fotografías…

Tocaba un grupo en directo mientras Leah y yo avanzábamos por las calles. Ella parecía feliz parándose en cada puesto, echándole un vistazo a cualquier cacharro que llamaba su curiosidad. Yo estaba demasiado ocupado observándola como para pensar en nada más.

No podía dejar de preguntarme cómo era posible que no la hubiese visto antes. A ella. A la chica en la que se había convertido. O quizá…, quizá no había querido verla.

—?Te gusta? —Leah se probó un anillo.

—Sí, cómpratelo.

Ella pagó y estuvimos un rato más dando una vuelta, hasta que a mí me empezaron a rugir las tripas y decidimos cenar. Fuimos a un restaurante que hacía la mejor hamburguesa vegetal del mundo.

—Pues sí que está buena —admitió ella mientras masticaba.

—Claro. Y dime, ?qué opinas de todo esto?

—?La universidad?, ?Brisbane?

—Sí. ?Qué te ha parecido?

—Siempre me ha gustado, pero…

—Sigues teniendo miedo.

—No puedo evitarlo.

—Escucha. —Dejé la hamburguesa en el plato—. ?Crees que a las demás personas no les pasa, Leah? Todos tenemos cosas. Habrá un montón de alumnos igual que tú que empiecen el a?o que viene la universidad y estén asustados porque será la primera vez que salen de casa y deben aprender a ser independientes y a cuidarse solos.

Ella no me rebatió aquello, se limitó a comer con gesto ausente y pensativo.

—?Por qué antes sí pintabas, Axel? Mientras estudiabas.

—?Todavía no lo has adivinado? —me tensé.

—No, no lo comprendo. Tú… tenías talento.

—Y nada más. Ese era el problema. Lo sigue siendo.

—Explícamelo, por favor —suplicó.

Me incliné hacia ella.

—El día que me entiendas a mí, te verás mejor a ti misma.

Resopló con fastidio y a mí me entraron ganas de reír. Esperé paciente mientras ella acababa de cenar y, después, paseamos hasta un local de copas grande que ya estaba lleno de gente. Era tarde, pero la idea de montar en el coche y que aquel día acabase no me entusiasmaba. Así que no pensé, tan solo seguí adelante como si ella fuese una chica cualquiera y no Leah. Nos sentamos en unos taburetes frente a la barra. Yo me tomé una cerveza porque iba a conducir y le dije que podía pedirse cualquier cóctel. Eligió uno que llevaba fresa y un toque de lima.

Las luces eran tenues en la pista y los leds azules de la barra no llegaban a iluminar bien a la gente que bailaba.

Bebí un trago de cerveza y me relamí los labios. La miré hasta que ella empezó a sonrojarse.

—?Qué pasa? —preguntó avergonzada.

—Estaba pensando…

—?En qué? Sorpréndeme.

—En ti. Y en mí. En nuestras diferencias.

—Yo creo que tenemos más en común de lo que crees —susurró Leah.

—Puede ser. Pero entendemos el mundo de formas distintas. Tú miras un cielo con nubes y ves tormenta. Yo miro un cielo con nubes y lo veo despejado.

Leah tragó saliva. Contemplé su garganta moviéndose.

—?Y cuál de las dos opciones es mejor?

—Curiosamente, creo que ninguna.

Ella se rio y se le formaron dos hoyuelos. Me dieron ganas de mordérselos. Bebí un trago largo de cerveza, porque era eso o sucumbir a la tentación, a las ganas…

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