Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(74)



—?Bailas conmigo? —preguntó.

—?Lo dices en serio?

—?Por qué no? Vamos, no muerdo.

?Joder, tú no, pero yo sí.?

Leah me tendió una mano que yo terminé aceptando. Nos perdimos en medio de la pista, rodeados de desconocidos. Fue una sensación rara la de que allí nadie sabía quién era ella ni quién era yo, la de que en ese anonimato todo parecía tener menos importancia.

Dejando una distancia prudencial, deslicé las manos por su cintura hasta llegar a las caderas. Empezó a sonar una lenta, una canción que a?os después recordaría a menudo cuando pensase en ella, The night we met.

Casi me dolía acariciarla solo con la mirada, porque ya no me parecía suficiente.

—Axel, dame solo este momento.

Leah me rodeó el cuello y me abrazó, muy pegada a mí. Yo la retuve contra mi cuerpo moviéndome despacio, casi quieto en medio de la pista, sintiendo cómo su respiración me hacía cosquillas en el cuello y cómo sus manos se enredaban en mi pelo.

Agaché un poco la cabeza y le di un beso en la oreja, casi en el lóbulo, y seguí despacio atravesando la línea de la mandíbula hasta llegar a su mejilla. Cerré los ojos, solo sintiendo la suavidad de su piel, lo jodidamente bien que olía, el calor de su aliento, lo perfecto que era aquel abrazo, aquella canción, aquel momento, todo.

Iba a besarla. Iba a hacerlo. A la mierda el mundo entero.

Y en cuanto rocé su boca supe que iba a ser un desastre, pero también que sería el mejor desastre de mi vida.

La sujeté por la nuca antes de cubrir sus labios con los míos. Fue un beso de verdad. No hubo dudas ni pasos atrás, tan solo mi lengua hundiéndose en su boca y buscando la suya, mis dientes atrapándole el labio, mis manos ascendiendo hasta llegar a sus mejillas como si temiese que fuese a apartarse. Me recreé en cada roce, en cada segundo y en su sabor a fresa.

Pensé que aquel instante valía las consecuencias.

Leah se puso de puntillas y se apoyó en mis hombros cuando me apreté más contra ella, como si necesitase sostenerse en algo sólido. Volví a presionar mis labios sobre los suyos, y creí que besarla me calmaría, pero fue todo lo contrario, como abrir las puertas de par en par. Necesitaba tocarla por todas partes. Bajé las manos y la agarré del trasero pegándola a mi cuerpo, rozándome con ella…

—Axel… —Su voz fue casi un gemido.

Y era justo lo último que necesitaba. Ese puto sonido erótico en mi oreja.

Tomé aire entre beso y beso, ansioso, y empecé a moverme por la sala sin soltarla hasta que avanzamos unos metros y chocamos contra la puerta de los servicios. La abrí de un empujón ignorando a un tipo que acababa de salir y nos metimos dentro. Leah tenía los ojos cerrados, entregada a mí como si confiase a ciegas, temblando cada vez que la tocaba. Nos encerramos en uno de los cubículos. Gimió cuando acogí uno de sus pechos en la palma de la mano y lo apreté, llevándome su respiración entrecortada con un beso profundo y húmedo.

?Qué estaba haciendo? Ni idea. No tenía ni idea.

Solo sabía que no quería parar. Que no podía parar.

—Esto se me está yendo de las manos —gru?í.

—Me parece bien —jadeó abrumada, buscándome.

Si esperaba que fuese ella la que echase el freno, lo tenía jodido.

Apoyada en la pared de azulejos, Leah me rodeó el cuello y me atrajo hacia ella, más y más cerca, hasta que volvimos a frotarnos por encima de la ropa.

Y fueron movimientos furiosos, llenos de anhelo. Fue como me la habría follado si no llevásemos los dos los pantalones puestos. Jamás había estado tan duro. Busqué algún resquicio de sentido común en mi cabeza, pero dejé de intentarlo cuando ella me mordió el labio inferior, haciéndome da?o.

—Hostia, Leah. —Di un paso atrás para poder deslizar una mano entre sus piernas y acariciarla por encima de los vaqueros. Fuerte. Y rápido.

Porque de repente necesitaba ver su expresión mientras se corría y guardarme aquel recuerdo para siempre.

Ella gimió y la sostuve por la cintura con la mano que tenía libre mientras ella arqueaba la espalda y se dejaba ir con los ojos cerrados y los labios entreabiertos.

Se los cerré con un beso. Y luego la solté poco a poco…

Leah me miró, todavía respirando agitada. Tenía las mejillas encendidas y los ojos llenos de preguntas que yo no sabía responder. Tomé aire intentando calmarme y la abracé apoyando la mejilla en su cabeza. El sonido del exterior volvió, como si hasta ese momento la música y las voces de la gente no hubiesen existido.

—Vámonos a casa, Leah.

La cogí de la mano y la arrastré para salir de los ba?os de aquel local.

El viento fresco me despejó un poco cuando enfilamos la calle. Seguía estando duro y el corazón aún me latía acelerado y nervioso en el pecho, como advirtiéndome de lo que acababa de ocurrir, la línea que había cruzado. Sabía que ya no había marcha atrás, que aquello no tenía arreglo, ni para mí ni para ella.

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