Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(69)



Sentí la calma, la ausencia de miedo…

Al menos hasta que Axel me tocó. Entonces me estremecí, perdí la concentración y me moví en el agua. Solo había sido un roce en mi mejilla, pero un roce sin razón, inesperado.

Axel respiró hondo.

—?Volvemos a casa?

Asentí con la cabeza.

No hicimos mucho durante el resto del día. Tal como había planeado, dormí un poco la siesta después de comer, tumbada en la hamaca. Me desperté cuando oí el maullido insistente de la gata, que estaba sentada en el suelo de madera sin dejar de mirarme. Me levanté bostezando y fui a buscarle algo de comida. Le hice compa?ía mientras se terminaba el aperitivo; luego se lamió un poco y se marchó tras los matorrales que crecían alrededor de la casa de Axel.

Saqué las cosas a la terraza y cogí las pinturas. El bote negro, el gris, el blanco. Y el rojo.

Axel se despertó poco después, cuando yo ya estaba concentrada. Me observó un rato, sentado cerca mientras se fumaba un cigarro y bostezaba, aún con el pelo alborotado y las marcas de la sábana en la mejilla. Deseé besarlo justo ahí. Borrar esas líneas con los labios y después…, después aparté la mirada porque él decía que no podía ser y yo lo entendía, pero cada vez tenía más miedo de terminar cometiendo alguna locura, porque quería…, lo quería.

—?Qué estás dibujando? —Dio una calada.

—Aún no lo sé.

—?Cómo puedes no saberlo?

—Porque solo…, solo me dejo llevar.

—No lo entiendo —dijo en un susurro mientras contemplaba las líneas sin sentido que yo trazaba despacio, tan solo pensando en lo agradable que era remover la pintura, mezclarla, sentirla. él se cruzó de brazos frustrado —. ?Cómo lo haces, Leah?

—Es abstracto. No hay secretos.

Axel se frotó el mentón y, por primera vez, no pareció gustarle lo que vio. Pero creo que no fue por el cuadro, sino por su propio bloqueo, por no poder entenderse a sí mismo. Yo me quedé pintando un poco más, sin límites ni pretensiones, tan solo haciéndolo y disfrutando del atardecer que empezaba a oscurecer el cielo. Cuando algunos grillos empezaron a cantar, limpié los pinceles y entré en casa para ayudarlo a hacer la cena.

La preparamos codo con codo. Un pastel hecho al horno de patatas, soja y queso, una de las comidas preferidas de Axel. Lo degustamos en silencio, sentados en la mesa del salón con forma de tabla de surf, hablando de vez en cuando de cosas sin importancia, como que la gata se había pasado por allí aquella tarde o que deberíamos ir a comprar esa semana.

Quité los platos mientras él se preparaba el té.

Esa noche, en vez de salir a la terraza como casi siempre solíamos hacer, Axel se sentó en el suelo delante del tocadiscos y sacó el montón de vinilos apilados. Me acomodé a su lado con las piernas cruzadas, también descalza.

Descartó un par de discos y sonrió.

—Esta es la mejor portada del mundo.

La levantó frente a mis ojos y yo tragué saliva al ver la ilustración colorida, los cuatro componentes del grupo dibujados justo encima del título amarillo, ?The Beatles. Yellow Submarine?.

Axel lo puso y empezó a sonar el ritmo infantil, la voz entre el sonido de las olas mientras él movía los dedos siguiendo el compás. Sonrió divertido y cantó cuando llegó la parte del estribillo, sin ser consciente de lo que para mí significaba esa canción, de que cada ?todos vivimos en un submarino amarillo? era un ?te quiero? que se me había quedado atascado en la garganta.

Aunque parecía que el corazón se me iba a salir del pecho, no pude evitar reírme cuando se tumbó en el suelo sin dejar de cantar el estribillo.

—Cantas fatal, Axel.

Aún sonreía cuando me dejé caer a su lado. Giró la cabeza hacia mí.

Estábamos tan tan cerca que me llegó el cosquilleo de su aliento. Su mirada descendió hasta mis labios y se quedó ahí durante unos segundos llenos de tensión. Se incorporó con brusquedad y volvió a buscar entre los discos de vinilo hasta que me mostró uno.

— ?Abbey Road? —decidió.

—?No! Ese no. Es que…

—Vamos, es mi preferido.

Analicé con otros ojos la mítica portada en la que los Beatles aparecían cruzando el paso de cebra. A mí también me encantaba, pero la canción número siete… no había vuelto a escucharla y no quería hacerlo, ni entonces ni nunca. Siempre me la saltaba, siempre. Al final asentí con la cabeza, decidiendo que haría eso mismo, y Come together inundó el salón antes de que Something la siguiese.

Estuvimos charlando un rato, tumbados muy cerca. Yo lo escuché fascinada mientras hablaba de Paul Gauguin, que era uno de sus pintores preferidos, todo color con su estilo sintetista. Su obra maestra fue ?De dónde venimos? ?Qué somos? ?Adónde vamos?, y la pintó justo antes de intentar suicidarse. También le gustaba Vincent van Gogh y, mientras sonaba Oh! darling y él hacía el tonto cantando, caí en la cuenta de que ninguno de esos dos artistas había triunfado en sus respectivas vidas y que estas habían estado un poco unidas a la locura.

Alice Kellen's Books