Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(67)



—?Por qué me cuentas todo esto?

—No lo sé. Porque me acuerdo de ellos a menudo, todos los días, pero no tengo nadie con quien hablarlo. Y me gustaría que fueses tú, Leah, a quien poder decirle cualquier cosa que se me pasase por la cabeza sin medir antes cada palabra.

Le tembló el labio inferior.

—?Por qué sigue doliendo tanto?

—Ven aquí, cari?o.

Y entonces la abracé.

La abracé con fuerza mientras sollozaba contra mi pecho. Le pedí que llorase, que lo dejase salir, que no se tragase el dolor. Ella lo compartió conmigo, aferrándose a mi espalda. Cerré los ojos y pensé que aquel era uno de los momentos más reales de mi vida.





68



LEAH

Una vez, en el instituto, una chica un par de cursos más adelantada intentó quitarse la vida porque algunos compa?eros se burlaban de ella, y la que anta?o había sido su mejor amiga se dedicó a llamarla ?zorra? por los pasillos y a escribir eso mismo en su pupitre. Recuerdo que me impactó, quizá por la edad, quizá porque nos reunieron a todos los alumnos en el salón de actos para explicarnos lo que había ocurrido. Aquel día, mientras la directora hablaba de respeto, compa?erismo y empatía, oí que la chica que estaba sentada detrás de mí le decía a otra que ?no era para tanto?. Me volví y la fulminé con la mirada. Ella agachó la cabeza y no tuvo el valor de enfrentarse a mí, lo que me demostró que muchas de las personas que se dedican a juzgar a los demás lo hacen para enmascarar sus propias inseguridades.

A?os después pensé en ello. En las diferentes formas que tiene el ser humano de canalizar un mismo hecho. Había chicas que, ante la burla, respondían sacando el dedo corazón o con un gesto de desprecio. Otras se limitaban a echarse a llorar o a intentar ser invisibles. Algunas no podían soportarlo y se cambiaban de instituto.

Supongo que es imposible saber cómo gestionar una emoción hasta que esta te sacude y la vives en tu propia piel. De haberme preguntado tiempo atrás, hubiese respondido que yo era fuerte, que afrontaría el proceso de duelo dentro de la normalidad, que ni por asomo llegaría a convertirme en un fantasma que apenas hablaba y se paseaba de un lado a otro con los auriculares puestos y viendo el mundo en blanco y negro.

Pero a veces nos equivocamos. Nos caemos.

A veces no nos conocemos tanto como creemos.

A veces…, a veces la vida es tan imprevisible…





69



AXEL

El primer fin de semana de agosto, Leah quedó con unos amigos para dar una vuelta por la tarde. Me preguntó si podía acercarla al paseo de la playa.

Paré delante de la heladería que ella me indicó y analicé a los tres chicos que la esperaban al lado de Blair. Dos de ellos todavía tenían el acné propio de la edad. La vi bajar del coche y avanzar por la calle. Me quedé allí, como un imbécil, mirándola hasta que me di cuenta de que parecía más crío que todos ellos juntos, y pisé el acelerador con fuerza.

Paré en la cafetería familiar. Justin me saludó.

—?A qué viene esa cara larga?

—?Me dices a mí? —farfullé.

—No, al cliente invisible que ha entrado detrás de ti. Sí, Axel, te digo a ti. Tienes cara de estar estre?ido o algo así. ?Todo va bien?

—Sí. ?No vas a servirme un café?

—Depende del tono que uses.

—Por favor, Justin.

—Eso está mejor.

Fue hasta la máquina y me lo tendió un minuto después junto a una porción de tarta de queso. Cogí la cucharilla y me llevé un trozo a la boca.

—Vaya, mira quién está aquí. Me alegro de verte, colega. —Papá salió de la cocina y me dio un apretón en el hombro—. ?Cómo va el trabajo?

?Muchos encargos?

—Mejor no le tires de la lengua, que está de mal humor —intervino Justin.

—?Quieres cerrar la boca de una vez?

—Eh, vamos, energía positiva —mi padre sonrió.

Llevaba una camiseta en la que ponía ?Soy virgen, te lo juro por mis hijos?. Tuve que hacer un esfuerzo para no reírme mientras él se sentaba en el taburete que estaba a mi lado y me pasaba un brazo por la espalda.

—Tienes ojeras, ?no duermes bien?

—He pasado un par de noches malas.

—?Quieres hablarlo con tu viejo?

—Papá… —puse los ojos en blanco.

—Está bien, colega. No pasa nada.

Se levantó sin perder su sonrisa y le dijo a Justin que iba a comprar unas cuantas cosas y volvería en un par de horas. Las campanillas de la puerta sonaron cuando salió.

—?No está mamá? —pregunté.

—Por suerte, tenía una reunión sobre la feria que se celebra en dos semanas. Ya sabes, se ha ofrecido voluntaria para hacer y llevar unos veinte o treinta pasteles. Lo normal.

—?Has intentado hablar con ella?

—Sí, pero es inútil. No me escucha.

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