Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(66)



Confundido, volví a guardarlo en el cajón.





AGOSTO



(INVIERNO)





67



AXEL

Leah volvió. Y con ella las miradas esquivas, los silencios llenos de palabras ya pronunciadas que parecían enredarse a nuestro alrededor, la tensión, la distancia prudencial. O así lo vivía yo. Inquieto. Alerta.

Intentando entender qué estaba sintiendo, qué estaba ocurriendo…

El problema era que por mucho que me hubiese pasado media vida viendo en ella a una ni?a, casi una hermana peque?a, no podía ignorar que había dejado de serlo. Que si me la hubiese cruzado por la calle un día cualquiera, la habría mirado o tonteado con ella sin que me importasen los diez a?os que nos separaban. Porque esa no era la barrera real que había entre nosotros. Se trataba de una mucho más alta; de lo que conocíamos, de la vida que habíamos compartido hasta entonces, de que desearla hacía que me sintiese culpable.

Porque no podía negarlo: la deseaba. Y también la quería. Siempre la había querido, desde el día que nació. Leah podría haberme pedido cualquier cosa y no habría dudado en hacerla con los ojos cerrados. No era algo solo físico, impulsivo. Era más. Era echarla de menos cuando no estaba y querer conocer a la chica que era ahora, y no solo al recuerdo que tenía de ella de los a?os que habían quedado atrás. Era volverme loco intentando separar las cosas: las ganas de morderle la boca frente a la calma que sentía las noches que pasábamos juntos en la terraza hablando o escuchando música. El perfil de Leah desnuda y la curva de sus caderas en contraste con la imagen de ella aún ni?a y corriendo por el jardín de su casa gritando mi nombre con esa voz aguda e infantil…

?En qué momento había cambiado todo? ?En qué segundo exacto dejó de ser invisible ante mis ojos y terminó por invadir cada rincón, cada esquina de mi cabeza?

—?Estás bien? —Se había sentado en la hamaca.

No, no estaba bien. Nada bien. Respiré hondo.

—Sí. Ahora vengo, voy a preparar té. ?Quieres?

Ella me miró divertida y alzó una ceja.

—?Cuándo dejarás de preguntármelo? Llevas medio a?o haciéndolo.

—No sé, quizá el día que me respondas que sí.

—Vale. Pues hazme uno. Terminemos con esto.

Entré en casa sonriendo y negando con la cabeza. Puse la tetera al fuego y esperé hasta que el agua empezó a hervir. Salí más entero, más yo de nuevo, y me senté frente a ella en el suelo de madera. Leah arrugó la nariz en cuanto advirtió la distancia que yo acababa de marcar. Le dio un trago al té.

—No está mal. Un poco amargo.

Me encendí un cigarro.

—?Qué tal las clases?

—Bien, como siempre.

—Me alegro.

—?Qué te pasa? Estás muy raro.

—Solo un poco cansado. No tardaré en irme a dormir. —Di una calada profunda y luego me terminé el té—. ?Y tú? Pareces… distinta.

—Puede que sea así —respondió.

—?En qué sentido?

—?Recuerdas cuando hace meses te dije que me daba miedo no volver a tener ganas de vivir?

Ah, claro que lo recordaba, porque yo fui el suicida emocional que le dijo: ?Víveme a mí, Leah?, como si algo así no fuese a traerme problemas.

Asentí con la cabeza.

—Pues ahora ya no tengo ese miedo. Y es liberador. Como si todo empezase a encajar...

Fruncí el ce?o y ella captó el gesto.

—?Qué ocurre? ?No estás de acuerdo con eso?

—Sí y no.

—?Por qué?

—Porque es un paso, pero no deberías quedarte ahí. Respóndeme una cosa, Leah, ?qué crees que es más fácil? ?Ignorar algo que duele, apartarlo y fingir que no existe para levantarte cada ma?ana con una sonrisa, o afrontar ese dolor, interiorizarlo, entenderlo, y conseguir seguir sonriendo poco a poco?

Me encendí otro cigarro tan solo para mantener las manos quietas y no correr a su lado a consolarla como anta?o y reconfortarla con un abrazo.

—Eres muy duro —susurró.

—Lo sería al revés, si te dijese que sí, qua ya está todo bien…

—?Qué es lo que quieres, Axel? —alzó la voz.

—Ya lo sabes…

—No es verdad.

—Que lo aceptes.

—?El qué?

—Que están muertos, Leah. Pero que, aunque ya no estén, no hace falta que finjamos que nunca estuvieron aquí, con nosotros. Podemos, no, debemos seguir hablando de ellos, recordándolos. ?No piensas lo mismo?

Leah contuvo las lágrimas y se levantó. Fui rápido y la cogí de la mu?eca antes de que pudiese entrar en casa.

—?Te acuerdas de ese cuadro en el que tu padre pintó un prado lleno de flores y vida? En la esquina de la derecha había unos escarabajos que tenían las tripas abiertas y, dentro, había dibujado margaritas. Llevo a?os preguntándome por qué. Una vez, le pedí a él que me lo explicase y se echó a reír. Estábamos justo aquí, ?sabes? En esta terraza, tomándonos una cerveza una de esas noches que se dejaba caer un rato para verme y charlar.

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