Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(45)



Alejé esa imagen y disipé la nostalgia.

—Háblame de ti. ?Sales con alguien?

—Quería comentarte algo sobre eso, pero no estaba muy segura de cómo hacerlo. —Blair se removió incómoda—. El mes pasado salí un par de veces con Kevin Jax.

Sonreí casi por inercia. Kevin no solo había sido el chico que me había robado mi primer beso delante del zarzo dorado de casa, también había perdido la virginidad con él un par de a?os después, cuando decidí que había llegado el momento de ser realista y aceptar que Axel jamás me miraría como si fuese una mujer y no una ni?a.

—?Y qué tal fue? —pregunté.

—Bien. Demasiado bien.

—?Cómo puede algo ir demasiado bien? —Me llevé a la boca un trozo de magdalena.

—Leah... —torció el gesto—, le dije que no podía seguir saliendo con él antes de…, antes de hablar contigo. Estuvisteis juntos durante un tiempo.

Y somos amigas. Eso siempre será lo primero.

Sentí un ligero picor en la nariz y parpadeé para no llorar. Miré a Blair, tan trasparente ella, con el cabello oscuro revuelto y esa expresión tan dulce cruzándole el rostro. No la merecía. No merecía una amiga así, tan leal a pesar de que había estado meses ignorando sus llamadas y fingiendo que no podía verla cada vez que venía a buscarme a casa, pidiéndole a Oliver que abriese la puerta y se inventase alguna excusa.

—Puedes salir con Kevin. Y es un chico genial, de verdad, creo que haríais muy buena pareja porque los dos sois igual de generosos. —Me froté la nariz, inspiré hondo—. Siento mucho cómo han sido estos últimos meses. Estoy intentando cambiar. Mejorar.

—Y lo estás consiguiendo —Blair sonrió.

Regresé a casa de Axel caminando a paso lento, contemplando mi alrededor como hacía tiempo que no lo hacía. El sendero pedregoso estaba rodeado por una frondosa vegetación coloreada por infinitos tonos de verde: verde oliva, verde musgo, verde botella, verde lima en las hojas más tiernas, verde menta, verde jade…

Recrear cada color siempre había sido una de las cosas que más me gustaban. Mezclar pinturas, probar, errar, seguir mezclando, aclarar, oscurecer, buscar ese matiz exacto que tenía en la cabeza y que deseaba plasmar…

Avancé más deprisa cuando empezó a llover. Las gotas de agua eran grandes y la lluvia se intensificó a mi paso, como si me diese una tregua para llegar hasta casa. Al cerrar la puerta, ya se había transformado en una tormenta.

—No sabía si salir a buscarte —dijo Axel.

—He llegado justo a tiempo.

El sonido de la lluvia retumbaba en las paredes.

—Creo que queda agua caliente, por si quieres darte una ducha — comentó, y luego lo vi dirigirse hacia la tabla apoyada en la pared, al lado de la puerta trasera.

—?Qué haces? ?Vas a surfear?

—Sí, no tardaré en volver.

—?No! No lo hagas…

—Venga, no pasará nada y las olas son perfectas.

—Por favor… —supliqué otra vez.

Axel me revolvió el pelo y sonrió.

—Volveré antes de que te des cuenta.

Bloqueada, lo vi salir, bajar los tres escalones del porche y alejarse caminando bajo la lluvia, directo a la playa. Quería gritarle que diese media vuelta, rogarle que no se metiese en el agua, pero tan solo me quedé allí, congelada en el sitio, con las pulsaciones aceleradas.

La lluvia repiqueteaba sobre el techo de madera que cubría la terraza cuando salí con el caballete y lo abrí en medio. Busqué entre las pinturas ansiosa, con el corazón latiéndome frenético en el pecho casi al mismo ritmo que el de las gotas de agua impactando en el suelo. Abrí los botes con las manos temblorosas, cogí un pincel y dejé de pensar.

Entonces solo sentí.

Sentí cada trazo, cada curva, cada salpicadura.

Sentí lo que estaba pintando en los dedos agarrotados, en la vulnerabilidad que me sacudía al estar preocupada por él, en el pulso impreciso y en los pensamientos caóticos.

No sé cuánto tiempo estuve delante de aquel lienzo volcando todo lo que tanto me costaba decir con palabras, pero tan solo paré de hacerlo al ver a Axel a lo lejos con la tabla en la mano, bajo la lluvia que seguía cayendo.

Subió a la terraza empapado, y dejó la tabla a un lado.

—La corriente era buena, había olas que… —Se calló al ver mi expresión—. ?Qué ocurre? ?Estás enfadada?

Quise controlarlo. Quise tragarme lo que sentía y encerrarme en mi habitación como hacía los primeros meses. No reaccionar. No desentumecerme.

Pero no pude. Sencillamente, no pude.

—Sí, joder, ?sí! —exploté—. ?No quería que te fueses! ?No quería tener que estar preguntándome si te habría ocurrido algo! ?No quería preocuparme por ti! ?Ni tener ansiedad y miedo y ganas de gritarte como lo estoy haciendo ahora!

Axel me miró sorprendido y sus ojos se llenaron de comprensión.

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