Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(42)



—Sigue, Leah. Quiero entenderte.

—Yo solo…, solo vi todo eso y me pregunté cómo era posible que nada hubiese cambiado. Parecía irreal. Casi una broma. Supongo que es lo que pasa cuando un mundo se para, no solo por algo así, también por una ruptura, por una enfermedad… Es como sentir que estás congelada mientras todo se mueve. Y creo…, creo que cada uno de nosotros vivimos dentro de una burbuja, muy centrados en nuestras cosas, hasta que de pronto un día esa burbuja estalla y quieres gritar y te sientes solo y desprotegido. — Tragué saliva para deshacer el nudo que me oprimía la garganta—. Fue como ver las cosas a través de otra perspectiva, más lejana y borrosa, todo en blanco y negro.

—Y tú siempre pintas lo que sientes —susurró Axel, y me gustó que pudiese colarse dentro de mí, entenderme y descifrarme incluso cuando a veces yo misma no sabía por qué hacía las cosas; como aquello, la ausencia de color, la necesidad de que fuese así.





44



AXEL

Después de aquella noche en la playa, Leah volvió a encerrarse en sí misma. No quiso decirme por qué y yo tampoco insistí demasiado y la dejé tranquila durante unos días. Por las ma?anas, antes del instituto, siguió acompa?ándome a hacer surf. Y por las tardes, cuando terminaba de trabajar y ella de estudiar, pasábamos un rato juntos en la terraza leyendo, escuchando música o tan solo compartiendo el silencio.

A pesar de no evitarnos, apenas hablábamos.

Leah se puso a pintar el viernes por la noche. Yo estaba dándole el último trago al té con un libro en la mano cuando la vi ponerse en pie con lentitud y acercarse al lienzo en blanco. La observé de reojo, tumbado en la hamaca a un par de metros de distancia.

Ella cogió un pincel, abrió la pintura negra y respiró hondo antes de permitir que lo que fuese que tuviese en su cabeza saliese. La contemplé maravillado, atento a los movimientos suaves de sus brazos, a la fuerza con la que sus dedos se aferraban al pincel, a sus hombros tensos y al ce?o fruncido, a esa energía que parecía empujarla a dibujar un trazo y luego otro y otro más. Controlé las ganas de levantarme para ver lo que estaba haciendo cuando vi que mezclaba la pintura y creaba diferentes tonalidades de gris.

Yo también me había sentido así alguna vez, pero hacía tanto tiempo que ya era incapaz de recordar la sensación exacta. Había sido en el estudio de Douglas, algunas tardes que pasaba con él allí, sintiendo…, sintiéndolo todo, quizá porque por aquel entonces no pensaba demasiado y tampoco me importaba el resultado final, hacerlo bien o mal. Me bastaba con hablar un rato con él tomándome una cerveza y dejar que las cosas fluyesen.

Cuando Leah terminó, me levanté.

—?Puedo verlo? —pregunté.

—Es horrible —me advirtió.

—Vale, intentaré soportarlo.

Una sonrisa tiró de las comisuras de su boca mientras me acercaba y contemplaba el cuadro. Había un punto en el centro, redondo y solo, congelado en medio de un remolino de pintura que giraba a su alrededor; la burbuja y el resto del mundo siguiendo su curso. Por una vez, no me fijé solo en el contenido, también en la técnica, en cómo había plasmado el movimiento circular; tan real, tan ella.

Una vez Douglas me dijo que lo complicado de la creatividad no es tener una idea o ver una imagen en tu cabeza que deseas dibujar, lo jodido es volcar todo eso, hacerlo existir, conseguir encontrar ese hilo conductor entre lo imaginario y lo terrenal para lograr expresar ese pensamiento, las sensaciones, las emociones…

—A mí me gusta. Me lo quedo.

—?No! Este no.

—?Por qué? —Me crucé de brazos.

—Porque para ti… haré otro. Algún día. No sé cuándo.

—De acuerdo, te tomo la palabra. —Estiré los brazos en alto—. No deberíamos tardar en acostarnos si ma?ana queremos ir a bucear.

—No me habías dicho nada —replicó.

—?No? Bueno, pues te lo digo ahora.

Leah arrugó la nariz, pero no protestó y empezó a limpiar los pinceles y a guardar el material. Le di las buenas noches y la dejé allí cuando entré en casa.

Julian Rocks era uno de los lugares más famosos para bucear y quedaba a escasos veinte minutos de casa. Cargamos parte del material en la zona trasera de la pickup, porque el resto lo alquilaríamos en un centro de buceo. Arranqué el motor y subí el volumen de la música. Hacía un día agradable y la temperatura era suave y cálida a pesar del invierno. Mientras dejábamos atrás playas casi salvajes y selva tropical, recordé por qué me sentía tan atado a esa parte del mundo.

—Vas muy rápido —susurró Leah a mi lado.

—Perdona. —Frené un poco—. ?Mejor así?

Apenas dijo nada más cuando llegamos y empezamos con los preparativos, pero me gustó verla concentrada y decidida, muy entera.

Había algunos surfistas en la playa cuando subimos a la lancha junto a varias personas más y nos alejamos de la costa. Leah se mantuvo a mi lado pensativa, mientras yo hablaba con un viejo conocido que era instructor de buceo. No tardamos en parar.

Alice Kellen's Books