Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(40)



Oliver se quedó pensativo.

—?Por qué no me lo ha dicho?

Ah, la pregunta que yo no quería escuchar.

—Puede que estés demasiado cerca. ?Por qué hay gente que es capaz de abrirse y hablar con un psicólogo de cosas que no le cuenta ni a su familia? Supongo que a veces estar tan unido a alguien complica las cosas.

Y creo…, creo que ella se siente culpable contigo, por tantos cambios…

Se quedó con la vista fija en el vaso ya vacío e ignorando la música animada que sonaba a nuestro alrededor.

—Cuídala, ?vale? Como si fuese tu hermana.

Sentí una presión desconocida en el pecho.

—Lo haré, te lo prometo. —Me puse en pie—. Venga, vamos a divertirnos.





41



LEAH

Me froté los ojos y me senté en un taburete al lado de Oliver, delante de la barra de la cocina en la que solíamos desayunar. Bebí un poco de zumo de naranja.

—Leah, sabes que te quiero, ?verdad?

Lo miré. Sorprendida. Cohibida. Asustada.

—Eres la persona más importante de mi vida. Da igual lo que me pidas, siempre te diré que sí. Ahora estamos solos, tú y yo, mano a mano, pero encontraremos la manera de salir adelante y de mantenernos unidos.

Quiero que confíes en mí, ?de acuerdo? Y si en algún momento te apetece hablar, da igual la hora que sea o si estoy en Sídney, llámame. Yo estaré al otro lado esperando.

Respiré, respiré, respiré más fuerte…





JUNIO



(INVIERNO)





42



AXEL

—?Qué tal la condicional? ?Te has divertido? —pregunté en cuanto Oliver se marchó. Seguí a Leah hasta su habitación y me crucé de brazos mientras ella dejaba la maleta al lado del armario—. ?Qué te ocurre?

Leah me miró con inquietud.

—Quiero que me ayudes.

El corazón me latió fuerte.

—Estoy en ello. Confía en mí.

—Gracias. —Apartó la mirada—. Voy a guardar la ropa.

Advertí cómo se limpiaba el sudor de las palmas de las manos en los vaqueros, los nervios que la sacudían, la rigidez de sus hombros.

—?Qué te apetece cenar? ?Los presos no tienen en las cárceles un día especial en el que pueden elegir el menú o algo así?

Ella sonrió un poco y la tensión se disipó.

—Vamos, elige a la carta, aprovecha.

—?Entre brócoli o acelgas? Hum.

—?Lasa?a vegetal? Con mucho queso.

—Hecho —dijo, y abrió la maleta.

Puse el tocadiscos y la música llenó cada rincón de la casa mientras empezaba a cortar las verduras en trozos peque?os. Pensé en ese ?quiero que me ayudes? que casi había sido una súplica, en la valentía y el miedo entremezclados hasta el punto de que no sabía dónde empezaba un sentimiento y terminaba otro.

—?Te ayudo en algo?

—Sí, saca la bandeja.

Terminamos haciéndola entre los dos, aunque no estaba seguro de que fuese una lasa?a como tal, pero sí un revuelto de verduras, pasta y una ingente cantidad de queso. Mientras se gratinaba, limpiamos la cocina y fregamos los platos; yo enjabonaba y ella los escurría.

Cenamos en la terraza en silencio.

Al acabar, entré para coger un bolígrafo y papel.

—Este es el plan. Vamos a hacer cosas durante este mes. Cosas nuevas. O cosas que provoquen sensaciones. El otro día pensaba en toda esa gente que vive un poco de forma autómata, sin ser muy consciente de que lo está haciendo, ?sabes a qué tipo de personas me refiero?

Leah asintió lentamente.

—Vale, pues pensaba en eso… y en si es posible que uno se olvide de ser feliz, que de pronto mire atrás y se dé cuenta una ma?ana de que lleva a?os insatisfecho, vacío.

—Puede ser, supongo.

—Estuve dándole vueltas a qué pasaría si me ocurriese. Qué cosas me harían recordar esa sensación de plenitud. Y no sé, me vinieron a la cabeza las más cotidianas, y las más raras también. Como, por ejemplo, comer espaguetis. —Ella se echó a reír y yo me quedé con ese sonido; tan vibrante, tan vivo—. Va en serio, joder, comer es un placer. Y me arrepiento de todas esas veces que me he terminado un plato casi sin saborearlo, porque creo que ahora, siendo consciente, lo disfrutaría de verdad. Deja de reírte, cari…

Me callé y suspiré, un poco molesto por no poder llamarla ya así, como antes, como siempre desde que era una ni?a.

—Comida. Tienes razón —admitió. Leah aún sonreía cuando lo apunté.

—Algo que hacías antes. Bucear, por ejemplo.

—Podría intentarlo… —dijo dubitativa.

—Claro. Lo haremos juntos un día.

—De acuerdo —respiró hondo.

—Escuchar música, respirar, pintar, bailar sin ritmo o hablar conmigo para reforzar la idea de que soy la persona más increíble que vas a conocer jamás —bromeé. Leah me dio un codazo suave—. Caminar descalza y sentir que lo haces. Ver el amanecer… —Hice una pausa—. Pero nada de todo esto sirve si tú no lo sientes, Leah.

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