Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(43)



—?Estás preparada? —la miré.

—Sí. Tengo…, tengo ganas.

Tras ultimar los detalles, revisé su equipo.

—Tú primera, ?vale? Yo te sigo.

Cuando llegó su turno, después de que otros dos chicos se sumergiesen, se sentó en el extremo de la lancha, de espaldas al agua, y se dejó caer. Y entonces sentí algo raro al verla hundirse. Inquietud. Una jodida sensación de angustia. Eso me gustó y me disgustó a partes iguales; la extra?eza de sentir algo así frente a lo irracional del pensamiento.

—Bajo ya —le dije al instructor.

La vi enseguida, apenas a unos metros de distancia. El mar estaba tranquilo. Julian Rocks era una reserva marina con una gran biodiversidad por la mezcla de corrientes cálidas y frías; no tardamos más de unos minutos en ver un tiburón leopardo y mantas raya. Leah alargó la mano hacia un banco de peces payaso que se dispersó cuando nos acercamos. La seguí cuando se entretuvo con una tortuga enorme y cuando dejó de moverse entre miles de peces, rodeada de una explosión de color en medio del océano. La imagen se me quedó grabada en la cabeza como si hubiese hecho una fotografía mental; la paz que desprendía, las tonalidades mezcladas, la belleza de algo tan salvaje…

Ya en tierra, comimos en un local tailandés. Pedimos tallarines, arroz con verduras y la sopa del día.

—?A qué hora vamos a volver?

—?Por qué lo preguntas? ?Tienes prisa?

—Le dije a Blair que quizá…, quizá podría tomarme un café con ella por la tarde.

—No me lo habías dicho. Claro, te acercaré adonde quieras en cuanto terminemos de comer. ?Qué me dices del buceo? ?Te ha gustado?

Leah sonrió de verdad, animada y contenta.

—Ya casi no lo recordaba. Tantos colores… —dijo mientras removía con los palillos los tallarines que acababan de servirnos—. Peces amarillos y naranjas y azules… Y la tortuga era genial. Me encantan las tortugas, la cara que tienen…

—Joder, qué bueno está —me relamí.

—Tú siempre eres así, ?verdad?

—?Así de genial? —alcé una ceja.

—Disfrutas de cada instante.

—Sí y no. También tengo mis épocas.

—?Alguna vez lo has pasado mal?

Suspiré y dejé los palillos a un lado.

—Claro. Muchas veces, como todos. Es inevitable, Leah. Y no es malo, no tiene por qué serlo, la vida es así; hay momentos buenos y momentos malos. Creo que el secreto está en intentar superar los malos y en disfrutar de los buenos, no nos queda mucho más.

—?No vas a decirme qué te ocurrió?

—Depende. ?Qué me das a cambio?

—?Yo? Dudo que nada te interese.

—?Te estás quedando conmigo?

—De acuerdo. Hagamos un trato.

Me gustó verla bromeando a pesar de que los dos sabíamos que estábamos hablando de un asunto serio. Estiré las piernas por debajo de la mesa hasta casi rozar las suyas. El local tailandés era muy peque?o, había tan solo cinco mesas de madera y nosotros estábamos en una que hacía esquina.

—Hay algo que llevo meses preguntándome. —Me froté el mentón—.

?Cómo es posible que sigas escuchando los Beatles a diario? Es una conexión directa con ellos, con tus padres. Y lo haces desde el primer día, cuando te pasabas las tardes encerrada en la habitación con los auriculares puestos.

Leah apartó la vista un poco nerviosa.

—Lo necesitaba. Eso no podía…, no podía dejarlo atrás, tenía que llevármelo conmigo. No lo sé, Axel, no tengo una respuesta razonable, ni siquiera le encuentro la lógica a la mayor parte de las cosas que siento o hago, porque me contradigo todo el tiempo.

—Todos lo hacemos a veces.

—Supongo. Solo sé que necesito esas canciones, escucharlas. —Se calló, dudando, y a?adió—: Todas menos una.

—?Qué quieres decir?

— Here comes the sun. Esa no.

—?Y por qué no? —pregunté.

Leah deslizó el dedo por una veta de madera en la mesa y la acarició despacio, siguiendo la trayectoria de la peque?a imperfección. Tomó aire antes de mirarme.

—Era la canción que sonaba cuando ocurrió el accidente. La canción que le pedí a mi padre que pusiese.

—No lo sabía, Leah.

Alargué una mano para posarla sobre la suya, pero ella la apartó antes de que pudiese rozarla.

—Háblame de ti, de esas épocas malas.

—Ha habido varias. La peor fue cuando murieron tus padres, pero hubo otras. Momentos en los que me sentí un poco perdido, ya sabes, como todo el mundo cuando no tienes muy claro qué quieres hacer. Y luego, controlar la frustración al darme cuenta de que no quería pintar más, tomar esa decisión… A veces esperas cosas de la vida que no llegan. Quizá la culpa sea nuestra por planificar demasiado, ir marcando rutas que después uno nunca llega a recorrer. Y supongo que eso genera decepciones.

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