Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(46)



—Lo siento, Leah. Ni siquiera lo pensé.

—Ya me he dado cuenta —repliqué, y dejé el pincel.

?Cómo podía no haberlo visto? Me daba miedo, no, más, un pánico atroz que a las personas que quería les pasase algo. Apenas soportaba el mero hecho de pensar en ello. Allí, frente a él, me sentía enfadada y aliviada a la vez por tenerlo de vuelta.

—?Qué es eso? ?Has pintado en color?

Axel se?aló el cuadro. Era oscuro, como todos los demás, pero en un lateral había un solo punto rojo intenso, vibrante, lo único que llamaba la atención de toda la pintura.

—?Sí, porque eso eres tú! ?Un grano en el culo!

Lo dejé allí y entré en casa oyendo sus carcajadas de fondo, cada vez más lejos. Fruncí la nariz ante lo que estaba sintiendo y me llevé una mano al pecho.

Respirar…, solo tenía que respirar…





46



AXEL

Ni siquiera me había parado a pensar en el miedo que Leah pudiese sentir al decirle que iba a surfear en medio de la tormenta. Yo estaba acostumbrado.

De hecho, era uno de mis momentos preferidos; el mar agitado, la lluvia rompiendo la superficie, el caos a mi alrededor y las olas más altas de lo normal debido a las corrientes.

Pero ese punto rojo, ese grano en el culo… Bueno, casi me hacía creer que había valido la pena.

Leah no salió de la habitación hasta la hora de cenar. Preparé una ensalada y dos sopas de sobre de esas que mi madre traía cada vez que venía de visita como si quisiese ir acumulándolas por si se desataba el apocalipsis y nos quedábamos atrapados o algo así.

Seguía lloviendo, así que cenamos en el salón mientras escuchábamos el vinilo de los Beatles que giraba en el tocadiscos. Ella estuvo concentrada en su plato hasta que se lo terminó y contestó a todas mis preguntas con monosílabos.

Fregó los platos mientras yo me preparaba el té.

Una vez volvimos al sofá, cogí un papel.

—Necesitamos hacer más cosas —dije—. Como, no sé, ?qué pasa con esas piruletas de fresa? Antes te encantaban, ?no? Siempre llevabas una en la boca.

—No lo sé. Ya no —respondió.

—?Y qué te apetecería que apuntásemos en la lista? Ahora tienes carta blanca. Y es divertido, ?no? Tú y yo juntos haciendo lo primero que se te pase por la cabeza.

—Quiero bailar Let it be con los ojos cerrados.

—Es una idea genial. Hecho. —La apunté.

—Y también quiero emborracharme.

—?Quién soy yo para impedirlo? Eres mayor de edad. De acuerdo. Me gusta que estés participativa. ?Qué más podemos hacer? —Me llevé el bolígrafo a la boca—. A ver, cosas que hagan sentir, dejar de pensar…

—Un beso. —Leah me miró—. Tuyo —aclaró.

Se me subió el puto corazón a la garganta.

—Leah… —Mi voz era un susurro ronco.

—No es para tanto. Solo una emoción más…

—Eso no puede ser. Pensemos en otra cosa.

—?No eras tú el que no les daba más importancia a las cosas que la que tenían? Es solo un beso, Axel, y jamás se enterará nadie, te lo prometo.

Pero quiero…, quiero saber cómo es, qué se siente. ?Qué más te da? Si tú besas a cualquiera…

—Por eso. Porque son cualquiera.

—Está bien, olvídalo. —Suspiró dando la batalla por perdida.

Jugueteé con el bolígrafo entre los dedos.

—?A qué ha venido eso, Leah?

Ella alzó el mentón. Respiró hondo.

—Ya lo sabes, Axel. Que antes yo…, que hace a?os…

—Déjalo, no me lo digas. Ahora vuelvo.

Me levanté para ir a fumarme un cigarro.

Seguía lloviendo a cántaros cuando me apoyé en la barandilla de madera y expulsé el humo de la primera calada. La oscuridad lo envolvía todo y parecía amortiguar el ruido de la tormenta. Suspiré hondo, cansado, frotándome el mentón.

Pensé en la chica que tenía dentro de casa. En lo complicada que era.

En tantos nudos que había ido desenredando poco a poco sin saber los que todavía me quedaban por descubrir.

Y al mismo tiempo me gustaba eso.

El desafío. El reto. Era casi una provocación.

Apagué el cigarro justo cuando la gata apareció en el porche. Estaba empapada y más delgada que nunca. Me miró y maulló.

—Bueno, un día es un día, supongo que puedes quedarte a pasar la noche. —Le abrí la puerta y, como si lo hubiese entendido, se sacudió y luego entró.

—?Pobrecita! —Leah se acercó.

—Iré a por una toalla.

La secamos entre los dos frotándola mientras ella nos bufaba de vez en cuando o hacía el amago de darnos un zarpazo.

—?Sabes a quién me recuerda?

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