Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(50)



De nuevo él. Siempre él.

Y renunciar a eso… era imposible.





50



AXEL

Me levanté de un humor de perros y aún enfadado conmigo mismo, con ella y con cualquier cosa que se me pusiese por delante. Me limité a beberme el café de un trago, cogí la tabla y me adentré en el camino que conducía hacia la playa.

El agua estaba más fría durante esa época del a?o, pero casi lo agradecí. Me concentré en las olas, en dominar mi propio cuerpo mientras las cabalgaba, en el sol que se alzaba lentamente tras la línea del horizonte, en el sonido de las olas…

Y cuando acabé agotado en el agua con los brazos sobre la tabla, los pensamientos que había intentado enterrar regresaron con fuerza.

Ella. Y esos labios suaves que sabían a lima.

Cerré los ojos suspirando hondo.

?Qué cojones me había pasado?

Salí del agua casi más cabreado y regresé a casa. Dejé la tabla en la terraza y vi que Leah se había levantado y estaba sirviéndose una taza de café en la cocina, detrás de la barra americana. Tragué saliva tenso. Ella me miró de reojo.

—?Por qué no me has despertado?

—Anoche nos quedamos hasta tarde.

Leah se llevó un mechón de cabello tras la oreja.

—Ya, pero siempre me despiertas.

—Pues hoy no. ?Ha sobrado café?

—Creo que un poco.

—Bien.

Me serví el segundo del día y abrí la nevera para buscar algo para picar. Tal como me temía, oí su voz a mi espalda. Y fue el tono…, ese tono que decía que no iba a dejarlo pasar sin más. Ese tono que no quería oír.

—Axel, lo de anoche…

—Eso fue una jodida aberración.

—No lo dices en serio —susurró temblando.

Dejé escapar el aire que estaba conteniendo y apoyé la cadera en uno de los muebles de la cocina. La miré a los ojos. Y fui firme. Y duro. Todo lo que tenía que ser.

—Leah, me pediste eso, que te regalase un beso. Lo hice, aunque ahora sé que no debía. Supongo que tendría que haberme dado cuenta de que confundirías las cosas, y no te culpo. Lo estás pasando mal. Y eres…, eres…

Ella dio un paso al frente.

—?Qué soy? Dilo.

—Eres una ni?a, Leah.

—Sabes que eso me duele.

—Ya te irás dando cuenta de que el dolor, a veces, cura otras cosas.

Y tenía que curarse de mí, de lo que fuese que tuviese en su cabeza.

No estaba muy seguro de qué sentía ella y, como había ocurrido aquel día a?os atrás cuando vi los corazones en su agenda, tampoco quería saberlo.

Hay cosas que es mejor dejar tal y como están hasta que desaparezcan.

Evitarlas. Mirar hacia otro lado.

Era más fácil así. Mucho más fácil, sí…

Cogí un tetrabrik de zumo de manzana.

—No te creo, Axel. Yo lo sentí. Te sentí.

Avanzó hacia mí, un paso tras otro. Y cada paso fue un jodido vuelco en el estómago. Vi en ella a la chica que había sido antes, esa que se lanzaba al vacío sin pensar, la que no conocía la palabra ?consecuencias?.

La apasionada. La intensa. La que permitía que las emociones la desbordasen porque no las temía. De la que nunca sabías por dónde iba a salir. La que pintaba casi con los ojos cerrados y se dejaba llevar por lo que sentía, sin analizar cada trazo, sin ser consciente de que hacía magia.

—Sé que yo te lo pedí. Pero fue de verdad. El beso.

—Leah, no compliques las cosas —gru?í enfadado.

—Vale, pues solo admítelo. Y pararé.

—No voy a mentirte para que estés contenta.

Guardé el zumo y cerré la nevera dando un portazo mientras pensaba en el lío en el que me había metido por una puta tontería. La dejé allí y salí a la terraza.

En qué mal momento había decidido emborracharme con ella. En qué mal momento había cedido y me había dejado llevar por el impulso. En qué mal momento todo. Porque no entendía qué estaba ocurriendo. Que la chica de siempre, la que había visto crecer, estuviese ahora pidiéndome que admitiese que ese beso había sido real.

Si Oliver llegaba a enterarse, me mataría.

Y joder, ?qué pensaría Douglas Jones de aquello?

Cuando la pregunta me azotó, fruncí el ce?o. Era la primera vez que lo recordaba así, como si él aún estuviese en algún otro lugar. Me froté la cara.

Yo nunca había entendido a esas personas que, cuando les pasaba algo bueno, pensaban que era algo que sus seres queridos fallecidos les habían regalado, que era obra de ellos; y, cuando ocurría algo malo, al revés, se reprendían creyendo que los estarían decepcionando. Era una ilusión.

Aferrarse a la esperanza por supervivencia.

El vaso medio vacío me decía que, si la situación de los primeros meses había sido difícil, con ella sin hablar y encerrada, aquella que empezaba a dibujarse iba a ser aún peor. El vaso medio lleno gritaba que, de algún modo retorcido, Leah estaba sintiendo. Sí, sentía lo que no debía, pero al menos lo hacía, que era mejor que la alternativa: el vacío.

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