Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(48)



—Vale. Ya voy.

Limpié los pinceles y lo ayudé a sacar los platos.

Al terminar, en vez de prepararse un té, me pidió que lo acompa?ase dentro y sacó las botellas que tenía guardadas en los armarios de arriba.

Ron. Ginebra. Tequila. Apoyó las manos en la barra de madera de la cocina y alzó las cejas divertido.

—?Qué te apetece?

—?Un mojito?

—Hecho. Tú pica un poco de hielo.

Axel cogió azúcar y un par de limas de la nevera antes de salir a la terraza para buscar unas hojas de la menta que crecía cerca del porche.

Terminamos preparando una jarra que él agitó para mezclar los ingredientes.

—Ya está listo el mejor mojito del mundo.

—A ver si es verdad… —él me miró divertido mientras salíamos a la terraza.

—Si en algún momento veo que estás a un paso de terminar desnudándote en medio del salón, te frenaré, ?de acuerdo?

Noté que me ardían las mejillas.

—Dijiste que nunca había pasado…

—Y nunca pasó. Solo ponía un ejemplo. —Bebió un trago y se relamió sin apartar sus ojos de mí; sentí un escalofrío—. Sé buena y sacia mi curiosidad: ?antes te emborrachabas a menudo? ?Por eso lo has metido en la lista?

—No, qué va. Solo un par de veces.

—?Y qué pasó en el festival? —preguntó serio.

—Nada. Que me bebí tres cervezas y está claro que no las digerí muy bien.

—Vale. Pues bebe con cuidado. Sorbitos peque?os, como los ni?os.

Lo asesiné con la mirada, dolida. Parecía que hacía a propósito lo de remarcar todo el tiempo que le parecía una cría. Y no era mi mejor momento para demostrarle que se equivocaba, no cuando dependía de todos, cuando no había sido capaz de superar la pérdida de mis padres como el resto del mundo.

Me bebí la mitad del mojito de un trago.

—Eh, no bromeaba, joder. Sorbos peque?os.

—No te estoy pidiendo consejo —repliqué.

—Aun así, me tomaré la molestia de darte uno: no me desafíes.

Me terminé el resto. Axel apretó la mandíbula mientras yo entraba y me servía una segunda copa. Salí unos minutos después. él estaba de pie con un cigarro entre los dedos y apoyado en la barandilla de madera que atravesaba la terraza.

Se volvió y se cruzó de brazos.

—?Qué te ocurre? Vamos, suéltalo.

Tomé aire nerviosa. Estábamos cerca.

—Odio que me trates como a una ni?a. Ya sé que a veces lo parezco y que piensas que lo soy, pero no es verdad. Antes no me sentía así. Y no me gusta hacerlo ahora.

—Está bien.

Axel apagó el cigarro antes de ir a por otro mojito. Nos sentamos juntos entre los almohadones y hablamos, hablamos sin parar durante más de una hora; de él, de mí, de cosas sin importancia y de otras que sí la tenían.

—Y crees que debería ir a la universidad…

—No es que lo crea, sé que sí, Leah.

—Yo no quiero estar sola.

—Conocerás a gente nueva.

—Eso es fácil para ti.

—Necesitas experiencia.

—?De qué? —Bebí un trago.

—De todo. Experiencia de vida.

—Me aterra cómo suena…

Axel se rio y sacudió la cabeza.

—Espera aquí, voy a poner música.





48



AXEL

Puse un vinilo de los Beatles.

Leah me sonrió cuando volví a la terraza con dos mojitos más en la mano y le tendí uno mientras la música envolvía la noche. Me encendí otro cigarro, sin apartar la mirada del cielo lleno de estrellas que parecían temblar al ritmo de las notas.

—?Está siendo como esperabas?

Ella se estiró.

—Sí. Gracias, Axel.

Me gustó verla así, tan centrada en ese mismo instante, sin pensar en nada más, con la cabeza vacía del caos que normalmente la llenaba.

Llevaba el cabello alborotado, muy largo, y cuando se puso en pie se tambaleó un poco. La agarré de la cintura.

—Estoy un poco mareada —se rio.

—Ya has bebido bastante.

Tenía los ojos brillantes y eran como un mar de color turquesa. Me perdí en ellos unos segundos mientras ella se movía con lentitud, cada vez más cerca. Entonces empezó a sonar Let it be y dejé que me rodease el cuello con las manos. Me dejé llevar. Alcé los brazos y deslicé los dedos despacio hasta alcanzar sus caderas y pegarla más a mí, bailando lento, bailando bajo las estrellas en aquella casa alejada del resto del mundo.

Se puso de puntillas y sentí su aliento cálido contra la mejilla. Me estremecí antes de sujetarla y mantenerla quieta entre mis brazos, congelados en ese instante.

—Leah…, ?qué haces? —susurré en su oreja.

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