Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(36)



??Qué tal las vacaciones??

?Bien. Pintando. ?Y tú??

?En la playa con estos. ?Vas andando a casa??

?Sí, ?por qué lo preguntas??

??Puedo acompa?arte??

Mordisqueé un poco la punta del bolígrafo y contesté solo con un ? sí? .

Cuando las clases terminaron y me despedí de Blair, que iba en otra dirección, Kevin se acercó con una sonrisa tímida.

Apenas hablamos al principio, como si mandarnos notas en clase no tuviese nada que ver con estar cara a cara; pero conforme fueron pasando los días, la incomodidad se disipó y me di cuenta de que Kevin era divertido y muy inteligente. Le gustaban los palitos de regaliz y a veces se comía alguno mientras caminábamos, porque decía que le daba envidia verme a mí con una piruleta en la boca. Me hacía reír. Era una de esas personas optimistas que siempre estaban alegres y conseguían contagiar ese sentimiento.

—Así que vendrás este sábado a la fiesta de la playa —repitió cuando llegamos a la puerta de mi casa.

Yo asentí, con las manos en las asas de la mochila. Kevin me miró nervioso y cogió aire antes de hablar:

—Iba a esperar hasta entonces, pero…

Supe lo que pensaba hacer antes de que sucediese.

Allí, bajo un zarzo dorado que trepaba por la valla blanquecina entre las hierbas que crecían salvajes, él se inclinó y me besó. Fue un beso un poco torpe y cohibido, como lo son casi todos a esa edad. Yo cerré los ojos y noté un cosquilleo en el estómago que persistió mientras Kevin se daba la vuelta y se marchaba calle abajo.

No me moví hasta que oí una voz familiar:

—Prometo que no se lo contaré a nadie.

Me volví. Axel alzó las cejas y sonrió divertido.

—?Qué haces aquí? —pregunté.

—Había quedado con tu padre. No me mires así, no pretendía espiarte.

Parece un buen chico, de los que cortan el césped los sábados por la ma?ana y acompa?an a su novia hasta la puerta de casa. Me gusta. Tienes mi aprobación.

—No necesito tu maldita aprobación.

—?Venga! ?No me digas que te has enfadado!

Reprimí las ganas de llorar, entré en casa y me encerré en mi habitación. Mi madre subió un rato después con un bote de helado. Se sentó a mi lado en la cama, con las piernas cruzadas y la bata llena de pintura seca, y me tendió una cucharilla antes de hundir la suya en el chocolate.

Tragué saliva y la imité.

Tiempo después entendí que una madre siempre suele saber más de lo que parece. Que hay cosas que no se le pueden esconder cuando se trata de sentimientos. Que, a pesar de respetar mis silencios, ella lo supo casi antes de que yo misma empezase a darme cuenta.





36



LEAH

Sonaba de fondo Ticket to ride y cada nota conducía a un trazo diferente, más preciso, más contundente, como si deseasen traspasar la superficie rugosa del lienzo.

Pinté sin parar. Casi sin respirar. Sin ver nada más.

Pinté hasta que el cielo se oscureció tanto como el cuadro.

Ni siquiera le presté atención a Axel, que estuvo tumbado en la hamaca con un libro. Su mirada se desvió hacia mí cuando suspiré con fuerza. Se levantó despacio; me recordó a un gato perezoso, estirándose con suavidad mientras se acercaba hacia mí.

Miró el cuadro. Se cruzó de brazos.

—?Qué se supone que debería ver?

—No lo sé. ?Qué es lo que ves?

El cuadro era negro, absolutamente negro.

—Te veo a ti —respondió, y luego alzó la mano y se?aló una esquina puntiaguda del lienzo que se había quedado de color blanco—. Te has dejado esto. Dame el pincel.

Intentó cogerlo de mis manos, pero yo di un paso hacia atrás y negué con la cabeza. él levantó una ceja curioso, esperando una explicación.

—No me lo he dejado. No sin querer.

Axel sonrió cuando comprendió el significado.





37



AXEL

—?Preparada para el día de excursión?

Leah me miró y se encogió de hombros.

—Me lo tomaré como un sí —dije.

Era el penúltimo sábado del mes, lo que significaba que Oliver volvería al cabo de dos días, y por alguna razón eso me hacía sentir que no teníamos tiempo que perder. Salimos de casa y caminamos en silencio. Yo llevaba una mochila y había preparado un par de sándwiches y un termo lleno de café. Avanzamos alrededor de dos kilómetros por el sendero pedregoso que conducía hacia la ciudad. Al pasar por delante de la cafetería familiar, entramos y saludamos a mi hermano.

—?Adónde vais? —preguntó Justin.

—De excursión, como los ni?os —respondió Leah.

él pareció sorprenderse cuando la oyó bromear, pero, tras un primer momento tenso, le sirvió un trozo de tarta de queso.

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