Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(31)



Leah estaba sentada al estilo indio.

—Así que, retomando el tema, ?lo has entendido todo?

—No hay nada que entender, solo tengo que hacer todo lo que tú hagas.

—Exacto. Qué razonable eres, cari?o —bromeé.

—No me llames así más —susurró con una mirada dura, intensa.

—?Qué dices?

—Eso… eso de ?cari?o? —logró decir.

—Siempre lo he hecho. No es…, no significa…

—Ya lo sé. —Bajó la cabeza y el pelo rubio escondió su expresión.

Necesité unos segundos para asimilar aquello, intentar entenderla.

Tenía la sensación de haber pasado a?os alrededor de una persona que nunca había llegado a conocer del todo. Me había quedado en la superficie, sin rascar ni quitar el polvo que recubre las cosas que uno intenta olvidar y deja guardadas en el desván. Y en esos momentos la tenía ahí delante, tan diferente a lo que recordaba, igual pero distinta. Más compleja que nunca, más enredada en su madurez.

—Está bien. No volveré a llamarte así.

—No es por la palabra, es por el cómo.

—?Quieres explicármelo?

Ella negó y yo no la presioné.

Me levanté, fui hasta el tocadiscos y elegí un disco de Elvis Presley.

Coloqué la aguja en el surco y me quedé contemplando el vinilo girando con suavidad y las líneas curvas moviéndose antes de regresar a la terraza.

Vivimos en silencio aquel atardecer de música.





32



LEAH

Recuerdo la primera vez que me rompieron el corazón. Yo había imaginado que sería como un crac seco, contundente, de golpe. Pero no ocurrió de esa manera, sino trozo a trozo; pedacitos peque?os, casi diminutos, punzantes.

Así fue como di la bienvenida a un a?o nuevo.

Tenía quince a?os y mis padres se habían ido a celebrar esa noche con los Nguyen a Brisbane, a una fiesta de unos amigos que tenían una galería de arte con la que, a veces, papá había colaborado. Estuve suplicando durante semanas, y al final me permitieron quedarme con Oliver y Axel, que iban a estar en casa con unos amigos.

Nunca antes me había maquillado, pero ese día Blair me ayudó: un poco de máscara de pesta?as, colorete y labial casi transparente. Estrené un vestido negro y ajustado y me dejé el cabello suelto. Al mirarme en el espejo, me vi mayor y guapa. Sonreí hasta que Blair empezó a reírse a mi espalda.

—?En qué estás pensando? —me preguntó.

—En que me gustaría que fuese mi primer beso.

Blair suspiró sonoramente y me arrebató el brillo de labios para aplicarse un poco delante del espejo. Se dio la vuelta y me colocó bien el pelo por la espalda.

—Podrías besar a cualquier chico de clase.

—Ninguno me gusta —contesté decidida.

—Kevin Jax está loco por ti y es guapísimo, cualquier chica desearía salir con él. ?Te has fijado en sus ojos? Son de dos colores distintos.

No me importaba nada Kevin ni tampoco que Axel fuese diez a?os más mayor. Solo podía pensar en él; en el cosquilleo que me acompa?aba desde que había vuelto a Byron Bay, en lo mucho que me afectaba una mirada suya o verlo sonreír, como si todo lo demás se congelase.

Oliver me miró ce?udo cuando salí al comedor.

—?Qué llevas puesto?

—Un vestido.

—Un vestido muy corto.

—Se llevan así —repliqué y, al ver que no parecía convencido, fui hacia él y lo abracé—. Vamos, Oliver, no seas aguafiestas, que es mi primera noche de fin de a?o sin los papás.

—Más te vale no darme trabajo.

—No lo haré. Te lo prometo.

él sonrió y me dio un beso en la frente.

Me despedí de Blair y ayudé a mi hermano con los preparativos de la cena, aunque casi todo era precocinado. Oliver puso la mesa grande en el centro del salón y yo extendí un mantel y llevé los cubiertos y los vasos. El timbre sonó mientras colocaba bien un tenedor encima de la servilleta de color amarillo. Recuerdo ese detalle porque, en ese momento, oí la voz de Axel y me dio un vuelco el estómago, así que centré la mirada en los peque?os cuadraditos del estampado.

—?Dónde dejo la bebida? —preguntó.

—Mejor ya en el comedor —le dijo Oliver.

Me di la vuelta hacia él con las rodillas temblorosas.

No sé qué esperaba. No sé si pensaba que él me vería con aquel vestido negro y los ojos pintados y de repente dejaría de parecerle una ni?a peque?a, aunque siguiera siéndolo. Se fijó. Sí que lo hizo. Lo sé porque Axel siempre ha sido muy transparente en sus gestos, pero no pareció sorprendido.

Dejó las botellas y me dio un beso en la mejilla.

—Cari?o, ?puedes poner un cubierto más?

Lo odié. Odié ese ?cari?o? con el que solía dirigirse a mí como si fuese una cría, ese que no tenía nada que ver con el tono que seguramente usaba en la intimidad. Tan tierno, tan de hermano mayor, tan… de todo lo que no quería que fuese.

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