Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(34)



Ella cerró los ojos y su rostro se llenó de paz, porque estaba a mi lado sintiendo lo mismo que yo, fija en ese momento y en nada más, como una chincheta que cuelgas en la pared y no se mueve de ahí, no va hacia atrás ni hacia delante, no va a ningún sitio.

—No abras los ojos, Leah.

—?Por qué?

—Porque ahora voy a ense?arte algo crucial.

Se quedó quieta. No se oía nada. Solo teníamos el mar a nuestro alrededor y el sol alzándose despacio. Y en medio de esa calma, me eché a reír y, antes de que ella pudiese entender qué estaba pasando, la tiré de la tabla.

Salió del agua rápidamente.

—??Por qué has hecho eso!? —gritó.

—?Y por qué no? Empezaba a aburrirme.

—?Qué problema tienes?

Se lanzó hacia mí y dejé que me hundiese la cabeza, pero la arrastré conmigo hacia el fondo. Emergimos unos segundos después; Leah tosiendo, yo todavía sonriendo. Y en ese momento, cuando el amanecer casi llegaba a su fin, me di cuenta de lo cerca que estábamos, de que le estaba rodeando la cintura con una mano y de que, por alguna razón, ese gesto ya no me resultaba tan cómodo como antes, cuando a?os atrás Leah se venía a surfear con Oliver y conmigo un día cualquiera.

La solté inquieto.

—Será mejor que salgamos ya o llegarás tarde al instituto.

—Dice el que acaba de tirarme de la tabla como un crío.

—Ya casi había olvidado lo contestona que eras.

Leah resopló sin poder ocultar una sonrisa.





34



AXEL

—No me jodas —mascullé.

—Esa boca, hijo. Menudos modales.

Mi madre entró en casa sin avisar, cargada con bolsas suficientes como para abastecer a un ejército y seguida por los gemelos, mi hermano, mi cu?ada y mi padre. Era sábado, así que tardé un par de minutos en asimilar la escena mientras todos me saludaban.

—?Qué demonios estáis haciendo aquí? ?Y quién está en la cafetería?

—?Demonios! —gritó Max, y su padre le tapó la boca como si acabase de decir ?hijo de puta? o algo peor.

—Es festivo, ?lo has olvidado?

—Evidentemente sí.

—?Dónde está Leah?

—Durmiendo.

En ese momento ella abrió la puerta de su habitación, todavía bostezando, y los gemelos se lanzaron a abrazarla; quizá ellos eran los menos conscientes de que esa chica que antes se dedicaba a disfrazarlos y a jugar ya no era la misma. Leah los acogió en sus brazos y dejó que mi madre la agobiase un rato.

—?Por qué estáis aquí? —pregunté.

—Siempre alegre de vernos —ironizó Justin.

—Colega, tu madre ha pensado que podríamos pasar el día todos juntos y hemos intentado llamarte, pero tenías el teléfono apagado —dijo mi padre.

Mi madre resopló mientras vaciaba las bolsas.

—No llames a tu hijo colega.

—?Acaso no lo somos? —Papá me miró.

Iba a contestar cuando mi madre me se?aló.

—?Para qué tienes ese aparato si nunca lo usas?

—Sí que lo hago. A veces. De vez en cuando.

—Es un ermita?o, déjalo —intervino Justin.

—Oliver está harto de decirte que lo tengas enchufado y a mano. Vives aquí aislado y con una chica a tu cargo, ?qué ocurre si os pasa algo? ?Y si te tropiezas y te partes una pierna o estáis en el agua y os ataca un tiburón o…?

—?Joder, mamá! —exclamé alucinado.

—?Joder! —gritó mi sobrino Connor.

—Maravilloso —Justin resopló.

Por suerte, Emily se echó a reír, ganándose una mirada reprobatoria de mi hermano, que salió con los chiquillos a la terraza seguidos por mi padre, sonriente como de costumbre. Me quedé allí, todavía un poco desubicado, observando cómo mi madre guardaba cinco o seis envases de comida preparada en la nevera y una docena de sopas de sobre en la despensa. Leah preparó café mientras Emily hablaba con ella y le preguntaba qué tal le estaba yendo este curso en el instituto.

—Te he traído vitaminas. —Mi madre agitó un bote lleno delante de mis narices.

—?Por qué? Estoy bien.

—Seguro que puedes estar mejor.

—?Tengo mal aspecto o algo así?

—No, pero nunca se sabe. La carencia de vitaminas es la causa de muchas enfermedades, y no solo el escorbuto por falta de la C, o la osteomalacia si no tienes la D, sino también otros problemas como el insomnio, la depresión, la indigestión. ?Incluso la paranoia!

—Ah, de eso sufro mucho, mamá. A veces tengo paranoias en las que mi familia aparece en mi casa un sábado cualquiera sin avisar, pero luego se me pasa y respiro aliviado al darme cuenta de que estoy solo y todo son imaginaciones mías.

—No digas tonterías, hijo.

Me serví el segundo café del día y pregunté a voz en grito si alguien más quería; solo Justin respondió que sí. Se lo preparé y salí a la terraza, en la que terminamos reuniéndonos todos. Mi padre se había sentado en la hamaca con aire bohemio y empezó a decir cosas como ?Huele a paz? o ?Me encanta el rollo que tienes en tu casa?.

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