Cuando no queden más estrellas que contar(31)



Tomé aliento y busqué unos calcetines cortos en la maleta. Luego cogí el teléfono y lo encendí. Abrí los mensajes. Matías me había escrito a primera hora de la ma?ana, y un número desconocido insistía en hablar conmigo y me pedía otra oportunidad. Lo borré sin dudar. Me quedé mirando la pantalla, la peque?a foto que acompa?aba al nombre de mi madre en la lista de chats. Abrí la conversación y allí seguía, una cruda realidad.

Una pregunta sin respuesta.

Un silencio que decía demasiado.

La confirmación de una certeza. Una vez más.

Inspiré hondo y borré la conversación. Después hice lo mismo con el número. ?A la mierda! Estaba harta. Harta de ella. De una familia que nunca lo había sido para mí. Harta de todos.

Abrí la ventana de par en par. El sol brillaba con fuerza y en el cielo no había una sola nube. La imagen era tan perfecta que parecía una postal. Me asomé al exterior y lo que sentí en ese momento solo puedo describirlo como una explosión. Un estallido de formas, colores y aromas que sobrecargaron mis sentidos.

Había tantos detalles que mirar que no sabía dónde posar los ojos. Si en las flores plantadas en todo tipo de recipientes; en la fuente de piedra con forma de mujer; en los cipreses que bordeaban el muro y olían a resina. En los parrales de los que colgaban racimos de uvas aún verdes o en los pajaritos que saltaban de un lado a otro sin dejar de piar.

El jardín era una fantasía.

La recreación de un escenario de cuento.

Me incliné un poco más sobre la repisa. De repente, mi mano resbaló en el borde y el teléfono se me escurrió entre los dedos.

—?No! —Lo vi caer sobre un arbusto, rebotar y desaparecer entre sus ramas—. ?No, no, no...!

Ese móvil poseía la mitad de mi vida en su memoria. Actué por un mero impulso. Salí del piso a toda prisa y me lancé escaleras abajo. Alcancé el vestíbulo. Tiré de la puerta y me precipité fuera. Después corrí hasta el arbusto. Era enorme y estaba cubierto por un montón de peque?as flores azules. Empecé a apartar ramas y acabé con medio cuerpo enterrado en el seto.

Un suspiro de alivio escapó de mi garganta cuando encontré el teléfono intacto.

—Va tutto bene? —preguntó una voz de hombre a mi espalda.

Pegué un respingo y el primer pensamiento que tuve fue que solo llevaba una camiseta y unas braguitas con un dónut y la frase ?I’m so sweet? estampados en el trasero, del que le estaba ofreciendo una vista panorámica. Me di la vuelta, al tiempo que asía el borde de la camiseta y tiraba hacia abajo.

Abrí la boca para contestar, pero al encontrarme con su cara me quedé muda.

?Ay, madre, era él! ?Era él! ?él! ?Giulio!

?Cuántas posibilidades había de que un encuentro así ocurriera? ?Una entre cien mil? ?Una entre un millón? No tenía ni idea, pero allí estaba.

—Stai bene? —preguntó desconcertado.

Balbuceé algo sin sentido, mientras mis ojos revoloteaban sobre él. Debía de rondar los cuarenta, como mi madre, pero parecía mucho más joven. Era guapísimo, con el pelo oscuro repleto de rizos y unos ojos negros en los que apenas se podían distinguir las pupilas. Tenía la piel tostada por el sol y una sonrisa encantadora que mostraba unos dientes perfectos. Sobre la ceja derecha, un lunar idéntico al mío.

El suelo se movió bajo mis pies y tuve que concentrarme.

—?Qué has dicho? —logré articular.

Me miró de arriba abajo y su sonrisa se hizo más amplia.

—Oh, ?espa?ola? —inquirió con un marcado acento. Asentí—. Te preguntaba si estabas bien. Como te he encontrado dentro del jazminero...

Se me escapó una risita tonta y noté que me ponía roja. Alcé la mano con el teléfono y la camiseta se me subió. Rápidamente me cubrí de nuevo.

—Se me había caído.

—Ya... No me suena haberte visto antes.

—Llegué anoche.

—?No serás la nieta de Iria y Blas? No te esperábamos hasta dentro de unas semanas.

—?Eh..., no! Estoy en casa de Lucas.

Su expresión se tornó pícara.

—?Con Luca! Va bene.

La voz de una mujer resonó en el interior de la casa.

—Giulio.

—Sto arrivando, mamma —gritó sin apartar la mirada de mí. Hizo una mueca con los labios—. Mi madre, si no le preparo yo el café... ?Entras? —me preguntó mientras se?alaba la casa.

—Sí, debería vestirme.

—Aquí no creo que le moleste a nadie.

Se le escapó una risita.

Lo seguí hasta la casa, haciendo todo lo posible para no mirarlo embobada. Intenté relajar los músculos y frenar mis latidos, pero no podía. Mi corazón había entrado en barrena y rebotaba dentro de mi pecho como una bola de billar.

—Hablas muy bien espa?ol —comenté.

—En esta casa, el que no lo habla lo... come si dice... ?parlotea?

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