Puro (Pure #1)(83)



El hombre coge la servilleta blanca de tela, la despliega y se la remete por el cuello. Pressia lo imita, todo con una mano. Ingership se cala mejor la visera de la gorra militar y la chica, que no tiene sombrero, opta por retocarse el pelo.

Cuando la mujer coge la fuente de ostras, Ingership levanta dos dedos y acto seguido ella le coloca dos conchas en el plato. Pressia hace lo propio. Y lo mismo con una aceitosa mazorca de maíz y tres huevos.

—Que disfrutéis de la comida —les desea la esposa, que, cuando termina de servir, se queda apostada a un lado de la mesa.

—Gracias, amor —le dice Ingership, que mira entonces a su mujer y le sonríe, orgulloso; esta le devuelve la sonrisa—. Pressia, mi mujer era miembro de las Feministas Femeninas cuando era joven…, o sea, antes…

—Ah —tercia Pressia, a quien lo de ?Feministas Femeninas? no le suena de nada.

—De hecho, pertenecía a la junta. Su madre fue una de las fundadoras.

—Qué bien —dice Pressia con la boca chica.

—Estoy convencido de que nuestra invitada es sensible a esa lucha. Tendrá que equilibrar su condición de oficial con su feminidad, por supuesto.

—Creemos en la educación real de las mujeres —interviene la esposa—. Creemos en el éxito y la asunción de poderes, pero ?por qué ha de estar re?ido todo eso con virtudes femeninas como la belleza, la gracia y la dedicación al hogar y a la familia? ?Por qué tenemos que coger un maletín y actuar como hombres?

Pressia mira a Ingership porque no tiene claro qué decir. ?Está recitando un antiguo anuncio o algo así? Ya no hay educación real para nadie. ?Hogar y familia? ?Qué es un maletín?

—Querida, querida, mejor no entremos en política.

La mujer se queda mirando la media tirante sobre la yema de sus dedos, los frota entre sí y dice:

—Sí, claro. Lo siento. —Sonríe, inclina ligeramente la cabeza y se dispone a volver hacia lo que debe de ser la cocina.

—Espera —la llama Ingership—. Al fin y al cabo Pressia es mujer y le gustará ver una cocina real en todo su esplendor restaurado. ?Pressia?

La joven vacila, porque lo cierto es que no le apetece alejarse de Ingership. Depende de él para imitar sus modales, pero sabe que tiene que aceptar la invitación, que negarse sería de mala educación. Mujeres y cocinas; no le hace gracia pero dice:

—?Sí, por supuesto! ?Una cocina!

La esposa de Ingership parece bastante nerviosa. Y, aunque su cara es difícil de interpretar, oculta como está tras la media, se está tirando de las puntas de los dedos enguantados con la otra mano.

—Sí, sí. Será un auténtico placer.

Pressia se levanta, deja la servilleta en el asiento y acerca la silla a la mesa. Después sigue a la mujer por una puerta batiente.

La cocina es muy espaciosa, con una fina y alargada mesa central sobre la que cuelga una gran lámpara. Las encimeras son amplias y están recogidas y recién fregadas.

—El fregadero, el lavavajillas —le explica la mujer se?alando una gran caja negra reluciente bajo la encimera—. La nevera. —Le indica una caja con dos compartimentos, uno grande abajo y uno peque?o arriba.

Pressia va hasta cada cosa y dice:

—Muy bonito.

La mujer se acerca al fregadero y, cuando Pressia está a su lado, le da a un mango de metal con una bola en la punta del que empieza a brotar agua.

—Te pondré al abrigo del peligro —le susurra—. No te preocupes, tengo un plan. Haré lo que pueda.

—?Al abrigo del peligro?

—?No te ha contado por qué estás aquí?

Pressia sacude la cabeza.

—Ten —le dice la mujer dándole una tarjetita blanca con una línea roja en el medio, un rojo muy brillante, como de sangre reciente—. Yo puedo ayudarte, pero tú tienes que salvarme.

—No entiendo —balbucea Pressia sin dejar de mirar la tarjeta.

—Tú guárdala. —La esposa de Ingership le empuja la mano—. Guárdala.

Pressia se mete la tarjeta en el fondo del bolsillo del pantalón.

La mujer cierra entonces el grifo y exclama:

—?Y así es como funciona! ?Con sus tuberías y todo!

Pressia la mira de hito en hito, confundida.

—?De nada! —dice la mujer.

—Gracias —acierta a decir Pressia, aunque su tono es más bien inquisitivo.

Salen de la cocina para volver al comedor, donde Pressia retoma su asiento.

—Es una cocina muy hermosa —dice Pressia todavía confundida.

—?A que sí?

La esposa hace una peque?a reverencia y desaparece de nuevo en la cocina. Pressia oye el entrechocar de las ollas.

—Discúlpala —dice Ingership soltando una carcajada—. Sabe hacer otras cosas mejor que hablar de política, como antes.

La chica oye un ruido proveniente del vestíbulo y mira en esa dirección: hay una joven que lleva una media muy parecida a la de la esposa de Ingership, aunque no tan impecable. Viste un vestido gris oscuro y zapatos cerrados y, con un cubo y una esponja, se dedica a frotar las paredes, sobre todo el sitio que Ingership ha calificado antes de repulsivo.

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