Puro (Pure #1)(80)



—?Cierra esa ventana! —le ha gritado Ingership.

Pressia ha pulsado el botón en el otro sentido y el cristal ha subido.

Ahora llueve un poco y el sedán está tan encerado que las gotas resbalan. Pressia quiere saber de dónde ha sacado ese coche, tan impecable, tan impoluto. ?Sobreviviría en una especie de cochera ultrarreforzada?

El chófer vigila por el retrovisor a los pasajeros que lleva en el asiento trasero. Es un hombre entrado en carnes, tiene el volante agarrado con unas grandes manazas. Su piel es oscura salvo donde las quemaduras la ti?en de un rosa oscuro. Están atravesando los restos baldíos de una autovía destrozada. Aunque la carretera está casi despejada de residuos, la conducción sigue siendo lenta. El paisaje es desolador; hace tiempo que han dejado atrás los fundizales, las cárceles, los centros de rehabilitación y los sanatorios quemados. En la calzada resquebrajada se han abierto paso la maleza y las grietas. Por la posición del sol Pressia sabe que se dirigen hacia el noreste. Cada tanto hay vallas publicitarias decapitadas, restos fundidos de restaurantes de carretera, gasolineras y moteles, remolques destrozados de tráilers y camiones incinerados, abandonados en la cuneta como las costillas negras de una ballena muerta. De vez en cuando se ven sitios donde alguien ha arrastrado restos de cosas de los escombros para disponer mensajes como ?INFIERNO, DULCE INFIERNO? u otros más crudos como ?CONDENADOS?.

Y el paisaje entonces se hace cada vez más árido: las esteranías. A Pressia le hacen pensar que tiene suerte, porque allí fuera lo único que queda es tierra carbonizada que es muy probable que se extienda sin más en todas direcciones, hasta el infinito. Tampoco hay carretera y por vegetación solo se ve de vez en cuando algún que otro arbusto desértico.

Las esteranías, sin embargo, esconden atisbos de vida: en ocasiones algo corretea por la superficie, terrones ronroneantes, esas criaturas que han pasado a formar parte de la propia tierra.

Se nota la inquietud de los pasajeros al atravesar las esteranías. El ambiente es desazonador, como si hubiese subido de repente la presión del aire. Un terrón se levanta con su corpulencia de oso pero hecho de tierra y cenizas; el chófer gira bruscamente el volante y lo esquiva.

Ingership está sentado muy recto. Ha dejado claro que no tiene ninguna intención de hablar de nada importante, al menos de momento.

—Nunca has salido de la ciudad, ?verdad? —le pregunta a Pressia. A ella le sorprende ese comentario tan banal, como si estuviese nervioso.

—No.

—Es mejor que Il Capitano no venga con nosotros, no está preparado. No le digas lo que vas a ver aquí fuera. Se hundiría. A ti te va a gustar, Belze. Creo que sabrás apreciar lo que hemos construido aquí. ?Te gustan las ostras?

—?Las ostras? ?Como las del mar?

—Espero que te gusten. Están incluidas en el menú de hoy.

—?Cómo las ha conseguido? —le pregunta Pressia.

—Tengo contactos. Ostras en su concha. Son un alimento de gusto adquirido.

??Gusto adquirido?? Pressia no está muy segura de qué significa pero le encanta. ?Un gusto se puede adquirir? Le encantaría que le diesen de comer lo que fuese, de forma regular, hasta adquirirle el gusto. Le parecería estupendo tener que adquirir un gusto y luego otro, y otro, hasta hacerse una colección. Pero no. Se recuerda que no puede fiarse en absoluto de esa gente. Un puesto de avanzada… ?será allí donde querrán sacarle información a base de palizas?

Conducen durante más de una hora en silencio. Los terrones se deslizan por delante del coche reptando como serpientes. El chófer los arrolla y se quedan espachurrados bajo las ruedas. Pressia no tiene ni idea de cuánto queda de camino. ?Toda la noche? ?Días? ?Hasta dónde se extienden las esteranías?, ?tienen un fin? Se vaya en la dirección que se vaya, al final uno se las encuentra. Nadie ha logrado jamás atravesarlas y volver con vida; al menos que ella sepa. Ha oído que los terrones de esa región son mucho más temibles que los de los escombrales. Son más rápidos y su hambre más feroz. Sobreviven con casi nada y, al no estar fusionados con piedra, son más ágiles. Si realmente Ingership se dispone a llevarla al puesto para sacarle información, ?será para luego dejarla morir allí en las esteranías?

Por fin se ve una elevación en el horizonte… ?Una colina? Conforme se acercan Pressia va distinguiendo cierta vegetación, y es verde y todo. Cuando el coche llega a la colina, dobla hacia la derecha por una curva. La tierra vuelve a presentar vestigios de una vieja carretera. En cuanto dejan atrás la curva, Pressia mira hacia abajo y ve un valle con plantaciones rodeado por más esteranías. En los campos hay sembrados, aunque no exactamente de trigo agitado por el viento, sino de algo más oscuro y pesado, con lo que parecen unas florecillas amarillas, filas de tallos arrodrigados, así como otras plantas verdes cargadas de unos frutos morados no identificados. Entre los sembrados hay reclutas con uniformes verdes; algunos llevan peque?os contenedores de agua con ruedas y van rociando la vegetación, mientras que otros parecen estar cogiendo muestras. Caminan con dificultad, con sus pieles estropeadas bajo el sol turbio.

Hay tierras de pasto con animales voluminosos, más peludos que las vacas, con morros más largos y sin cuernos. Andan un tanto inestables sobre sus pezu?as, no lejos de una fila de invernaderos. La carretera serpentea hasta llegar a una casa amarilla con el techo a dos aguas y, algo más allá, un granero rojo en pie y con la pintura nueva, como si nunca hubiese pasado nada malo. Es tan asombroso que Pressia apenas da crédito a lo que ven sus ojos.

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