Puro (Pure #1)(116)
—Uno de los pájaros está herido —informa Perdiz con la boca pastosa por la ceniza.
—Tu madre tendrá medicinas —le dice Il Capitano—. Eso es lo que la Cúpula quiere que protejamos si la encontramos. Seguro que tiene algo para ponerte en las heridas.
—?Medicinas? —pregunta Bradwell mirando a Pressia.
—En el caso de encontrarla, no quieren que se da?e nada de sus pertenencias.
Perdiz repara en ese momento en que en realidad no conoce a esa gente. Ha irrumpido en medio de las vidas de unos desconocidos. No los entiende, ni a ellos ni el mundo en el que viven. ?Será también su madre una extra?a?
Mira por la ventanilla; avanzan a gran velocidad por el paisaje llano y ennegrecido, semejante a un borrón. ?Vivirá su madre en esos montes? ?Le contó la historia para que la recordarse tantos a?os después? ?Cuándo fue la última vez que tuvo la sensación de saber lo que estaba haciendo? Fija la mirada en el colgante partido del cisne que cuelga del cuello de Pressia. Oscila al vaivén de los balanceos del coche y va pegando contra las clavículas salpicadas de sangre y tiznadas de hollín de la chica. El ojo azul es peque?o y frágil. ?Para qué servirá? ?Qué significa?
Lyda
Ser
En cuanto sale del último compartimento y la puerta se cierra tras ella, resuena un grueso cerrojo. Pero no hay nadie de las Fuerzas Especiales esperándola allí, como le ha dicho el guardia.
Escruta el paisaje oscuro, los remolinos de tierra cenicienta y, en la distancia, un bosque de árboles retorcidos y una ciudad: edificios derruidos, pero con columnas de humo que se elevan hacia el cielo. Está sola, con la cajita azul entre las manos.
Se gira y alza la vista hacia los muros enormes de la Cúpula. Llama a la puerta, a sabiendas de que no hay nadie al otro lado. Del bosque llega un extra?o aullido distante, pero no se vuelve para mirar, sino que golpea la puerta con el pu?o y grita: —?Aquí no hay nadie! ?No hay nadie para escoltarme! —Está a punto de echarse a llorar pero retiene el llanto y deja escurrir el pu?o por la puerta.
Cuando se vuelve ve marcas de ruedas que se detienen bruscamente delante de la Cúpula, y distingue entonces la gran juntura rectangular de lo que debe de ser la puerta de la plataforma de carga que ha mencionado el guardia. Tal vez no tendría que habérselo contado; ahora Lyda sabe que la Cúpula no está cerrada a cal y canto, que se comunica con el exterior, lo que va en contra de todo lo que le han ense?ado. No debería estar permitido saber lo de la plataforma de carga. Aunque puede que el guardia pensase que daba igual que Lyda lo supiese o no: total, nunca iba a regresar.
Da unos cuantos pasos y los zapatos se le hunden en el polvo. Está acostumbrada a los pasillos embaldosados de la academia de chicas, a los caminos de piedra que cruzan el césped, superficies que no se mueven al pisarlas, y al agarre gomoso de los suelos del centro de rehabilitación. Como va bajando una cuesta, se le acelera rápidamente el paso. Se da cuenta entonces de que está realmente sola, bajo el ojo del sol auténtico, bajo un banco de nubes que están enlazadas sin fin al cielo, al universo… y, de golpe, echa a correr. Aunque en la academia no hay equipos deportivos, todas las ma?anas hacen una hora de calistenia en el gimnasio, vestidas siempre con un mono corto a rayas que se cierra por delante. Siempre le han parecido horribles los monos y la calistenia. ?Cuándo fue la última vez que corrió de esa manera? Es rápida y siente las piernas cargadas de energía.
Sigue corriendo un rato y se acerca cada vez más al bosque. Y en ese instante oye una especie de zumbido, como una pulsación eléctrica, procedente de los árboles raquíticos, aunque no sabe determinar de dónde proviene exactamente. Cuando para de correr le sorprende tener la sensación de seguir en movimiento. El martilleo de los pies sobre la tierra es ahora el de su pecho. Inspecciona los árboles y ve entonces una silueta grande que se mueve ágilmente y despide destellos. ?No te preocupes —recuerda las palabras del guardia—. Son unos seres extra?os. No son humanos.?
?Se supone que eso debía reconfortarla?
—?Quién es? —grita—. ?Quién anda ahí?
La silueta vuelve a destellar como si su piel reflejase la luz.
Y a continuación se alza y camina sobre unas largas piernas musculosas que, por lo delicado de sus movimientos, semejan las patas de una ara?a. Lyda decide que pertenece a las Fuerzas Especiales por la ropa que llevan, un uniforme de camuflaje muy ce?ido, en una amalgama de colores oscuros para pasar desapercibido entre el barro y la ceniza. Los brazos, pálidos y voluminosos, tienen armas fijadas, artefactos negros y relucientes a los que no sabe poner nombre. Tiene las manos demasiado largas para el cuerpo pero encajan a la perfección en las empu?aduras de las armas. Atisba asimismo el destello de hojas de arma blanca y le asusta aún más, como si también estuviese preparado para el combate cuerpo a cuerpo.
De mandíbula gruesa, la cara es delgada y masculina, aunque a Lyda le cuesta verlo como un hombre. Tiene dos finas hendiduras por ojos y una frente protuberante. Cuando el ser la mira fijamente y se le acerca, la chica no se mueve.
—?Has venido a por mí? —le pregunta—. ?Eres de las Fuerzas Especiales?