Puro (Pure #1)(118)



Perdiz suspira pero le hace caso.

—?Camina siempre en la luz. Sigue tu alma, que ojalá tenga alas. Tú eres la estrella que me guía, como la que se alzaba en Oriente y mostró el camino a los Reyes Magos. ?Feliz noveno cumplea?os, Perdiz! Te quiere, mamá.? ?Tachán!

—Camina siempre en la luz —repite Il Capitano.

—La luz —reverbera Helmud.

—No se me ocurre nada —reconoce Il Capitano.

—Nada —recalca Helmud.

Pressia se desabrocha el collar y siente un dolor punzante en la nuca. Lo contempla sobre la palma de la mano, con la piedra azul que tiene por ojo. Se lo pone ante uno de sus ojos y mira a través de la gema, que ti?e de azul las tierras asoladas.

—?Cómo funcionaban las gafas 3D, esas que se ponía la gente en el cine mientras comían de los cubitos de papel?

—Había de varios tipos —responde Bradwell—. Unas tenían dos lentes de colores distintos, una roja y otra azul, y se usaban con películas que en realidad pasaban dos imágenes a la vez. Otras estaban polarizadas y a través de ellas se fusionaban imágenes horizontales y verticales.

—?Podría alguien mandar un mensaje de luz que solo pudiesen ver quienes miren a través de una lente determinada? —pregunta Pressia pensando en voz alta.

—En la Cúpula había un chico que se llamaba Arvin Weed y que mandaba mensajes a la residencia de las chicas apuntando con un bolígrafo láser al césped comunal —les cuenta Perdiz tamborileando con los nudillos sobre la ventana, la mirada perdida, como intentando imaginarse el césped—. Decían que estaba intentando inventar un tipo de láser que solo pudiera ver su novia.

—Entonces…, si quieres que te encuentren pero no puedes usar se?ales de humo —reflexiona Pressia—, puedes utilizar una clase de luz que solo se vea con determinadas lentes.

—?Qué sabes sobre fotones, Perdiz? —pregunta Bradwell—. ?De infrarrojos y ultravioletas? ?Te ense?aban muchas cosas de ciencias en la Cúpula?

—No era muy buen estudiante que digamos. Pero sé que tenemos formas de detectar esas luces tan sencillas. Y Weed estaba en lo cierto, hay otros niveles de luz. Desde su ventana enviaba un rayo de luz hasta la de su novia y esta lo veía por una lente que solo distingue frecuencias de luz fuera de nuestro rango de visión. Eso de doscientos sesenta y dos, trescientos cuarenta y nueve, trescientos setenta y cinco.

Pressia y Bradwell intercambian una mirada; ninguno tiene ni idea de qué habla. La chica ve la consternación en la cara de Bradwell; sabe lo mucho que le gusta conocer cosas. A ambos les despojaron de una educación que a Perdiz le vino dada, y él no es consciente.

—Y necesitan lentes para ser detectadas —prosigue Perdiz—. También habría que dirigir los rayos hacia la persona que está mirando por la lente, ?no es verdad? Porque los láseres no propagan la luz.

—Es igual que lo de los perros, que pueden oír silbidos que están fuera de nuestro rango de audición —aventura Bradwell.

—Supongo que sí. Aunque nunca he tenido un perro.

—Entonces, ?pueden existir luces en un espectro que solo se ve a través de un tipo concreto de filtro? ?Es eso? —pregunta Pressia.

—Exacto —concede Perdiz.

La chica siente un escalofrío que le recorre el cuerpo. Vuelve a llevarse el ojo azul del cisne al suyo y el paisaje nada ante ella, ba?ado en azul.

—?Y si esto no es solo el ojo de un cisne? ?Y si es nuestra lente, nuestro filtro?

—Camina siempre en la luz —recita Bradwell.

Pressia mira hacia los montes que tienen delante y va moviendo la cara hacia un lado y hacia otro. Pasa por una lucecita blanca destellante, se detiene y vuelve a ella. La luz es como un faro, como una estrella encima de un árbol de Navidad de los del Antes.

—?Qué has visto? —le pregunta Bradwell.

—No lo sé…, es una lucecita blanca. —Pressia parpadea y ve un nuevo puntito blanco parpadeante por encima de otro árbol en la ladera del monte—. ?Puede ser ella?

Si eso es obra de su madre, podría ser la primera cosa real que Pressia conoce de ella, por su cuenta, nada de historias ni fotografías, ni pasados borrosos. Su madre es una luz blanca parpadeante que late en los árboles.

—Aribelle Cording Willux —dice otra vez Bradwell, igual de asombrado y perplejo que la otra vez.

—?Puedo mirar? —le pide Perdiz.

Cuando Pressia le pasa la piedra, el chico se sienta en el asiento de en medio, pegado al borde. Baja la cabeza y mira por la piedra con los ojos gui?ados.

—Solo se ve una neblina azul.

—Sigue mirando. —No está loca, ha visto la luz, estaba allí, destellando.

Y en ese momento también él la ve. Pressia lo sabe.

—Un momento. Está justo enfrente.

—Si es así, cuando nos acerquemos no tendremos perspectiva para que nos guíe —advierte Bradwell—. Tendremos que buscar algún hito para no salirnos del camino.

—Si ya hemos llegado hasta aquí… —opina Perdiz.

—Lo mismo tenemos suerte —sugiere Il Capitano.

Helmud tiene la mandíbula lacia, pero sigue con su tic nervioso, moviendo las manos por detrás de la espalda de su hermano. Algo en sus ojos hace pensar a Pressia que tal vez sea más listo de lo que parece.

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