Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(9)



Puff.

Nada.

?Qué había sucedido, Aegan? ?De repente ya no eras el único ganador?

Todos lo observaron, boquiabiertos, como si hubiese un fallo en el sistema y no supieran qué hacer ahora. El líder había sido vencido, y eso había tenido que afectarle. Me lo imaginé histérico, listo para gritarme, pero su reacción fue la que cabía esperar de su posición y de su personalidad. Su rostro se ensombreció de inmediato y sus ojos chispearon como si estuviera conteniendo una ira colérica.

—?Sorpresa, Aegan! —canturreé entonces con una gran sonrisa—. ?Lo ves? Sí que vale más de siete mil dólares verte la cara de imbécil perdedor.

No dije más y me levanté de la mesa.

Fin del juego.

Atravesé la multitud que me miraba con estupefacción, susurraba o trataba de escanear hasta mis zapatos. Me sentí satisfecha porque ni siquiera había planeado aquello y aun así lo último me había salido espontáneo y natural, como la frase de los héroes cuando dan el golpe de gracia a los monstruos en las películas.

En cuanto estuve más o menos lejos, Artie llegó de repente y se enganchó a mi brazo. Solo ahí sentí una repentina y nerviosa necesidad de aferrarme a ella sin detenerme. Un escalofrío me erizó la piel y me hizo percibir con incomodidad el frío de esa noche.

—Jude, ?recuerdas que esta ma?ana me preguntaste qué era lo peor que te podía pasar aquí? —me murmuró. Su voz sonó medio asustada.

—Sí...

—Pues era esto —susurró con gravedad—. Acabas de firmar la sentencia de muerte de tu vida entera en Tagus.

Me reservaré explicaciones.

Solo diré que tenía muy claros mis objetivos.

Pero que yo misma los comencé a complicar.

Porque a partir de ese momento, de ese error, de ese juego, todo el lío comenzó.

Así que te lo advierto: en esta historia la cagaré muchas veces. Ve acostumbrándote.





3


Todo lo que pisas es territorio enemigo




Mi primer día oficial de clases y:

1. Tenía resaca.

2. Mis ojeras parecían las de la novia cadáver.

3. Cada vez aumentaba más la sensación de que Aegan Cash iba a cobrarse mi burlita.

Artie me había advertido que podía ser un mal comienzo solo por haberlo insultado. En la vida normal, es malo insultar a las personas, sea cual sea su nivel social. En la vida de Tagus, solo es una condena insultar a los elegidos. Y Aegan era el elegido número uno. Existía un gran grupo de gente que lo seguía con fidelidad política, que respetaba la historia del apellido Cash, que admiraba ese linaje, que estaría dispuesta a darme la espalda por creer que podía desafiar el statu quo.

Daba miedo si lo pensabas, pero yo decidí que, si el rechazo y la exclusión era lo que venía, lo enfrentaría con mi metro sesenta de estatura y la barbilla en alto, porque sí había sido una tontería insultar a Aegan la noche anterior, pero no lo admitiría.

Por supuesto, no me esperaba lo que en realidad pasó.

Atravesé las puertas del monstruo arquitectónico que era el edificio del Colegio de Ciencia y Artes Liberales. Por los pasillos, unos cuantos grupos me miraron como si fuera el único ser humano que había evolucionado del Homo sapiens a una especie nueva y tóxica. Otros, al pasar a su lado, asintieron como diciendo: ?Vas por buen camino, chica?. En la primera clase hubo silencios juzgadores e incómodos, pero luego, en la siguiente, un grupo de chicas me sonrió con aprobación.

?Qué significaba? ?Había hecho bien o había hecho mal? No estaba segura, pero sentí cierta satisfacción porque, no te voy a mentir, eso de pasar desapercibida por los pasillos con la cabeza baja, mordiéndome el labio y apretando los libros contra el pecho en definitiva no era lo mío. En cambio, ?ser vista por haber hecho lo que alguien no tuvo el valor de hacer antes? Gracias, gracias, lo aceptaré encantada.

Aunque... tal vez no debí cantar victoria tan rápido.

Sí habría consecuencias por mis actos, y eso lo entendí en la última hora, cuando fui a la clase extra que había podido elegir a mi gusto: literatura. El resto era pintura, audiovisual, música o manualidades, y yo no era nada buena en las artes plásticas si no se trataba de hacer figuras estúpidas u obscenas con plastilina.

El aula era, debo decir, impresionante, como todas las que había visitado ese día. La pizarra era un rectángulo transparente para escribir con marcadores acrílicos. Las mesas eran de un reluciente blanco, cada una con dos asientos. Me senté en la que estaba más cerca del gran ventanal de cristales azulados, desde el que se veían los verdes y extensos jardines de Tagus, y esperé.

La clase se llenó rápidamente con unos veinte estudiantes. Una mujer alta, delgada y con cuello largo que me recordó a un cisne se situó frente a la pizarra. Tenía un aire bohemio e interesante, como el de una escritora sin mucho éxito, pero con mucho talento. Dijo que era la profesora Lauris y nos dio la bienvenida a los alumnos de primer y segundo a?o a la clase de Literatura.

Alex Mirez's Books