Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(4)



Sentí ganas de coger una piedra y lanzársela a Aegan como una peque?a se?al de protesta por sus costumbres, pero eso tendría consecuencias. Malas. Y no podía arruinar mi ingreso en Tagus. No tendría esa oportunidad dos veces.

—Pues no me parecen tan sorprendentes —le comenté—. Son atractivos, pero chicos guapos los hay en todas partes.

La sonrisa de Artie adquirió un aire un tanto amargo.

—Chicos guapos sí, pero que además tengan el famoso apellido Cash, no. —Me echó un vistazo curioso, entornado—. Y sí son sorprendentes. Aleixandre está en el top de influencers, Adrik representa a muchísimas organizaciones de ayuda humanitaria y animal, y Aegan sigue los pasos políticos de su padre. No hay nadie con esos niveles.

—Es que es estúpido —opiné, entre burlándome e intentando entenderlo—. Tienes que ser tonta para poner tu dignidad por debajo de tu futuro.

Artie no dijo nada por un instante. Luego pareció querer ignorar a Aegan y me miró con un nuevo ánimo.

—Sí, bueno, cada quien sabe lo que hace, ?no? —Le restó importancia—. Lo que tienes que hacer es no opinar sobre esto. Es cosa de los Cash, y muchos los defienden.

O sea, tenía que callarme porque ellos tenían su propio club de fans.

Iba a replicar, pero de forma repentina ella mostró una sonrisa emocionada. Fue impresionante cómo todo el aire del momento cambió.

—Pasemos a un tema mejor: esta noche empiezan los eventos —me informó con entusiasmo—. El primero son los juegos, imprescindibles antes de comenzar las clases. Vas a ir, ?no?

—?Qué hacen en esos juegos? ?Ponen a las chicas a pelear en barro y apuestan por ellas? —resoplé con sarcasmo.

Artie soltó una risa sonora.

—No, se pasa el rato con juegos de azar, bebidas, conociendo a los nuevos... Tal vez pilles algún club... —Me miró con ansias—. Aunque podré presentarte a unos amigos que no consideran a las chicas como ganado, y por eso no son tan populares. Puedes andar con nosotros.

No sabía cómo eran los eventos de los chicos y las chicas de Tagus, pero necesitaba saber más sobre el mundo al que acababa de entrar, y la única manera de lograrlo era mezclándome. Después de todo, no había llegado a Tagus para ser una asocial que se sentara en el comedor con la cara contra su bandeja, procurando ser lo más invisible posible. No. Yo tenía otros planes.

Eché un rápido vistazo nuevamente en dirección a Adrik. Ya no estaba. En algún instante, se había escabullido. El cigarrillo, consumido, ahora estropeaba la grama junto a la caseta. Un claro gesto rebelde, ?eh? Aegan sí seguía allí, hablando con las chicas, y ellas continuaban encantadas. Sus miradas estaban fijas en él, como si tuvieran ante sí algo fascinante e inspirador.

Así que ese era el líder de Tagus. Por él se movía el mundo de la élite. Era la figurilla sin aspecto de santo frente a la que todos se arrodillaban. Ese era el individuo que podía destruir vidas o cambiarlas en un segundo. El espécimen catalogado como: idiota con poder.

?Pues un placer conocerte, Aegan Cash.

Soy Jude, la piedra capaz de “accidentalmente” meterse en tu zapato.?





2


?Oh, se?or todopoderoso Cash!




Los juegos eran una sagrada tradición para los alumnos de Tagus.

Se hacían en unos terrenos libres, justo detrás de la línea que dejaba de ser terreno de la universidad, ya sabes, para no romper ninguna regla de conducta, y aquello era como un casino al aire libre. Todo estaba repleto de mesas. Los árboles habían sido decorados con luces de Navidad y la música salía de un puesto de DJ. Había mucha gente. Algunos iban de un lado a otro sosteniendo vasos, botellas y cigarrillos. Otros estaban sentados, jugando a juegos de azar.

Mirara a donde mirara, había sonrisas suficientes, ojos astutos y posturas seguras de sí mismas. No había nadie mal vestido ni nadie que pareciera estar sufriendo una crisis existencial. O sufriendo por nada en absoluto. Solo chicos y chicas antinaturales, sin granitos, sin miserias, sin preocupaciones, sin defectos físicos, como si hubieran sido engendrados por dioses y ángeles calenturientos.

No lo sabía aún, pero de ángeles no tenían nada. Na-da.

Artie y yo fuimos directamente hacia una mesa donde un chico y una chica charlaban y tomaban algo. Me dije que tenía que poner mi mejor cara para socializar.

—Esta es la gente con la que me junto —los presentó Artie, ya frente a ellos.

La chica fue la primera en tenderme la mano.

—Kiana —se presentó con un apretón firme pero amigable, y agregó—: Me encanta lo que pone en tu camiseta.

El estampado de mi camiseta decía: lo que sale de tu boca es lo que eres, siempre fashionista agresiva, nunca infashionista agresiva. Además, me encantaban las camisetas que hacían sentir incómodos a los demás.

Pero el estilo de Kiana no se quedaba atrás. Llevaba trenzas vikingas, su piel era de un perfecto color caramelo, y parecía la combinación ideal de persona artística y chica con dinero: tejanos gastados pero fabulosos, suéter tejido que le caía hasta por debajo de las caderas y botas de cordones.

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