Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(7)
De forma inesperada, el chico se inclinó hacia un lado justo cuando tenía que hacer su apuesta y descargó todo lo que había estado bebiendo. ?Por nerviosismo? ?Porque había llegado a su límite? Ni idea, pero los que estaban ubicados detrás de él se apartaron lanzando un grito de asco.
El muchacho se irguió aún con los labios húmedos por los asquerosos fluidos. Demostró ser consciente de lo que había hecho, miró a ambos lados como si temiera ser reprendido por alguien, y luego se desplomó en el suelo sobre su propio charco de repugnante vómito.
Todo el mundo se quedó en silencio.
Las miradas alternaron entre el vómito y el cuerpo desplomado.
Y luego estallaron en carcajadas, pitos, burlas y choques de vasos y botellas.
—?David está fuera! —vociferó Aegan entre risas, demasiado divertido y relajado en la silla. Su voz era enérgica, confiada, de esas que jamás iban a titubear, perfectamente hecha para la imagen de seguridad que daba—. ?Alguien quiere tomar su lugar o cerramos con tres?
Lanzó la pregunta, de manera general, a todos los que estaban mirando la partida. Aegan esperó con una odiosa pero triunfal sonrisa en el rostro. Los espectadores se hicieron la gran pregunta: ??Quién se atreverá a tomar el lugar del chico vómito??. Era una buena oportunidad porque la mesa estaba repleta de billetes verdes y grandes que sustituían las fichas. La última apuesta alcanzaba los mil dólares, y los tres jugadores anteriores habían decidido abandonar.
Pero también era un enorme riesgo porque ahora solo quedaban Aegan, Adrik y otro chico, que estaba demasiado nervioso como para hablar y que incluso sudaba.
La gente se miró las caras.
Esperaron a un valiente.
Y esa valiente fui yo.
?Por qué?
Pues ?le puedo echar la culpa al alcohol? Por ahora digamos que tenía la ridícula e irreal sensación de que era poderosa, desafiante, capaz de hacer cualquier cosa, incluso de olvidar mis prioridades, incluso de pasar por encima de mi propia inteligencia y de mis planes. Una sensación peligrosa que, por supuesto, ocasionó una estupidez de mi parte:
—Yo —me lancé como voluntaria al mejor estilo de Katniss Everdeen.
Todos giraron la cabeza hacia mí al escucharme. Incluso Artie, que me miró con una notable y dramática expresión de asombro estampada en la cara que resaltó sus grandes ojos delineados de negro. Por un segundo me arrepentí. Por un instante me dije a mí misma que era una pésima y estúpida idea, pero escuché unas risitas provenientes de algún lugar, como si alguien dudara de que lo estuviese diciendo en serio, y eso me dio valor para no retractarme.
Aunque en realidad ya no había vuelta atrás.
La gente abrió un camino frente a mí para que me sentara en la mesa, así que avancé a paso acompasado, pasé por encima del inconsciente que se llamaba David y me senté en su silla, a la que por suerte no le había caído vomito.
Hubo un silencio pesado mientras me acomodaba, un silencio de desconcierto, de duda y de intriga. Sentí el peso de esas miradas en mí. A Kiana, Artie y Dash, perplejos, y a Aegan y a Adrik observándome con mucha curiosidad. Hasta me imaginé con claridad lo que estaban pensando: ??Quién es esta chica? ?Cómo se atreve? ?Está loca??.
Tal vez sí estaba loca.
Sin embargo, me mantuve firme y erguida en mi lugar.
Aegan observó mi camiseta por un segundo como si fuese algo demasiado ordinario.
—?Tienes mil dólares? —me preguntó, relajado pero divertido. Su comisura derecha estaba medio alzada con presunción, como si tras ese rápido vistazo supiera que yo era inferior.
—No —admití.
Hubo cuchicheos.
—?Y cómo piensas apostar? —me preguntó frunciendo el entrecejo.
Pues no lo sabía, pero mantuve la boca cerrada porque a veces el silencio podía ser una estrategia.
Aegan soltó una risa tranquila ante la falta de respuesta.
—Te lo pondré fácil porque ya has demostrado ser muy valiente al sentarte —dijo como si fuera un acto de caridad—. Puedes apostar un favor, y todos saben que no me gusta hacerlos. Si ganas, te lo deberé, lo cual es algo grande. Si pierdes, por otro lado...
Me dedicó una irritante sonrisa que gritaba que estaba muy seguro de que todo saldría como él deseaba. Quise poder borrarla de su rostro, y posiblemente sí podría, ya que en parte me había arriesgado porque en realidad tenía un as escondido en la manga, y él no tenía ni idea de eso..., ni idea...
—Está bien —acepté, fingiendo que no me molestaba en absoluto el riesgo—. Apuesto el favor.
Oh, iba a joder a Aegan como nunca lo habían jodido, porque Trump le bailaría en tanga a Obama antes de que yo hiciera algo que él quisiera.
—Nueva mano —ordenó Aegan.
Se hizo como él quiso, pese a que era la ronda final y en cualquier otro juego serio no se habrían aceptado cambios ni apuestas tontas.
Mientras me entregaban las cartas, sentí que me sudaban las manos. Sí, estaba nerviosa, y era ridículo. Ya había jugado muchísimas veces antes. Mi propia madre me había ense?ado. Había ganado las mejores apuestas en la preparatoria, pero el punto era que esa no era la preparatoria. Ahí estaba delante de ese imbécil autoproclamado como Dios Supremo de la élite de Tagus, y el miedo de no ganar como había estado segura de hacerlo unos segundos atrás empezó a aumentar, porque si perdía él me dejaría en ridículo.