Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(25)



—?Vendrá? —inquirió un momento después con un hilo de voz pasmado.

Solté aire y me moví para dejar mi mochila sobre el sofá.

—Creo que sí. Eso dijo.

—?A este apartamento? —preguntó también.

—Pues aquí es donde estamos.

—?Hoy?

—Sí, pero no sé a qué hora.

—???Dios santo!!! —gritó de repente.

Entonces corrió hacia su habitación como si tuviera que solucionar una urgencia y empecé a escuchar cómo abría cajones de golpe, buscando cosas en uno y en otro con desesperación mientras decía:

—?No puedo estar así! ?Qué debo ponerme? ?Qué me puse ayer? ?Dios, tengo tan poca ropa!

Se ocupó en revolver hasta el más mínimo rincón de su habitación, tratando de decidir qué ponerse. Yo, mientras tanto, atendí mi móvil, que sonó de repente. En la pantalla vi que era una llamada de Tina, desde casa, donde también estaba mi madre. Bueno, desde lo más cercano a ella.

—Hola, Tina —saludé con alegría al contestar.

—?Cómo estás, guapa? —saludó también—. ?Qué tal es el asombroso Tagus?

Tina hablaba como si fuera una gran amiga y no una madrastra. Nunca se andaba con rodeos si necesitaba decirte algo. Lo mejor que le había pasado a mi madre había sido conocerla en su grupo de apoyo y enamorarse de ella. Ambas habían sufrido mucho, y aun así Tina había dejado su vida, se había mudado con nosotras y había reunido la paciencia necesaria para cuidar de mi madre.

—Genial, es todo deslumbrante por aquí —admití, jugando con mi boli—. Te puedes desplazar en carritos de golf.

—Procura no atropellar a nadie que no lo merezca, por favor.

Reí por su comentario.

—?Cómo has estado? ?Cómo está mamá? —pregunté, ya entrando en el tema en el que, por más que no quisiéramos, siempre debíamos entrar—. ?Ha... progresado?

—La verdad, sí está bien y sí ha progresado; mejor de lo que creerías. —En su voz se escuchó cierta alegría—. Hemos convertido tu habitación en una sala de cine y esta noche nos veremos una maratón de Rocky.

Eso me gustaba. Me gustaba cualquier idea que la ayudase.

—?Aún tiene reservas? —pregunté, yendo directa a lo que me importaba saber.

—Sí, no te preocupes por eso.

—Claro que me preocupo —repliqué en un suspiro.

Tras un peque?o silencio, a?adió:

—?No has cambiado de idea? Todavía puedes...

—No.

Me moví hacia la ventana para alejarme lo más posible de la habitación de Artie antes de seguir hablando:

—No volveré a explicar por qué, ?de acuerdo?

Por detrás de mí, Artie gritó con entusiasmo:

—?He encontrado un chaleco que no uso desde hace mucho tiempo!

Tina soltó un suspiro al otro lado.

—Te dejaré para que sigas con lo tuyo —se despidió, de nuevo decepcionada—. Textéame cuando puedas. Y vuelve a pensarlo, ?sí? Tu madre y yo... te estaremos esperando siempre.

—Adiós.

?Esperarme? Era lo que menos debían hacer.

Me quedé pensando en que debía guardar muy bien los dos mil dólares y el reloj que había ganado jugando al póquer porque me ayudarían mucho después, hasta que Artie salió de su habitación, agitada.

—?Listo! —exclamó con entusiasmo, mostrándome su outfit de tejanos ajustados, camisa blanca y chaleco azul—. Ahora mejoraré un poco mi pelo.

Bueno, al menos ella no tenía problemas con recibir a un Cash en el apartamento.

Yo me dediqué a hacer mis tareas porque necesitaba ocupar mi mente sí o sí. Funcionó. Pasé toda la tarde lidiando con un trabajo. Para cuando llamaron a la puerta, a diferencia de Artie, yo estaba hecha un lío. Llevaba un boli en la oreja y unas mallas negras. Iba descalza y no parecía una persona de la que alguien en Tagus quisiera hacerse amigo.

O una persona preparada para lo que vi al abrir la puerta.

Adrik, con su cara obstinada y somnolienta.

Y a su lado, Aegan, alto, imponente, rebosante de energía y carisma.

Ni siquiera tuve tiempo de procesar su obviamente inesperada aparición porque ambos entraron en el apartamento como si una odiosa voz que solo ellos escucharon hubiese gritado: ??Adelante, chicos, son bienvenidos!?.

—No sé por qué tenía la idea de que todos los apartamentos en Tagus eran iguales —comentó Aegan mientras se movía por la salita y lo miraba todo con curiosidad—. Ya veo que no.

Además de que nadie lo había invitado, estaba criticando mi apartamento. Qué descaro.

—?Qué haces aquí? —le solté, sin saludar. Quería dejarle claro que me habría esperado antes el apocalipsis que su presencia en mi casa.

—Supe que Driki iba a venir a traerte unos libros y decidí acompa?arlo —contestó tranquilamente, como si no necesitara explicar nada más.

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