El lado bueno de las cosas(70)
Al mirar alrededor veo que estoy en una calle estrecha llena de coches aparcados. Hay hileras de casas a ambos lados. Algunas están apuntaladas, muchos de los porches y de las escaleras pegados a las partes delanteras necesitan repararse y las luces de la calle no están encendidas, quizá las rompieron a pedradas, lo que hace que el mundo entero parezca oscuro. No estoy en un vecindario seguro, y voy sin dinero, sin zapatos y sin tener alguna idea de dónde estoy. Una parte de mí quiere tumbarse sobre la acera hasta morir congelado, pero antes de que pueda pensar en algo estoy de pie, cojeando por la manzana.
El músculo del muslo derecho está como bloqueado, no puedo doblar la rodilla derecha muy bien.
Una de las casas del bloque esta decorada con adornos de Navidad. En el porche hay un pesebre con figuritas de plástico de María y José, ambas negras. Camino hacia el Ni?o Jesús, pensando que es más probable que la gente que celebra la fiesta me ayude que la que no tiene decoraciones navide?as porque, en la Biblia, Jesús dice que debemos ayudar a la gente sin zapatos a la que han robado.
Cuando finalmente llego a la casa decorada, ocurre algo gracioso. En lugar de llamar a la puerta, cojeo hacia las figuras de María y José porque quiero mirar dentro del pesebre y ver si el Ni?o Jesús también es negro. Mi agarrotada pierna grita de dolor y falla justo cuando llego a la escena de la Natividad. Apoyado en las manos y en una rodilla, veo entre sus padres al Ni?o Jesús, realmente es negro, y está iluminado; su oscura cara brilla como el ámbar y un chorro de luces blancas rodea su peque?o pecho de bebé.
Al entornar los ojos, bajo la luz del Ni?o Jesús, instantáneamente me doy cuenta de que me han robado porque maldije a Dios, así que rezo y pido perdón, y entiendo que Dios me está diciendo que necesito trabajar un poco más en mi carácter antes de que me permita llegar el final del período de separación.
Mi pulso late tan fuerte en mis orejas que ni siquiera he oído que la puerta de la entrada se abría y que un hombre caminaba hacia el porche.
—?Qué estás haciendo con nuestro belén de tía Jasmine? —dice el hombre.
Y cuando vuelvo la cabeza, Dios me hace saber que ha aceptado mis disculpas.
Cuando llevaron a mi amigo negro Danny al lugar malo, no hablaba, como yo, y tenía una gran cicatriz, pero la suya estaba en la parte de atrás de la cabeza, donde una línea rosa sobresalía brillante de su pelo afro. Durante un mes o así, simplemente se sentaba en una silla al lado de la ventana de su habitación, ya que las conversaciones con los terapeutas que lo visitaban lo dejaban frustrado. Los chicos y yo queríamos acabar con esto y le decíamos ?Hola?, pero Danny, cuando le hablábamos, se limitaba a mirar por la ventana, por lo que llegamos a la conclusión de que era una de esas personas cuyo trauma mental era tan malo que probablemente iba a pasar el resto de su vida siendo un vegetal, más o menos como mi compa?ero de habitación, Robbie. Pero un mes más tarde, Danny empezó a comer en la cafetería con el resto de nosotros, a asistir a música y a sesiones de terapia en grupo, e incluso a ir a algunas excursiones en grupo a las tiendas por el puerto y a los partidos en Camden Yards. Era obvio que sí entendía las palabras, e incluso era bastante normal, solo que no hablaba.
No recuerdo cuánto tardó pero, después de un tiempo, Danny empezó a hablar de nuevo, y yo fui la primera persona a la que le habló.
Una chica de alguna bonita universidad de Baltimore vino a proporcionarnos lo que nos dijo que eran ?tratamientos no tradicionales?. Teníamos que presentarnos voluntarios para las sesiones, ya que esa chica aún no era una terapeuta. Al principio desconfiábamos, pero cuando vino a promocionar el programa, pronto nos persuadió con su figura de ni?a y esa cara de aspecto inocente tan mona. Era una joven muy amable y bastante atractiva, así que hicimos todo lo que ella nos dijo con la esperanza de mantenerla por allí, sobre todo porque no había pacientes mujeres en el lugar malo y las enfermeras eran extremadamente feas.
Durante la primera semana, nuestra estudiante universitaria nos hizo mirarnos mucho en espejos, ya que nos animaba a que nos conociéramos realmente, lo cual era algo bastante extra?o allí. Ella decía cosas como:
—Estúdiate la nariz. Mírala hasta que realmente la conozcas. Observa cómo se mueve cuando respiras profundamente. Aprecia el milagro de la respiración. Ahora mírate la lengua. No solo la parte de arriba, sino también la de abajo. Estúdiala. Contempla el milagro de saborear y hablar.
Pero un día nos puso por parejas al azar, nos hizo sentarnos uno frente al otro y nos dijo que miráramos en el ojo del compa?ero. Nos tuvo haciendo esto durante bastante tiempo, y resultó bastante raro, porque la habitación estaba totalmente en silencio y los hombres no suelen mirar a los ojos de los otros durante largos períodos de tiempo. Entonces empezó a decirnos que imagináramos que nuestra pareja era alguien a quien echábamos de menos, o alguien a quien habíamos hecho da?o en el pasado, o un miembro de la familia a quien no veíamos desde hacía muchos a?os. Nos dijo que viéramos a esa persona a través de los ojos de nuestra pareja, hasta que dicha persona estuviera delante de nosotros.
Mirar en los ojos de otra persona durante un período de tiempo prolongado demostraba ser algo poderoso. Y si no me crees, inténtalo tú mismo.