Cuando no queden más estrellas que contar(14)
Pasamos la ma?ana visitando tiendas, cafeterías y restaurantes. A la hora de comer, me dolían los pies y tenía calambres en la cara de tanto sonreír para causar buena impresión.
—?Crees que me llamarán? —le pregunté a Matías frente al portal de mi edificio.
—Algo caerá.
—Eso espero, necesito ahorrar este verano para sobrevivir al invierno.
Su expresión se volvió más dulce y me apartó el pelo de la cara.
—Busca un gestor y mira lo de las prestaciones, ?vale? Es posible que tengas derecho a paro o a alguna otra ayuda.
—Lo haré, no te preocupes.
—Tengo que irme. Le he prometido a Rodrigo que comeríamos juntos.
—Rodrigo y tú pasáis mucho tiempo juntos.
—No te jode, vive conmigo.
—Y a ti eso no te disgusta.
Se le escapó una risita.
—No le intereso.
—él se lo pierde.
Nos despedimos con un abrazo y me sostuvo así durante un ratito. Sus brazos eran un refugio para mí, entre ellos todo parecía ir bien. Tenían ese efecto. Me relajaban. Me calmaban.
Subí a casa por las escaleras. Al llegar arriba, Carmen salía del piso con los ojos rojos y el rostro descompuesto. La miré y el corazón me dio un vuelco.
—Carmen, ?qué pasa? ?Mi abuelo está bien? —Pensé en él de inmediato.
—Sí, Maya, está bien —respondió con una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Entonces, ?qué ocurre?
—Me marcho, tu abuela ha prescindido de mis servicios.
—?Te ha despedido? ?Por qué?
—Será mejor que entres. —Su pecho se llenó con una brusca inspiración—. Mucha suerte, Maya. Y si me necesitas, ya sabes dónde encontrarme. No dudes en llamarme, ?de acuerdo?
—Claro.
—Adiós, cuídate mucho.
Me la quedé mirando mientras las puertas del ascensor se abrían y ella entraba en su interior. Me dedicó una última sonrisa a modo de despedida y desapareció.
Dentro del piso se oían varias voces. Entré sin hacer ruido y el corazón se me subió a la garganta al darme cuenta de que una de esas voces pertenecía a mi tío Andrey. ?Qué hacía allí? él vivía en Alicante y sus visitas no eran habituales.
—No estoy de acuerdo con nada de esto. No está bien —dijo mi abuelo.
—Vamos, papá, ya lo hemos hablado. Tú necesitas ayuda hasta para comer y, con el tiempo, mamá no podrá hacerse cargo de todo. Además, aquí estáis muy solos. Lo lógico es que vengáis con Yoan y conmigo. Que estéis cerca de nosotros, de vuestros nietos —le explicó mi tío.
Me quedé sin aire al darme cuenta de que estaban hablando de mudarse y dejar Madrid. Y así, de repente, de un día para otro.
—Las cosas no se hacen de este modo. Y tú y yo sabemos perfectamente cuál es el motivo por el que te empe?as en dejar Madrid así —replicó mi abuelo.
—Nos hacemos mayores y estamos lejos de nuestros hijos. Aquí no pintamos nada, Luis —repuso mi abuela.
—La estás castigando.
—No digas tonterías, y ?no quiero seguir discutiendo este asunto contigo! —dijo ella con la voz alterada—. Los de la mudanza vendrán pasado ma?ana y la inmobiliaria ya ha encontrado una pareja interesada en alquilar el piso. Nos vamos.
—Papá, mamá tiene razón...
Con pasos temblorosos, me acerqué a la puerta del salón, donde ellos se encontraban.
—?Vais a alquilar nuestra casa?
Los tres se volvieron hacia mí. Incluso mi abuelo, que no podía verme, me buscó con su mirada perdida.
—Sí —respondió mi abuela.
—Maya, cielo... —empezó a decir mi abuelo.
—Papá —lo cortó mi tío. Inspiró hondo y tragó saliva antes de mirarme a los ojos—. Me llevo a los abuelos conmigo. Necesitan un cambio de aires, y la playa y el sol les vendrán bien. El tío Yoan, la tía Ana, tus primos... Todos queremos estar cerca de ellos.
—?Y qué pasa conmigo? ?Por qué nadie me ha consultado nada? Yo también vivo aquí, esta es mi casa.
—Es mi casa —puntualizó mi abuela.
La miré confundida y mi corazón se aceleró. Una profunda inquietud se apoderó de mí, porque no tenía ni idea de qué lugar ocupaba yo dentro de todo ese plan. Fuese cual fuese, no parecía bueno. La idea de dejarlo todo y mudarme con ellos a Alicante me parecía un disparate. ?Y cómo demonios iba a quedarme en Madrid si alquilaban la casa? Debería buscarme otro sitio y, en ese momento, apenas tenía dinero.
—?Y qué pasa conmigo? —insistí.
Mi tío no se anduvo con rodeos. En ese sentido, era muy parecido a mi abuela.
—Lo siento, Maya, pero solo tengo un cuarto libre. Además...
—Además... —lo atajó ella—, eres una persona adulta. Tienes veintidós a?os, a tu edad yo ya me ganaba la vida sin ayuda de nadie. Va siendo hora de que busques un trabajo y te independices. De que vivas la vida que has elegido. ?No querías eso? ?Marcharte a Nueva York?