Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(58)
Egoístamente, quería que las cosas fuesen como antes, pero ya nunca podrían serlo porque ella mudaba de piel cada mes ante mis ojos, creciendo y eligiendo sus propios caminos.
Cuando llegó el viernes, estaba tan frustrado que no podía ni concentrarme en el libro que leía mientras los grillos cantaban en mitad de la noche.
Leah apareció en la terraza. Llevaba un vestido azul claro muy sencillo, pero que marcaba todas y cada una de las curvas de su cuerpo, y unas sandalias de colores a juego con unos pendientes. Los labios con un poco de color y sombra de ojos negra. Creo que nunca la había visto así, tan… diferente, tan… mujer. O no me había fijado antes. Y maldita la hora en la que empecé a hacerlo, porque tenía algo adictivo. Ese misterio. Esa parte emocional. Lo imprevisible. Ella, a secas.
—He quedado con Blair, no llegaré tarde.
—Eh, quieta ahí. —Me puse en pie antes de que ella se diese la vuelta —. ?Por qué no me lo has dicho antes?, ?no has pensado que a mí también me apetecería salir un rato?
—?Y qué te lo impedía? —replicó.
—Que creí que estarías aquí, por ejemplo.
—Si no recuerdo mal, eso no pareció ser un problema para ti la semana pasada.
—Leah. —La cogí del codo y ella me sostuvo la mirada—. No me desafíes. Vives bajo mi techo, así que antes de hacer algo, me lo consultas.
?Viene alguien a recogerte?
—No, voy andando.
—De eso nada.
—Me apetece dar un paseo.
—Ni de broma. Te acercaré.
Vi cómo se mordía la lengua mientras yo iba a por las llaves del coche.
Me daba igual que le doliese que la tratase como a una ni?a, porque, a fin de cuentas, es lo que era. Que tenía diecinueve a?os, joder. Me lo repetí todas las veces que pude, no sé si como reproche hacia ella o solo para recordármelo.
Ninguno de los dos dijimos nada durante el trayecto hasta Byron Bay.
Conduje hacia una casa cerca de la playa que era grande y tenía dos alturas.
Paré delante. Se escuchaba música que provenía de dentro y, no sé por qué, sentí el impulso de apretar el acelerador y llevármela lejos, solo nosotros dos. Pasar aquella noche en cualquier lugar, paseando por la arena o en nuestra terraza; leyendo, escuchando música, hablando, bailando, pintando o tan solo estando en silencio, compartiendo el momento.
Aferré el volante con fuerza.
—?A qué hora paso a recogerte?
—No será necesario, gracias.
Cerré el seguro antes de que Leah pudiese abrir su puerta. Se volvió hacia mí con el ce?o fruncido y la boca tensa, contraída en una sola línea.
Esa boca desafiante…
—No me importa si te quedas hasta las tantas. Está bien, diviértete, disfruta. Pero dime una maldita hora. Y a esa hora estaré aquí, delante de la puerta. Y espero que tú también. ?Me he explicado?
—?No puede acercarme algún amigo…?
—No, a menos que quieras que entre, los conozca a todos y tenga una charla con ellos para que entiendan que me enfadaré mucho si a alguno se le ocurre beber y dejar que montes en su coche. Y créeme, no les gustará verme enfadado. Además, sospecho que a ti no te va la idea de que me comporte como tu ni?era oficial, así que hagamos las cosas fáciles, Leah.
—A las tres —dijo secamente.
—Hecho. Aquí estaré. Diviértete.
No sé si llegó a oírme antes de cerrar con un portazo.
Paré delante del mar tras conducir un rato. Podría haber vuelto a casa, pero dejé las sandalias dentro del coche y caminé por un sendero hasta la playa. Oí el rugir de las olas cerca. Me tumbé en la arena, con las manos en la nuca, y contemplé las estrellas que salpicaban el cielo.
Y pensé en ella. Pensé en mí. Pensé en todo.
58
LEAH
Había bastante gente en la casa y se oía música de fondo. Las voces que llegaban del salón me sacudieron. Me quedé parada delante de la puerta intentando decidir si entraba. Conocía a algunos invitados porque había coincidido con ellos en el instituto, antes de que yo repitiese el último a?o y me quedase atrás.
Sentí el impulso de dar media vuelta y correr tras el coche de Axel. Se me secó la boca. Le había dicho a Blair que acudiría a esa fiesta porque una parte de mí quería volver a ser normal, hacer las cosas que hacía antes, demostrar que era la misma chica de siempre. Pero el corazón se me iba a salir del pecho…
—?Leah? Estás aquí. Blair me dijo que vendrías. —Desde el otro lado del umbral, Kevin Jax me sonreía con cari?o.
—Hola. —Tenía un nudo en la garganta.
—Vamos, te prepararé algo de beber.
—No. Mejor no. —Estaba temblando.
—?Ni siquiera un refresco? Sin alcohol.
—Vale. Eso sí —accedí.
La ansiedad era como un insecto incontrolable que vivía dentro de mí.