El mapa de los anhelos(22)



—No tiene ninguna gracia que te dé todas las respuestas. Además, como bien has dicho, me gusta jugar, así que búscalo por tu cuenta.

—Eso es hacer trampa.

—Yo dicto las reglas.

La sonrisa de Will se torna más pronunciada y ahí, justo ahí, en la medialuna de sus labios, percibo un rastro oscuro y enigmático. Le gustan los retos. Sé que le gustan. Pero también creo que intenta contenerse con todas sus fuerzas.

—Vale. Entonces adivina tú con quién estoy enfadado.

Acepto el esperado contraataque sin quejas ni reproches.

—Con tu padre. Es bastante típico.

—No.

—Pues, una vez descartada esa opción, está claro que se trata de una chica. Tu novia, imagino. Déjame que haga una recreación: universitaria intelectual, porque a ti te gusta leer, de esas que visten con estilo sin necesidad de ponerse encima nada extravagante. ?Gafitas de pasta, quizá? —Will me mira fijamente y permanece inmóvil—. Usa bolsos de piel clásicos tipo bandolera y siempre lleva encima alguna libreta y caramelos de miel. Seguro que habíais hecho planes para el futuro, pero, al final, la cosa no funcionó y tú acabaste con el corazón roto.

—No.

—Lo que no entiendo es por qué decidiste refugiarte en un lugar como Ink Lake para lamerte las heridas. Y sigues sin decirme de qué conoces a mi hermana.

—No es una ex —insiste.

—?Se trata de tu madre? Espero que no sea nada relacionado con el complejo de Edipo, ya deberías haber superado esa etapa del desarrollo psicosexual.

—?Nadie te ha dicho nunca que eres de lo más peculiar?

—Desde que tengo uso de razón.

?Pero tú también —quiero a?adir—. Tú también tienes algo que te hace diferente, aunque aún no sé el qué, y por eso no me veo empujada a fingir cuando estamos juntos?.

—?Un amigo? —Vuelvo a la carga.

—No.

—Dame alguna pista.

Will ladea un poco la cabeza.

—Lo tienes delante.

—Así que lo que intentas decir…

—Es que estoy enfadado conmigo mismo.

Y, sin darme la oportunidad de indagar un poco más, finaliza la conversación con brusquedad cuando se levanta y camina hacia la barra para pagar la cuenta.





9


La vida monocromática


—?Seguro que las cosas están bien por allí?

—Sí, abuelo. Quédate tranquilo. Todo sigue… como siempre.

No a?ado que eso no tiene por qué ser bueno, claro, dado que él ya lo sabe. La situación en casa es tan tensa que la mínima sacudida podría hacer que todo se derrumbase. Tengo la sensación de que estamos caminando de puntillas, pero ?cuánto tiempo puede alguien soportar hacerlo sin que los talones toquen el suelo?

—Recuerda pasar por mi casa para comprobar que todo esté en orden. Y puedes quedarte allí cuando quieras, ya lo sabes, tienes la llave. Pero nada de fiestas.

—Lástima, ahora que había comprado un ca?ón de espuma…

—Eres incorregible, Grace.

—Yo también te quiero.

Tras colgar, bajo a la cocina en busca de algo para picar. No hay gran cosa en la nevera ni en la despensa. Encuentro a mi madre sentada en el sofá con los ojos fijos en el televisor. Está viendo un concurso en el que varias parejas desnudas compiten por sobrevivir en una isla desierta.

—Qué interesante. —Ella se encoge de hombros—. ?Vamos al supermercado? No hay leche ni mantequilla ni cereales. No hay apenas nada, en realidad.

—Lo siento. —Parece un poco aturdida—. ?Necesitas dinero? ?Has vuelto a perder el trabajo? Mi monedero está en la habitación, cari?o.

—Tengo dinero. ?Quieres que te compre algo?

Mamá niega con la cabeza e intenta sonreírme.

—Si ves a Olivia, salúdala de mi parte.

—Claro.

Diez minutos más tarde, pedaleo con fuerza calle abajo. No dejo de pensar en el mensaje que recibí ayer de Will: ?El siguiente paso del juego: piensa en las cosas que te gustan y escríbelas en un papel?. Algo raro en mí, obedecí al instante. Me senté en el escritorio, cogí un papel y… ya está. Estuve más de una hora mirando por la ventana con la hoja en blanco delante y, al final, lo único que fui capaz de escribir fue: ?Me gustan las golosinas que tienen picapica?. Así que terminé rompiendo el folio en pedacitos muy peque?os que tiré a la papelera antes de meterme en la cama.

Siempre me ha fascinado la palabra ?anhedonia? porque es delicada, pero expresa algo trágico: la incapacidad para sentir placer. ?Y si es eso lo que me sucede? ?Y si estoy empezando a percibir los primeros síntomas? No recuerdo la última vez que me sentí satisfecha y en ocasiones no presto atención al fondo emocional de las cosas.

Quizá eso explique lo que ocurrió con Olivia. Debería haber insistido en hablar con ella otra vez después del malentendido. Debería haberla llamado días más tarde. Debería haber encontrado otra manera menos dura de mostrarle la realidad.

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