El mapa de los anhelos(21)
Todos aguardan con impaciencia como si estuviese a punto de revelarles un secreto aeroespacial. Inspiro profundamente. Podría contarles que aquello era una tontería porque, en este universo inmenso, somos tan insignificantes como una hormiga. Pero, entre el océano de tristeza, hay esperanza en sus ojos. Así que les miento, igual que le mentí a Lucy en su día, porque necesito creerlo tanto como ellos y dentro del enga?o hay una pizca de verdad. Puede que su existencia no cambiase el curso del mundo, pero sí lo hizo para las personas que la queríamos.
—Le dije que sí, que era irremplazable.
Luego me levanto precipitadamente en cuanto la sesión llega a su fin y, cuando advierto que Faith se acerca para hablar conmigo, agradezco que Adrien se interponga entre ambas al comentarle algo. Aprovecho la ocasión y salgo de allí, aunque, si fuese precisa, usaría el verbo ?huir?.
Camino calle abajo hasta la cafetería.
Will está sentado en la misma mesa, con un libro en la mano y una taza vacía al lado. Lo observo a través del cristal aprovechando que no levanta la vista. Por su postura, parece relajado: las piernas estiradas, un brazo sobre el respaldo del asiento y el otro flexionado para ir pasando las páginas. Pero su característico ce?o fruncido delata que esa calma solo es un espejismo. Quizá sean las arrugas de la frente o la tensión en sus hombros lo que confunde cuando se trata de él; ni siquiera he decidido si me cae bien o mal, pero lo que sí sé es que despierta en mí algo extremo e intenso.
Se distrae de la lectura y fija la mirada en la mesa de madera hasta que me ve. Cuando lo hace, curva los labios con esfuerzo y el resultado es una mueca extra?a.
Entro y me siento frente a él en el banco granate, pero no pido nada.
—?Qué tal ha ido?
—Podría haber sido peor, supongo.
—Sospecho que no eres de las que ven el vaso medio lleno.
—Punto para ti. ?Y tú? ?Eres optimista?
—En estos momentos de mi vida cogería el dichoso vaso y lo estrellaría contra la pared hasta hacerlo a?icos. Espero que eso responda a tu pregunta.
Apoyo los codos en la mesa y la barbilla sobre las manos mientras lo miro fijamente. Lo que me gusta de nuestra dinámica es que ninguno de los dos considera al otro un bicho raro, aunque es evidente que somos dos círculos intentando encajar en un mundo lleno de cuadrados perfectos.
—?Problemas familiares? ?Te rompieron el corazón? ?O te presentaste a un concurso musical de jóvenes talentos y no te cogieron?
Le brillan los ojos cuando sonríe.
—Has dado en el clavo. Interpreté una canción de los Backstreet Boys y me dieron puerta. Fue muy traumático.
—Retiro lo que te dije en el coche; tu sentido del humor es bastante aceptable, pero no lo suficiente como para distraerme y cambiar el rumbo de la conversación. Así que volvamos a la idea del vaso, el optimismo y todo eso. Percibo en ti cierto enfado…
—Entonces, no solo eres capaz de ver de qué color es la gente, sino que además crees que eres una de esas adivinas de feria —replica burlón.
—Dime con quién estás enfadado.
Puede que sea porque nota mi determinación o porque está cansado de esconderse, pero cuando Will suelta un suspiro sé que he ganado esta batalla, aunque no la guerra.
—De acuerdo. Te lo diré si me explicas por qué piensas que soy morado y a qué viene todo eso de las almas…
—Las auras.
—?No es lo mismo?
—No. —Me entra la risa y Will permanece en silencio observándome hasta que cierro la boca. Parece sorprendido. Probablemente sea porque es la primera vez que suelto una carcajada delante de él, algo que, a decir verdad, no hago muy a menudo. Ante el atento verde de sus ojos me siento desnuda—. El aura es la energía que desprendes.
—?Y de dónde sacas esa idea?
—No va a gustarte mi respuesta.
—?Por qué?
—Porque eres un escéptico, Will.
—Intenta convencerme, entonces.
—Cuando era peque?a, mi abuelo me regaló un cuento demasiado infantil para mi edad: explicaba los colores utilizando las emociones de las personas para hacerlo. Por aquel entonces, como me aburría en el colegio, pasaba el rato intentando deducir qué tonalidad podría corresponder a cada compa?ero. Un día se lo conté a Lucy y le encantó el experimento, así que, desde ese momento, lo hacíamos juntas; analizábamos a sus amigas, a los chicos que le gustaban y a los vecinos. Es fácil deducir cómo es la gente que te rodea si te molestas en observarlos bien. En realidad, todos somos arcoíris, pero siempre hay un color predominante en cada uno de nosotros.
—?Y la conclusión es…?
—Que solo es un juego.
No le digo que siempre me he sentido atraída por el color morado; por la melancolía y la arrogancia, el misterio y la vanidad, la expiación, la magia y la fantasía…
—Las chicas Peterson tenéis un interés preocupante por los juegos…
—Será por un exceso de imaginación.
—Eso me parecía. ?Y por qué crees que mi aura es de color morado?