Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(96)



A mi madre le tembló el labio inferior cuando se lo tendí. Esperé nervioso mientras lo abría, intentando descifrar su expresión, pero era casi imposible porque estaba emocionada y sorprendida, pero también asustada y con el rostro tenso.

—Un viaje a Roma… —Alzó la mirada hacia mí—. ?Nos has regalado un viaje a Roma?

—Sí —me encogí de hombros.

—Pero eso… es mucho dinero…

—Era tu sue?o, ?no?

Mi padre me miró agradecido.

—No sé…, no sé si podemos hacerlo… —Mamá dejó los billetes de avión sobre su regazo y se llevó la mano a los labios—. Está la cafetería y… cosas, tengo el concurso de tartas…

Papá respiró hondo y vi la determinación en sus ojos cuando se volvió hacia ella y le sostuvo el rostro por las mejillas. Quise levantarme y marcharme, dejarles aquel momento íntimo solo para ellos, pero era incapaz de moverme.

—Amor, mírame. Vamos a irnos. Y va a ser el primero de muchos otros viajes. Abriremos la cuenta de ahorros, subiremos a ese avión y empezaremos una nueva etapa, ?me estás escuchando? Ya es hora de seguir, Georgia.

Ella asintió despacio, casi como una ni?a peque?a. A veces las emociones y la forma de asimilarlas tienen poco que ver con la edad. Pensé en eso y en las diferentes maneras que cada uno de nosotros tenemos de aceptar un mismo hecho, la pérdida. Supongo que, de algún modo, la vida consiste en intentar saltar los baches que aparecen y pasar el menor tiempo posible tirado en el suelo sin saber cómo levantarte.

Me puse en pie. Mis padres insistieron en que me quedase un poco más, pero me despedí con un beso tras decirles que nos veríamos el viernes por la noche, porque sabía que necesitaban estar a solas, y yo… quería volver con ella.

Quizá porque la echaba de menos. Quizá porque me había acostumbrado demasiado a compartir cada instante a su lado. Quizá porque sabía que en unos días todo podía cambiar.





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AXEL

Entré en casa por la puerta de atrás y vi la tabla de Leah en la terraza.

Sonreí ante la idea de que ella misma hubiese sentido la necesidad de perderse un rato entre las olas sin mí. La vi a través de la puerta. Estaba de espaldas, arrodillada en el suelo delante de un lienzo enorme y de una paleta llena de pegotes frescos de pintura. Todavía llevaba solo encima el bikini y desde allí tenía una vista espectacular de su trasero.

Me quité la camiseta mientras me acercaba a ella. Leah me miró por encima del hombro y sonrió.

—No te muevas —le pedí antes de arrodillarme a su lado. La abracé, deslicé las manos por debajo de la tela que cubría sus pechos y rocé el pezón con el pulgar hasta que ella jadeó y soltó el pincel—. Te echaba de menos.

Cerré los ojos y la toqué por todas partes, le besé el tatuaje, hundí un dedo en su interior y su espalda se tensó contra mi pecho. Le di un beso en el cuello. La cogí del pelo. Llevaba el aroma del mar pegado a la piel y yo solo quería lamerla. Deslicé la lengua por su columna vertebral y sentí cada estremecimiento de su cuerpo. Dejé de pensar en nada. Solo en ella. En mí.

En nosotros. En lo preciosa que era, tan llena de color…

No pensé cuando alargué la mano hacia la paleta que estaba a un lado y enterré los dedos en las pinturas. Luego recorrí su cuerpo con ellos; la espalda, las nalgas, las piernas. La coloreé con mis manos encima de aquel lienzo. Ella jadeó.

—Axel…

Había tanto deseo en su voz que estuve a punto de correrme al oírla decir mi nombre así. Contuve el aliento y le arranqué de un tirón la braguita del bikini. Me desabroché el botón de los pantalones y me los quité mientras me tumbaba sobre ella y le sostenía los brazos llenos de pintura sobre el lienzo.

Me hundí en ella de un empujón. Cerré los ojos.

No podía verle la cara, pero sí oír su respiración entrecortada. La embestí otra vez sujetándola con fuerza de las caderas. Más fuerte. Más profundo. Leah gimió, gritó. Apreté los dientes y cogí más pintura antes de que mis manos la cubriesen entera mientras empujaba dentro de ella una y otra y otra vez, aunque ninguna parecía suficiente, ninguna calmaba el agujero que sentía en el pecho ante la incertidumbre de que aquello no fuese para siempre. Cuando toda su piel estuvo cubierta de color y sudor, me aparté y le di la vuelta, porque quería follármela también con la mirada, con las manos, con cada gesto.

Leah respiraba agitada y sus pechos desnudos subían y bajaban al mismo ritmo. Tenía los ojos brillantes y clavados en mí; llenos de todo. De amor. De deseo. De necesidad. Nuestras miradas se enredaron mientras trazaba un camino azul desde su mejilla hasta su ombligo, despacio, tan despacio que cada roce de su piel contra la mía fue placer y tortura a la vez.

Sus labios suaves y abiertos al tiempo que me apretaba más contra ella, manchándome de la pintura que la cubría sin poder dejar de contemplarla fascinado.

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