Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(100)



Odié la idea de que Oliver pudiese tener razón.

—No sé si puedo hacer eso —admití.

él se inclinó y me quitó la botella. Dio un trago.

—Puedes. Y me lo debes. —Se frotó la cara cansado—. Confiaba en ti, Axel. Te pedí que la cuidases, te dije que era lo único que me quedaba, lo más importante, y tú…

—Perdóname —me salió del alma.

Oliver negó con los ojos brillantes. Bebió más.

—?Sabes? El problema no es que empezases a sentir algo por ella. El problema es que no lo frenases, que hicieses las cosas así, de esta manera, que me mintieses, joder, que no hablases conmigo, que tirases por la borda una amistad de toda la vida por ser un puto cobarde.

Se levantó sujetándose a la pared. Yo lo imité y nos miramos en silencio.

—?Cómo puedo arreglar las cosas?

—Ya lo sabes, Axel. —Su voz sonó firme.

Me dio un vuelco el estómago, pero asentí despacio. Me quedé quieto en medio del salón mientras Oliver se dirigía a la puerta. Antes de girar el pomo, me miró por encima del hombro. Yo vi toda una vida juntos en esa última mirada.

—Espero que te vayan bien las cosas.

Aguanté sin apartar la vista, pero no contesté.

Y Oliver salió de mi casa. Salió de mi vida.





105



AXEL

—No puedo más, joder.

Oliver apoyó las manos en las rodillas y resopló agotado. Estábamos en el cabo Byron y todavía faltaban varios tramos de escalera para subir al paraje más apartado. Me volví y tiré de él para ayudarlo a incorporarse.

Hacía un calor húmedo y Oliver seguía teniendo los ojos rojos e hinchados tres días después del funeral de sus padres.

En teoría, allí debería estar Leah, junto a él, pero teniendo en cuenta los sedantes que llevaba encima y que se había negado en rotundo a hacer aquello, mi familia se había ofrecido a acompa?arlo. Oliver había dicho que no, que no quería compartir ese momento con nadie, que era muy suyo, y supongo que por eso me pidió que fuese con él. Porque entre nosotros no había secretos. Porque éramos más que hermanos.

Continuamos subiendo bajo el sol de la ma?ana y el cielo despejado.

Era un día bonito. Tranquilo. Lo recuerdo porque pensé que aquello les gustaría a los Jones, la serenidad que se respiraba a cada paso que dábamos, subiendo y subiendo.

La brisa del mar nos recibió cuando llegamos a la cima. Contemplé las vistas: el océano inmenso, las olas salpicando contra las rocas, el verde intenso recubriendo el suelo que pisábamos y a lo lejos un grupo de delfines agitando la superficie calmada del agua.

Oliver se apretó el puente de la nariz.

—No sé si puedo hacerlo.

—Claro que sí. Déjame a mí.

Cogí la mochila que acababa de dejar en el suelo y la abrí despacio mientras él se alejaba unos metros para tranquilizarse. Saqué las dos urnas y las dejé sobre la hierba húmeda intentando que no me temblasen las manos.

Oliver regresó sin apartar la vista del suelo. Di un paso al frente y lo abracé dándole una palmada en la espalda.

—?Estás listo? —pregunté.

Me tendió la urna de Douglas antes de coger la de Rose. Yo había esperado que él lo hiciese a solas, así que me quedé un poco parado hasta que logré reaccionar. Avancé hasta el borde del acantilado a su lado. Nos miramos. Oliver respiró hondo. Y luego los dejamos ir, sin decirnos nada más. Nos quedamos allí, delante del mar, juntos. Despidiéndonos.





NOVIEMBRE



(PRIMAVERA)





106



LEAH

Enterré la cabeza en la almohada cuando oí a Oliver, que me hablaba desde la puerta de la habitación. Duro. Enfadado. Decepcionado. Porque no quería entender…

Habló de la universidad, de que había acelerado el traslado, de que tan solo iría unos días a Sídney para arreglarlo todo y estaría de vuelta definitivamente. Y entonces haríamos planes. Buscaríamos una residencia en Brisbane, me presentaría a los exámenes finales, me ayudaría con el traslado y pasaríamos unos días juntos en la ciudad para que pudiese conocerla bien.

Yo solo quería gritar. Pero en cambio le ofrecí silencio. Un silencio que lo desesperaba y que a mí me servía para seguir manteniéndome entera.

Ese día, cuando no pudo más, se acercó hasta mi cama y me hizo darme la vuelta hacia él para mirarlo. Se sentó en el borde furioso. Yo aparté la vista.

—?Sabes todo lo que he hecho por ti, Leah? —Le temblaba la voz. A mí empezó a picarme la nariz y me entraron ganas de llorar—. Vas a quedarte estos días en casa de Justin y Emily sin darles problemas, ?de acuerdo? Eh, mírame —me apartó el pelo de la cara—, ya te darás cuenta de que esto es por tu bien. Todo ha sido por mi culpa, no debería haberte dejado aquí, no tal y como estabas.

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