Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(101)



—?No me escuchas! Ya te lo he dicho. Que lo he querido siempre, que esto es real…

—Tú no conoces a Axel. No sabes cómo es en las relaciones, cómo siente, cómo coge y mete en el altillo de un armario las cosas que dejan de interesarle. ?Te ha contado acaso cómo dejó de pintar? ?Te ha explicado que cuando algo se le complica es incapaz de luchar por ello? él también tiene sus agujeros negros.

Se me escapó una lágrima, solo una.

—Eres tú el que no lo conoce —susurré.

Me miró con lástima y yo quise borrar esa expresión, porque me daba rabia que juzgase así a Axel, que no se hubiese molestado en entender ni una sola palabra de todo lo que le había dicho durante los últimos días, que no me respetase, que pensase que podía impedir aquello o que era un error.

Le envié un último mensaje a Blair antes de levantarme del sofá de la casa de Justin y Emily y caminar de puntillas hacia la puerta. Llevaba una semana sin saber nada de Axel. Una semana de silencio, de incertidumbre, de acostarme cada noche llorando porque no entendía qué estaba pasando.

Necesitaba verlo y asegurarme de que todo seguía bien, de que solo era un bache que olvidaríamos con el paso del tiempo y dejaríamos atrás. Oliver terminaría por entenderlo.

Así que le había pedido un favor a mi mejor amiga y lo único que tenía que hacer era salir por la puerta sin hacer ruido y entrar un poco después, a medianoche. Pero la fastidié cuando me golpeé la rodilla con la mesa del salón y me llevé una mano a la boca para no gritar de dolor. Las luces se encendieron.

Justin me miró. Llevaba un pijama azul.

—?Qué estás haciendo? Leah.

—Tengo que verlo. Por favor.

Se frotó la cara y le echó un vistazo al reloj que había en una estantería.

—Es una idea terrible.

—No tardaré, lo prometo.

—Dos horas. Si dentro de dos horas no estás aquí, iré a buscarte.

Le di las gracias con la mirada, porque era la única persona que parecía entendernos. Salí, dejé atrás la valla de la casa y vi el coche rojo que estaba aparcado al lado. Kevin estaba delante del volante, al lado de Blair.

Subí en el asiento de atrás y la abracé a ella como pude mientras él arrancaba para llevarme a esa casa en la que había vivido durante los últimos ocho meses y que, de repente, me resultaba lejana, como si hiciese siglos que no la pisara.

—Gracias por esto —susurré.

Blair alargó una mano hacia atrás para coger la mía. La apreté entre mis dedos, como en los viejos tiempos, como si estuviésemos haciendo una nueva locura en mitad de la noche. Me entraron ganas de reír, más por los nervios que me encogían la tripa que por otra cosa. Respiré hondo cuando Kevin frenó delante.

—No tengas prisa. Te estaremos esperando.

Me despedí de ellos y rodeé la casa para entrar por la terraza de atrás.

Lo vi antes de recorrer el camino hasta el porche. Cuando pude distinguir sus ojos en los míos, me puse tensa, porque no era la mirada que recordaba de los últimos días que habíamos pasado juntos; era otra, más fría, más distante y más turbia. Avancé hasta subir los escalones. Axel estaba apoyado en la barandilla y tenía un cigarrillo entre los dedos que apagó antes de alzar la vista y recorrerme con lentitud de los pies a la cabeza. Me estremecí.





107



AXEL

Leah dudó, pero un segundo después echó a correr hacia mí y me abrazó, aferrándose a mi cuerpo, matándome un poco por dentro. Cerré los ojos y respiré hondo, pero fue un error, porque solo conseguí que su olor me envolviese. Hice el esfuerzo de mi vida cuando la sujeté por los hombros y la aparté con suavidad.

—?Qué pasa? ?Por qué no contestas al teléfono?

Me froté el mentón. Joder, no sabía qué decir, no sabía cómo manejar aquello y lo único que podía hacer era evitar mirarla, concentrarme en cualquier otro punto de la terraza, porque la idea de que aquel fuese nuestro último recuerdo juntos me resultó triste y feo, como ensuciar todo lo demás.

—Axel, ?por qué no me miras?

??Porque no puedo!?, quise gritar, pero sabía que no podría huir; lo había intentado, eso sí, como con las cosas que eran demasiado, como si una parte de mí se dedicase a desoír todos esos consejos que sí podía dar a los demás. Por fin levanté la vista. Y estaba tan preciosa… Enfadada, pero llena de emociones que parecían desbordarse en sus ojos; temblando, pero parada delante de mí sin dar un paso atrás. Valiente.

—Lo siento —susurré.

—No, no, no…

Bajé la mirada. Ella posó las manos en mi mandíbula y la levantó. Si en algún trance de mi vida se me rompió el corazón, definitivamente fue en ese, en el instante en el que Leah deslizó la punta de los dedos por los moratones que tenía en el pómulo derecho y por la herida del labio. Cerré los ojos. Y volví a cagarla. Dejé que se pusiese de puntillas y que su boca cubriese la mía en un beso trémulo y lleno de miedo. Gru?í cuando se apretó contra mí. Sus caderas pegadas a las mías. Sus brazos rodeándome el cuello. Su lengua con sabor a fresa y todo lo que había simbolizado en mi vida: romper la rutina, abrirme a otra persona, el color intenso y vibrante, las noches bajo las estrellas y los momentos que habíamos vivido en aquella casa y que ya serían solo nuestros para siempre…

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