El lado bueno de las cosas(3)
A Nikki le gusta leer y, como siempre ha querido que leyera, empiezo a hacerlo para poder participar en las conversaciones de aquellas cenas en las que yo permanecía callado en el pasado. Aquellas conversaciones con los amigos literatos de Nikki, unos profesores de inglés que creen que soy un bufón inculto. De hecho, así es como me llamaba un amigo de Nikki cuando bromeaba con él por ser tan bajito.
—Al menos yo no soy un bufón inculto —solía decirme Terry, y Nikki se reía sin parar.
Mamá es socia de la biblioteca, así que saca libros para mí ahora que estoy en casa y puedo leer lo que quiera sin que el doctor Timbers (quien, por cierto, hablando de libros, es un poco fascista) tenga que controlarlos. El primero que leo es El Gran Gatsby. Me lo termino en tres noches.
La mejor parte es la introducción, que explica que la novela trata sobre el tiempo y que no se puede volver atrás, y así es como me siento yo respecto a mi cuerpo y al ejercicio, pero aún quedan una cantidad infinita de días hasta mi inevitable reunión con Nikki.
Cuando leo la historia en sí (lo mucho que Gatsby ama a Daisy pero nunca puede estar con ella por más que lo intente) me dan ganas de romper el libro en pedazos y llamar a Fitzgerald y decirle que su libro está del todo equivocado, a pesar de que sé que Fitzgerald probablemente haya fallecido. En especial cuando Gatsby cae muerto en la piscina la primera vez que va a nadar en todo el verano, o cuando Daisy ni siquiera va a su funeral, o cuando Nick y Jordan separan sus caminos y Daisy termina con el racista de Tom, cuya necesidad por el sexo básicamente asesina a una mujer inocente. Se podría decir que Fitzgerald nunca se dedicó a mirar las nubes al atardecer, porque no hay ningún rayo de esperanza al final del libro, si me permitís que lo diga.
Comprendo el motivo por el que a Nikki le gustaba esta novela, está muy bien escrita. Pero el hecho de que le gustara me preocupa ya que significaría que Nikki no tiene esperanza, pues siempre decía que El Gran Gatsby era la mejor novela escrita por un americano, y fijaos cómo acaba. Aunque estoy seguro de una cosa: Nikki estará orgullosa de mí cuando le diga que he leído su libro favorito.
También le daré otra sorpresa: voy a leer todas las novelas que se estudian en su clase de literatura, para que esté orgullosa y para que sepa que realmente estoy interesado en lo que le gusta y que vea que estoy haciendo un esfuerzo real por salvar nuestro matrimonio. Así podré hablar con sus ostentosos amigos y decir cosas como: ?Tengo treinta a?os. O sea, que me sobran cinco a?os para mentirme a mí mismo y llamarlo honor?, que es lo que dice Nick hacia el final de la famosa novela de Fitzgerald, aunque a mí también me sirve la frase. Me sirve porque yo también tengo treinta a?os, así que cuando diga la frase pareceré realmente listo. Estaremos hablando en medio de una cena, y la referencia hará que Nikki sonría y empiece a reír, pues estará sorprendida de que yo haya leído El Gran Gatsby. Al menos eso es parte de mi plan, soltar esa frase cuando menos se lo espere para ?dejar caer el conocimiento?, como diría mi amigo negro Danny.
Dios, no puedo esperar.
NO PREDICA EL PESIMISMO
Mi trabajo se ve interrumpido a mediodía cuando mamá baja al sótano y me dice que tengo una cita con el doctor Patel. Le pregunto si puedo ir más tarde, ya que tengo que completar mis ejercicios, pero mamá contesta que tendré que regresar al lugar malo de Baltimore si no voy a las reuniones con el doctor Patel, e incluso cita la sentencia del juez y me dice que puedo leerla si no la creo.
Así que me doy una ducha y mamá me lleva al consultorio del doctor Patel, que está en la primera planta de una gran casa en Voorhees, justo al salir de la carretera Haddonfield-Berlin.
Cuando llegamos me siento en la sala de espera mientras mamá rellena más papeles. Por lo menos se habrán talado diez árboles para poder escribir toda la documentación sobre mi salud mental. Nikki odiaría eso; ella se preocupa mucho por el medio ambiente y cada Navidad me regalaba un árbol de la selva (en realidad era un trozo de papel en el que decía que un árbol era mío). Ahora me siento mal por haberme burlado de esos regalos. Nunca más me burlaré de la destrucción de la selva cuando Nikki regrese.
Mientras me siento ahí, pasando las páginas de la revista Sports Illustrated, al tiempo que escucho el hilo musical de la sala de espera, me doy cuenta de que cuando están sonando esas encantadoras flautas, de repente, sin previo aviso, se oye: ?La la laaa… la la laa… la la laaa… la laa la laaa?. Es la canción: ?My Cherie Amour?. Y entonces me levanto del asiento gritando, tirando las sillas, cogiendo montones de revistas que estampo contra la pared, y chillando:
—?No es justo! ?No toleraré estos trucos! ?No soy una cobaya!
Y en ese momento, un peque?o hombre indio (quizá de un metro y medio de altura), que lleva un jersey de punto, pantalones de vestir y zapatillas de tenis blancas y brillantes, me pregunta con mucha calma qué es lo que sucede.
—?Quite esa música! —grito—. ?Quítela! ?Ahora!
El hombre diminuto es el doctor Patel, o al menos esa es la impresión que me da cuando le dice a la secretaria que quite la música y ella obedece. Stevie Wonder sale de mi cabeza y dejo de gritar.