Puro (Pure #1)(60)



Las chicas están tejiendo esterillas, tal y como le ha dicho la guardia. Tienen tiras de plástico de varios colores y las van entrelazando entre sí, formando un dibujo a cuadros, igual que los ni?os en los campamentos.

La guardia les dice que tomen asiento. Lyda se sienta al fondo, junto a otra chica, y la pelirroja se le pone enfrente. Empieza a coger tiras —solo rojas y blancas— y a trenzarlas a toda prisa, con la cabeza inclinada sobre la labor.

La que está sentada junto a Lyda levanta la vista y la mira con unos intensos ojos casta?os, como si la reconociera, para luego bajar la cabeza y regresar a la tarea. Lyda no la ha visto antes. Por toda la fila las chicas parecen volverse rápidamente y mirarla de reojo: la que mira le da un codazo a la siguiente y se produce una reacción en cadena.

Lyda es famosa, aunque esas chicas tienen que tener más idea que ella de por qué.

Las guardias se han ido a una esquina y charlan apoyadas contra la pared.

Lyda las mira de reojo y coge un pu?ado de tiras de plástico. Juguetea nerviosa con los dedos. Todo está en silencio un rato hasta que la chica de al lado le susurra:

—Todavía estás aquí.

?Se refiere a en la sala común de artesanía o a la institución en general? Lyda no responde. ?Por qué hacerlo? Pues claro que sigue allí, en todos los sentidos.

—Todo el mundo creía que ya te habrían hecho cantar.

—?Cantar?

—Que te habrían obligado a darles información.

—Yo no sé nada.

La chica la mira con incredulidad.

—?Saben adónde ha ido?, ?qué ha pasado? —pregunta Lyda.

—?No deberías saberlo tú?

—Yo no.

La chica se ríe.

Lyda decide ignorar la risa. La pelirroja se ha puesto a murmurar, mientras trabaja, una nana que solía cantarle a Lyda su madre: ?Brilla, brilla, estrellita…? Es de esas canciones que, en cuanto se te meten en la cabeza, no hay manera de parar de cantarlas, sobre todo si estás en aislamiento. Volvería loco a cualquiera. La pelirroja parece emocionada con la canción, piensa Lyda. Espera que no sea muy pegadiza. La chica deja de tatarear por un instante y se queda mirándola como si quisiera decirle algo pero no se atreviese. Vuelve a su tarareo.

A Lyda empieza a caerle mal la pelirroja. Se vuelve hacia la de los ojos casta?os que antes se ha reído de ella y le pregunta:

—?Qué es lo que tiene tanta gracia?

—No lo sabes, ?verdad?

Lyda sacude la cabeza.

—Dicen que ha ido fuera, hasta el final.

—?Hasta el final de dónde?

—De la Cúpula.

Sigue tejiendo. ?Fuera? ?Por qué iba a ir fuera? ?Por qué querría nadie salir? Los supervivientes del otro lado son malos, están trastornados y son unos degenerados, gente deformada que ya no es humana del todo. Ha escuchado cientos de historias horribles sobre chicas que sobrevivieron, chicas que conservaron un poco de humanidad solo para acabar violadas o comidas vivas. ?Qué le harán a Perdiz? Lo destriparán, lo hervirán y se lo zamparán.

Apenas puede respirar. Contempla las cabezas afanadas sobre las esterillas. Una chica la está mirando, pálida y sonriente. Lyda se pregunta si estará tomando medicinas que la hacen sonreír. ?Por qué si no va a sonreír nadie allí?

La pelirroja da una palmada sobre su esterilla, murmura algo y clava la mirada en Lyda, como si quisiera que le prestase atención o incluso que le dé su aprobación. Es una esterilla blanca bastante sencilla, con una franja roja en el medio. Mira inquisitiva a Lyda como diciendo ??Lo ves? ?Has visto lo que he hecho??

La chica de los ojos casta?os que tiene a su lado le susurra:

—A estas alturas ya estará muerto, probablemente. ?Quién va a sobrevivir ahí fuera? No era más que un chico de la academia. Mi novio me dijo que ni siquiera había terminado la codificación.

Perdiz. Siente que está en otro planeta, pero ?muerto? Sigue creyendo que si fuese así lo sabría. Sentiría la muerte en su interior, y no es así. Piensa en cómo la cogió por la cintura mientras bailaban, en el beso, y siente de nuevo un pellizco en la barriga, como siempre que piensa en él. No le pasaría si estuviese muerto; sentiría el temor, la pena. Pero todavía alberga ilusiones.

—Sí que podría —murmura Lyda—. Sobreviviría.

La chica ríe de nuevo.

—?Cállate! —le susurra Lyda con rotundidad, antes de volverse hacia la pelirroja y decirle también—: ?Cállate!

La pelirroja se queda paralizada.

Las otras chicas levantan la vista.

Las guardias miran hacia la mesa.

—?A trabajar, se?oritas! —les ordena una—. ?Os viene muy bien! Seguid así.

Lyda fija la mirada en las tiras de colores, que se vuelven borrosas, y con ellas su visión. Empieza a llorar pero retiene las lágrimas. No quiere que nadie la vea. ?Sigue así —se dice para sus adentros—. Sigue así.?





Pressia


Lejía

No es como Pressia se lo había imaginado: parece más un viejo hospital que una base militar. Huele a antiséptico, a demasiado limpio, como si lo hubiesen frotado con lejía. Hay cinco camastros en el cuarto, y los chicos que están tumbados en ellos no se mueven, están todos quietos. Pero no es porque estén dormidos. Llevan puestos unos uniformes verdes almidonados y esperan. Uno tiene una mano rígida cubierta con aluminio rojo, la cabeza de otro está desfigurada por piedra y hay otro que está escondido bajo la manta. Pressia sabe que ella tampoco es mucho más guapa, con su cara llena de cicatrices y su pu?o fusionado con la cabeza de mu?eca. Todavía tiene la cinta americana en la boca, las manos atadas en la espalda y lleva ropa de calle, de modo que los demás saben que es nueva. Si pudiese, cree que les preguntaría a qué están aguardando allí, aunque ?realmente querría saberlo?

Julianna Baggott's Books