Puro (Pure #1)(57)



Perdiz vuelve a meter la fotografía en la funda, que guarda a su vez en el sobre y luego en el bolsillo interior de la mochila.

—Pero, aunque sobreviviese a la explosión (lo que ya sería mucho elucubrar) —interviene Bradwell—, puede que no superase lo que vino después. No mucha gente lo ha logrado.

—Mira, puede que os parezca una tontería, pero yo creo que está viva.

—O sea, ?tu padre os salvó a ti y a tu hermano pero a ella no? —le pregunta Bradwell.

El puro asiente.

—Le rompió el corazón a mi madre, y a mí también.

—La confesión se queda flotando en el aire tan solo un instante, hasta que Perdiz la aparta—. Quiero volver donde la anciana. Sabe más de lo que nos ha contado.

—Pero ahora es de día —le advierte Pressia—. Tenemos que andarnos con cuidado. Déjame que vaya yo antes a inspeccionar la zona.

—No, voy yo —dice Perdiz.

—No, yo —se ofrece Bradwell—. De paso veré qué da?os ha causado la muertería.

—He dicho que voy yo —insiste Pressia, que se levanta y se sacude el polvo de la cabeza y la ropa. Quiere asegurarse de que Perdiz la sigue viendo útil. No se ha rendido.

—Es demasiado arriesgado —le dice Perdiz, al tiempo que alarga la mano para retenerla. Cuando le agarra la mu?eca el jersey se levanta y deja al descubierto la cabeza de mu?eca. Aunque lo sorprende, no la suelta. En lugar de eso la mira a los ojos.

Pressia vuelve el brazo y le ense?a la cara de mu?eca que tiene por mano.

—De la explosión. ?No querías verlo antes? Pues aquí lo tienes.

—Ya lo veo.

—Llevamos nuestras marcas con orgullo. Somos supervivientes —le dice Bradwell.

Pressia sabe que a Bradwell le gustaría que fuese verdad, pero no es así, al menos para ella no.

—Voy a echar un vistazo. No me pasará nada.

Perdiz asiente y la deja ir.

La chica sube los escalones de piedra hasta llegar a la luz, pero se parapeta con las ruinas de la iglesia. Se agacha tras un trozo de un muro y mira por un lateral hacia la calle. Hay unas cuantas personas formando un círculo justo delante de la casa de la anciana. En las ventanas ya no hay rastro de la lona y la puerta de tablones ha desaparecido.

Cuando la gente se dispersa, Pressia ve allí mismo en el suelo un charco de sangre que reluce con esquirlas de cristal.

Le escuecen los ojos pero no llora. Al instante piensa que la mujer no debería haber cantado así, que debería haber parado. ?Es que no lo sabía? Y Pressia nota el cambio en su interior, de la pena a la repulsión. Odia ese cambio; sabe que está mal pero aun así no puede evitarlo. La muerte de la mujer tiene que servir de lección. Eso es todo.

Da media vuelta.

En ese instante la golpean en el brazo. Un gru?ido, una respiración, y alguien que la coge por la barriga, la levanta y echa a correr. Al principio cree que es Perdiz o alguien de la muertería. Pero no. Oye un motor: es la ORS. Echa mano del cuchillo que le dio Bradwell, agarra el mango y lo saca del cinturón pero entonces una mano con un oscuro dedo de metal le rodea la mu?eca con tanta fuerza que deja caer el cuchillo, que resuena contra el suelo.

La mano con el dedo metálico le tapa la boca. Intenta gritar pero está amordazada. Como el ni?o de los dedos mutilados de la sala de encima de la reunión, le muerde la parte carnosa de la mano, por donde la piel es más fina. Oye una maldición tan inmunda que a su captor se le contraen las costillas, aunque no hace sino apretarla con más fuerza aún. Le ha hecho sangre y ahora le sabe la boca a óxido y sal. Arquea la espalda, intenta darle patadas y pegarle pu?etazos con la mano de mu?eca. ?Saben Bradwell y Perdiz que la han cogido? ?La buscarán?

Intenta escupir. Siente el viento en el pelo y oye un motor. Alza la vista y ve la parte trasera del camión: han venido a por ella. Se acabó.





Perdiz


Boca

Al cabo de unos minutos Perdiz sube las escaleras de piedra de la cripta para ver dónde está Pressia. ?Por qué tarda tanto? Hace viento. El horizonte está despejado salvo por una mancha en el suelo, sangre recién derramada e impregnada de cristales.

Se vuelve hacia Bradwell, con una mano a cada lado de la escalera y los brazos extendidos.

—?Adónde ha ido?

—?De qué hablas? —Bradwell le empuja al pasar a su lado y sube los escalones de tres en tres—. ?Qué co?o quieres decir? ?Pressia! —grita.

—?Pressia! —chilla ahora también Perdiz, aunque sabe que no deberían; podrían llamar la atención.

Bradwell corre hasta el charco de sangre y Perdiz lo sigue con el estómago encogido por el miedo. No está seguro de qué hacer.

—?Crees que es sangre de ella? —le pregunta a Bradwell con un hilo de voz.

—Tiene una capa fina que está empezando a coagularse. Lleva más tiempo —Bradwell tiene los ojos desencajados mientras escruta los alrededores.

—Ha desaparecido —dice Perdiz—. No volveremos a verla, ?no?

Bradwell mira en todas direcciones y le grita: —?No digas eso! Ve a mirar en la casa de la anciana. Yo subiré ahí arriba para intentar tener una mejor panorámica.

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