Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(95)
Su rostro estaba a escasos centímetros del mío.
—?Por qué? Cuéntamelo, por favor.
—Porque me daría miedo intentarlo y no conseguirlo. —La tumbé a mi lado. Con una mano le aparté el pelo enredado de la cara antes de acariciarle la mejilla con el pulgar—. Voy a hablarte de la noche que decidí que no pintaría más.
Y se lo conté todo, sin guardarme nada, sin tener que ser delicado cada vez que nombraba a los Jones, dejándole ver lo importante que su padre había sido para mí, lo jodido que llegué a estar, lo infeliz que había sido durante aquel tiempo.
—?Y nunca volviste a intentarlo?
—No. Todo sigue ahí, encima del armario.
—Pero, Axel, ?cómo es posible…?
—Porque no lo siento como tú. Y para no sentirlo, para hacer cualquier cosa, entonces mejor no hacer nada ni molestarme en ensuciarme las manos. Te dije que, el día que me entendieses a mí, te verías mejor a ti misma. Porque tú, cari?o, tienes magia. Lo tienes todo.
—Pero es triste, Axel, muy triste.
—No tiene más importancia. —Me incliné para besarla despacio.
—Así que voy a quedarme toda la vida con la duda de cómo soy a través de tus ojos, de cómo me dibujarían tus manos… —susurró mientras me abrazaba.
Y yo no pude contestar, porque tenía un nudo en la garganta y sus palabras despertaron un cosquilleo que creía olvidado. Lo enterré. No muy hondo, simplemente lo dejé ahí. Solo eso.
—Espera. Ya lo sé. ?Tengo una idea! —Me dedicó una sonrisa inmensa.
Media hora después estábamos dentro del coche discutiendo los detalles. Cuando Leah lo tuvo claro, bajamos y caminamos hasta el local de tatuajes que hacía esquina al final de la calle. Yo me encargué de explicarle los detalles al chico que estaba tras el mostrador leyendo una revista. Nos dio el visto bueno y entramos al estudio.
El tipo me tendió el rotulador. Me acerqué despacio a Leah mientras ella se levantaba la camiseta y dejaba a la vista el borde del pecho y todo el lateral. Respiré hondo. Me senté delante y deslicé los dedos por la piel que cubría las costillas y el lado derecho del torso.
—Hazlo sin pensar, Axel.
—Es para toda la vida…
—No me importa si es tu letra.
Contuve el aliento mientras la rozaba con la punta del rotulador y a ella se le erizaba la piel en respuesta. Lo deslicé con suavidad hacia arriba y luego abajo y otra vez arriba conforme iba trazando cada sílaba y cada vocal, solo para ella.
Me aparté al terminar. Lo leí:
? Let it be. Deja que ocurra.?
La canción que bailamos en la terraza la primera noche que la besé. La noche en la que todo empezó a cambiar entre nosotros.
—?Te gusta? —pregunté.
—Es perfecto.
El chico terminó de preparar el material y se acercó. Después contemplé ensimismado cómo mis letras se iban grabando en su piel, cómo cada trazo y cada rastro de tinta parecía unirnos para siempre en un recuerdo que era solo nuestro.
100
AXEL
Era el penúltimo sábado de octubre cuando entré en casa de mis padres con su regalo de aniversario en la mano. No iban a celebrarlo hasta el siguiente viernes, cuando Oliver estuviese de vuelta y fuésemos todos a cenar a casa de Justin y Emily, que se habían empe?ado en organizarlo para que mamá no cocinase ese día. Así que sí, allí estaba yo, a las seis de la tarde llamando al timbre.
Mi padre abrió la puerta y me abrazó.
—?Cómo va eso, chaval? Tienes buen aspecto.
—Tú también. Eh, me gusta ese colgante.
—Es un árbol cabalístico —sonrió orgulloso.
Lo acompa?é dentro. Mamá salió a saludarme y me preguntó si quería tomar algo; cuando contesté que no, frunció el ce?o.
—?Nada? ?Ni un poco de té?
—No. Estoy bien así.
—?Tampoco zumo de naranja?
Puse los ojos en blanco y suspiré.
—Está bien, ponme uno de esos.
—Sabía que te apetecía —me gui?ó un ojo.
Mi padre se sentó en su sillón y me preguntó por los últimos encargos que había tenido. Mamá me tendió el zumo unos minutos después y se sentó con las manos cruzadas sobre las piernas y una mirada de curiosidad.
—No quiero ser grosera, cielo, pero ?a qué has venido? Me preocupas.
—?Por qué todo lo asocias a algo malo?
—Créeme, cada vez que me llamaban de tu instituto rezaba para que fuese por una buena razón, una medalla deportiva o un sobresaliente inesperado, yo qué sé, pero nunca ocurrió. Me di cuenta de que solo acertaba pensando mal. Sabes que te adoro, mi vida, pero…
—Joder, eso fue como hace una eternidad.
—?Esa boca!
—Solo quería traeros vuestro regalo de aniversario.
Me levanté para sacar el sobre algo doblado del bolsillo del pantalón.