Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(91)
Avanzamos a trompicones por el camino hasta llegar a la puerta. Cerré con un golpe seco mientras Leah me desabrochaba los botones de la camisa y apartaba la tela por los hombros. Le quité a ella la camiseta y la dejé caer en mitad del salón antes de bajarle la falda de un tirón. Nos besamos mientras caminábamos hacia la habitación tropezando, abrazándonos, jadeando con ella colgada de mi cuello y pegada a mi pecho.
—?Qué co?o has hecho conmigo? —susurré.
Porque era la pregunta que me rondaba a todas horas la cabeza. En qué instante exacto había perdido la razón por ella, qué frase o qué gesto fue determinante, en qué momento empecé a ser un poco suyo, aunque yo jamás admitiría algo así en voz alta por jodido orgullo.
—Quiero dártelo todo —me miró temblorosa.
—Ya lo haces.
Cuando nuestros labios se buscaron con más fiereza, se arrodilló delante de mí. Contuve el aliento. Me acogió en su boca y yo pensé que me moriría. Respiré hondo, despacio, casi al ritmo de sus movimientos, que al principio fueron lentos, más suaves, y luego se volvieron intensos.
Jodidamente intensos. Hundí los dedos en su pelo. Y hostia. Sus labios. Su lengua. Iba a volverme loco. Intenté controlarlo, retrasar el momento un poco más, pero un escalofrío de placer me atravesó cuando clavó sus ojos en los míos sin dejar de acariciarme con la boca.
—Cari?o… Me voy a correr…
Fui a apartarme, pero ella siguió. Apoyé las manos en la pared de delante y dejé escapar un gemido ronco cuando me vacié entre sus labios.
Fue arrollador. De otro puto planeta o algo así. Cerré los ojos y tomé una bocanada de aire, temblando como un crío. Esperé hasta que ella volvió del cuarto de ba?o un minuto después y entonces la sujeté por las mejillas y la besé una y otra y otra vez. Leah se echó a reír abrazándome.
—Vaya, te ha debido de gustar.
—No es eso…
La cogí en brazos y la llevé hasta la cama.
—Entonces, ?qué es?
—Amor —susurré.
Yo sabía lo que era el deseo, el placer, las ganas de alcanzar el clímax.
Pero hasta que ella llegó a mi vida no había sabido nada del amor, de la necesidad de satisfacer a la otra persona, de dárselo todo, de pensar antes en el otro que en uno mismo.
—Axel, ?qué es lo que piensas del amor? —preguntó tumbada entre las sábanas blancas.
—No lo sé. No pienso nada concreto.
—Tú siempre tienes respuesta para todo.
—Supongo que pienso en ti.
—Eso no vale.
—Pues es la única verdad que tengo. Solo sé que me pasaría toda una vida así. Hablando contigo. Follando contigo. So?ando contigo. Todo contigo. ?Tú crees que eso es amor?
Leah sonrió con las mejillas sonrojadas.
Estaba tan preciosa que deseé dibujarla.
94
LEAH
Casi nunca somos conscientes de lo felices que somos mientras lo estamos siendo. Solemos recordarlo y valorarlo después; esa comida familiar a la que te daba pereza ir y que terminó siendo una lluvia de risas, anécdotas que cuando ocurren aún no sabes que se quedarán para siempre contigo, esa tarde tonta en la que acabas riéndote a carcajadas con tu mejor amiga hasta que te duele la tripa, un día en el que piensas que lo tienes todo mientras estás tumbado sobre la arena de la playa y el sol cálido te besa la piel. Ese tipo de instantes en los que disfrutas tanto que no te paras a valorar porque estás ahí, justo ahí, viviéndolos, sintiéndolos en ese presente.
Sin embargo, con él no podía dejar de pensarlo. ?Felicidad?, la palabra me bailaba en la punta de la lengua cada ma?ana, justo antes de despertar y darle un beso lento. Creo que era porque una parte de mí ya sabía que no acabaría bien, que tenía que guardar con mimo todos esos momentos que estábamos viviendo juntos, porque los recordaría durante a?os y serían lo único a lo que podría aferrarme.
95
AXEL
Noté algo. Un crac flojito, pero no le di importancia hasta que oí el ruido de un par de pisadas en la madera del salón. Abrí los ojos de golpe. No sé cómo cojones conseguí levantarme de la cama y ponerme un ba?ador que cogí del primer cajón, porque de repente tenía el corazón en la garganta.
Leah murmuró algo incomprensible aún medio dormida, pero apenas le presté atención. Crucé la habitación con dos zancadas y me sujeté al marco de la puerta. Y mierda. Joder. Mierda.
Justin me miró, con las llaves en la mano y una mueca de incredulidad.
Sus ojos se desviaron hacia la ropa que la noche anterior habíamos dejado desperdigada de camino al dormitorio, y luego se detuvieron en la habitación vacía de Leah antes de volver a clavarse en mí.
—?Qué cojones has hecho, Axel? ?Qué cojones…?