Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(94)



—Estoy un poco nerviosa… —comenzó a decir.

—Yo también —admití en un susurro ronco.

La miré. Miré a la mujer que había cambiado mi vida; la que un día, después de un turno de trabajo de doce horas en el hospital, cerró los ojos unos instantes mientras estaba al volante y se salió de su carril invadiendo el contrario, ese por el que nosotros circulábamos mientras sonaban las primeras notas de Here comes the sun. Pensé que debería sentir odio y rabia y más dolor, pero cuando escarbé en mi interior y busqué todo eso tan solo encontré compasión y un poco de miedo por lo imprevisible que a veces podía ser la vida. Porque ese día había estado en el lado contrario, pero cualquier otro podría encontrarme bajo su piel, porque es imposible prever algo así ni tampoco olvidarlo. Y cuando me dijo entre lágrimas lo mucho que lo sentía, supe que ya no tenía nada que hacer dentro de aquella casa.





98



LEAH

Es curioso cómo cambian las cosas. Algunos cambios llevan a?os, toda una vida, otros suceden en apenas unos minutos. Cuando entré en esa casa era una persona diferente a la que salió de allí apenas media hora después. Y

solo hicieron falta un par de palabras. A menudo lo vemos todo a través de filtros hasta que un día vamos quitando uno y otro y otro más y al final solo queda la realidad.

Cuando salí y vi a Axel apoyado en el lateral del coche con los brazos cruzados, me temblaron las rodillas. Porque lo vi más claro. Más mío. Más suyo. Más perfecto. Más todo. Y corrí hacia él con el corazón en la garganta como si fuese lo único sólido, el punto sobre el que giraba el resto del mundo, de mi mundo.

Lo abracé. Me aferré a su cuerpo temblando, pero siendo consciente de cada detalle: de la suavidad de su piel, de lo bien que olía, de lo mucho que lo quería, de lo importante que siempre sería para mí. Escondí la cabeza en el hueco de su cuello y nos quedamos allí, meciéndonos abrazados en medio de la calle, cerrando juntos un baúl lleno de dolor en el que ya solo quedaban recuerdos bonitos que no quería volver a esconder nunca más.

—Hace meses me dijiste que yo creía que eras un cabrón insensible porque parecía que disfrutabas metiendo el dedo en la herida. Y tenías razón. Lo pensaba. —Respiré hondo, perdiéndome en su mirada azul—.

Pero también dijiste… que algún día te lo agradecería, que recordase aquella conversación…

—Cari?o… —Tenía la voz ronca.

—Gracias, Axel. Por todo. Gracias, gracias, gracias.

Volví a abrazarlo, esta vez más fuerte, casi derribándolo contra el coche, y nos quedamos allí un par de minutos en silencio, aferrados el uno al otro.





99



AXEL

Subí el volumen de la radio del coche cuando empezó a sonar A 1000 times y me puse las gafas de sol mientras dejábamos atrás aquella urbanización y nos dirigíamos hacia la costa. Miré de reojo a Leah solo un segundo, quedándome esa imagen para mí, la de ella con los ojos cerrados, cantando bajito, con el sol del mediodía acariciándole las pesta?as, la punta de la nariz y la sonrisa. Y recordé una de las primeras cosas que Douglas me ense?ó cuando era joven: que la luz era el color, que sin ella no había nada.

Paramos para comprar unos sándwiches y terminamos en una playa.

No había nadie, solo algunos surfistas a lo lejos. Saqué una toalla grande del maletero y la extendí sobre la arena. Leah se tumbó alzando los brazos en alto y yo reprimí las ganas de cubrirla con mi cuerpo y acariciarla por todas partes. Me senté a su lado y esperé hasta que se incorporó para darle su comida. Cuando se terminó el último bocado, se puso en pie, fue hasta la orilla y dejó que el agua le salpicase las piernas. Yo la observé absorto en cómo parecía encajar con el paisaje, en lo bonito de aquella estampa, en la paz que me calentaba el pecho al verla así, tan entera, tan feliz, tan ella.

Se lanzó hacia mí con una sonrisa cuando regresó y acabé tumbado en la toalla con los ojos entrecerrados por el reflejo del sol. Leah me besó en el cuello, en la línea de la mandíbula, en los párpados y en los labios. Dejó escapar un gemido suave y a mí se me puso dura. La apreté contra mi cuerpo.

—Eres mi persona favorita de este mundo.

Me eché a reír.

—Y tú la que acabará conmigo —susurré.

Con la punta de los dedos, Leah dibujó espirales sobre mi hombro descendiendo lentamente por el brazo. Me pidió que cerrase los ojos y que intentase adivinar las palabras que trazaba en mi piel. Respiré hondo cuando distinguí un ?te quiero?, ?amor?, ?submarino?. Me gustó que tuviese sentido para nosotros y para nadie más.

—Axel… ?Crees que…, crees que podrías dibujarme a mí?

Abrí los ojos y se me dispararon las pulsaciones.

—No lo sé. No, no podría.

Alice Kellen's Books