Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(97)
—Estoy tan jodidamente loco por ti…
—Bésame. —Hundió los dedos en mi pelo y tiró de mí con brusquedad hasta que nuestros labios chocaron.
Sabía a fresa. Volvía a saber a fresa.
Ella movió en círculos las caderas. Yo resoplé y apreté los dientes.
—Me pasaría la vida así, follándote y mirándote y besándote… — Gemí y la agarré del trasero para embestirla más hondo.
Leah me mordió la boca cuando le sujeté las mu?ecas sobre el lienzo y moví mis caderas contra las suyas, haciéndola mía, perdiéndome en ella, dándoselo todo.
—Joder, cari?o… Joder…
Ella se corrió. Arqueó la espalda, gimió en mi boca.
Cuando volvió a abrir los ojos, los tenía vidriosos.
Seguí embistiéndola. Más y más y más…
—Dime que me quieres —me rogó.
Pegué mi frente a la suya. Se me aceleró el corazón, palpitando fuerte y rápido, y le rocé los labios despacio, saboreándola lleno de tensión, a punto de explotar. Respiré hondo cuando ella me dio un beso en el corazón, en el centro del pecho, y luego perdí el control y exploté con un gemido ronco que acallé en su piel tibia.
La abracé. Silencio. Acerqué mi boca a su oreja.
—Todos vivimos en un submarino amarillo.
No me moví en lo que pareció una eternidad. Porque no podía.
Simplemente, no podía. Estaba aún dentro de ella, sobre su cuerpo, y solo era capaz de pensar en que aquello era perfecto, en que hay cosas a las que uno parece destinado y que tienen que ser. Respiré contra su cuello hasta que ella movió los brazos para rodearme y el roce de su piel me hizo abrir los ojos. Fruncí el ce?o y luego me aparté de ella. Me puse en pie. Y la miré, allí tumbada, aún sobre esa superficie que antes era blanca y que ahora estaba llena de color, de nosotros haciendo el amor, del rastro que había dejado su cuerpo junto al mío.
Contuve el aliento. Algo se agitó en mi pecho.
—?Qué ocurre? ?Qué estás mirando?
—La mejor obra de toda mi vida.
La cogí de las mu?ecas y la levanté.
Ahí estaba. Un cuadro. Mío. Suyo. Nuestro.
Leah me abrazó. Yo era incapaz de apartar la mirada de aquel remolino de color, de los trazos sin sentido, de nuestra historia hecha obra de arte.
Ese día entendí que no siempre hacía falta pensar para plasmar, que lo que para el resto del mundo serían garabatos para nosotros se convirtió en el lienzo más bonito del mundo.
Me agaché, lo cogí y fui al dormitorio.
—?Axel! ?Qué estás haciendo? —Leah me siguió.
Llevé la caja de herramientas, saqué clavos y tacos y un martillo. Diez minutos después, el cuadro ocupaba toda la pared que estaba encima de mi cama. Y supe que ahí iba a quedarse para siempre. Me volví hacia Leah, aún respirando agitado.
—Todavía no está seco —susurró ella.
—Ya se secará. Ven aquí, cari?o.
Se subió a la cama. Todavía estaba desnuda. La apreté contra mi cuerpo, piel con piel, corazón con corazón, y le di un beso suave, un beso lento en el que volqué todo…, todo lo que me llenaba el pecho en aquel instante.
102
AXEL
La vida es eso, lo impredecible.
Un día crees que te conoces bien a ti mismo y al siguiente te descubres mirándote al espejo y sorprendiéndote. Un día piensas que no puede pasarte nada… y ocurre. Un día estás convencido de que jamás te enamorarás de esa chica a la que has visto crecer en el jardín trasero de tu casa y terminas perdiendo la cabeza por ella como si llevases toda la vida esperándola para descubrir el significado de la palabra ?amor? en toda su magnitud. Un día te das cuenta de que has dejado de lado a ese hermano que siempre ha estado ahí, en las sombras, temiendo acercarse a ti y recibir un rechazo. Un día estás seguro de saber cómo reaccionará tu mejor amigo ante casi cualquier situación y… te equivocas.
103
LEAH
Llevaba varias noches sin poder dormir, desde que Oliver volvió el domingo y me fui a casa sabiendo que a finales de aquella semana Axel hablaría con él y se lo explicaría todo. Una parte de mí quería anticipar ese momento, como quitar una tirita de un tirón rápido. Y por otra parte tenía miedo y la incertidumbre me estaba ahogando.
Miré el vestido que había dejado sobre la silla de mi escritorio y que iba a ponerme esa noche para ir a la cena en casa de Justin y Emily. Era negro y discreto, pero me hacía verme sexi, aunque quizá tuviese más que ver con cómo me sentía cuando las manos de Axel me tocaban que con la prenda de ropa en sí.
Me levanté de la cama justo cuando Oliver entró en mi habitación.
—Voy a ir a Cavvanbah a tomar algo con unos amigos. —Se metió la camisa estampada por dentro de los pantalones—. ?Paso a recogerte o nos vemos ya en casa de los Nguyen?