Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(72)



Aparté la mirada y me detuve en los colores que dejábamos atrás: en el verde de las hojas de los árboles, en el gris borroso del asfalto y el trozo de cielo azul que se veía a través del espejo retrovisor. El mundo era demasiado bonito para no desear pintarlo.

—?En qué estás pensando? —Axel bajó el volumen de la radio.

—En nada. En los colores. En todo.

—Una respuesta un poco ambigua.

él se rio. A mí me encantaba el sonido de su risa.

No hablamos demasiado antes de llegar a Brisbane. La ciudad nos recibió con sus calles amplias y llenas de vegetación. Axel condujo hacia la universidad y yo empecé a notar una sensación rara en la tripa, porque me ponía nerviosa mirar todo aquello y pensar que, quizá, en medio a?o estaría allí, sola y lejos de todo lo que conocía y quería.

—?Estás preparada? —Ya había aparcado.

—No lo sé.

—Vamos, yo sé que sí. —Axel salió del coche, lo rodeó y abrió la puerta del copiloto. Me tendió la mano. Yo la acepté y tiró con suavidad—.

Mente abierta, Leah. Y piensa en todo lo que querías hacer antes, ?vale? Te debes eso a ti misma.

Lo seguí en silencio. Recorrimos el campus. A Axel le brillaron los ojos en cuanto empezó a recordar sus a?os de estudiante en aquel lugar. Me ense?ó el sitio en el que solía sentarse con sus compa?eros a almorzar dentro de la cafetería, el trozo de césped bajo un árbol al que se escapaba a leer un rato con un cigarrillo entre los labios cuando se saltaba alguna que otra clase; me contó anécdotas curiosas de los profesores que le tocaron y cosas que le ocurrieron en aquel recinto lleno de historias.

La gente con la que nos cruzábamos parecía tranquila y había muchos alumnos con material de dibujo entrando y saliendo de las aulas o recorriendo los pasillos. Tragué saliva recordando las veces que me había imaginado así mismo, aprendiendo allí, con ganas de comerme el mundo y plasmar y sentir y mostrar…

—?Estás bien, Leah?

Asentí.

—Vamos a comer algo.

Nos sentamos en una de las cafeterías y pedimos dos sándwiches vegetales y un par de refrescos. Comimos en silencio. Y no podía dejar de mirar a mi alrededor, empaparme de todo aquello, de las risas de la mesa de al lado, del chico que dibujaba ajeno a todo sentado en un rincón y con los auriculares puestos, de la independencia que parecía envolverlos.

—Me habría encantado estar aquí hace diez a?os —susurré—, y vivir esto contigo, compartirlo todo… ?Por qué la vida es tan injusta?

Axel sonrió ladeando la cabeza.

—Ni te imaginas lo ni?a que pareces ahora mismo.

—No hace falta que te burles, solo era un pensamiento.

Axel atrapó mi mu?eca por encima de la mesa y su pulgar trazó un par de círculos sobre mi piel. Sentí un escalofrío.

—No lo decía en ese sentido. ?Nunca has escuchado que en esta vida tenemos que mantener siempre despierto al ni?o que llevamos dentro? Pues no lo pierdas nunca, porque el día que lo hagas se habrá ido una parte de ti.

—Su mirada descendió hasta fijarse en nuestras manos unidas—. A mí también me habría gustado… compartir esto contigo. Aunque habría tenido sus partes malas, claro.

—?Cuáles?

—Serías la empollona del curso, la mejor. Yo habría intentado copiarte en algún examen después de faltar a clase durante un mes y probablemente tú me habrías mandado a la mierda.

Me reí. Moví los dedos y rocé los suyos. él solo respiró con más fuerza, pero no se apartó. Tenía la piel suave, las u?as cortas y masculinas.

—No es verdad. Te habría dejado copiar.

—Qué considerada. ?Y nada más? ?Habrías aceptado una cita?

Tenía un nudo en la garganta y no podía dejar de mirarlo.

—Depende de cuáles hubiesen sido tus intenciones.

—Sabes que todas malas, cari?o.

—Hay cosas malas que valen la pena.

Un músculo se tensó en su mandíbula y me soltó de golpe. Deslizó la mano por la mesa hasta volver a posarla sobre el respaldo de su silla.

Nos levantamos poco después y recogimos las bandejas de la comida.

Recorrimos un poco más el campus antes de ir a dar un paseo por South Bank. Caminamos por la orilla del río dejando atrás el Victoria Bridge y llegamos a GoMa, la galería de arte moderno y contemporáneo más grande de Australia. El pabellón estaba dise?ado para armonizar la naturaleza y la arquitectura aprovechando el enclave cerca del río, y el ambiente era espléndido.

No sé cuántas horas estuvimos allí dentro, pero se me pasaron volando.

Observé y admiré cada obra, fijándome en los colores, las texturas y los volúmenes, en cada nimio detalle. A ratos Axel desaparecía o lo encontraba sentado unas salas más allá, pensativo y paciente. No me metió prisa. Hasta que le dije que ya estaba bien por aquel día y que había llegado la hora de irnos.

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