Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(68)
—?Y papá? —Me terminé la tarta.
—Papá… hará lo que ella le diga.
—No lo entiendo.
—Axel, algún día lo harás. —Justin limpió con un trapo la barra y me quitó el plato vacío—. él la quiere. La adora. Cuando estás enamorado de alguien, eres capaz de hacer cosas por esa persona que sabes que no están bien o incluso ponerla por delante de tus propios deseos. Es difícil.
—?Por qué lo das por hecho?
—?El qué, exactamente?
—Que no me he enamorado nunca.
—Porque te conozco. Y no lo has hecho.
—?Qué co?o sabrás tú? He salido con un montón de chicas y…
—Y ninguna ha conseguido que dejes de mirar tu propio ombligo — me cortó—. Es diferente, Axel. Estar con alguien, el compromiso, pasar los momentos jodidos, ?qué sabes tú de eso? El matrimonio es complicado.
Muchas etapas, ya sabes. No es todo ese primer a?o en el que te enamoras y la vida parece perfecta.
—?Acaso tienes problemas con Emily?
—No, claro que no. —Dudó—. Bueno, los típicos. Poco tiempo a solas. Mucho estrés con los críos. Lo normal, supongo.
—Puedes dejármelos algún día si quieres.
—?Para que les dejes pintar paredes? —bromeó.
—Soy el tío guay, ?qué le vamos a hacer!
Justin se puso serio.
—Y, por cierto, deberías fijarte más en papá.
—?Fijarme en qué?
—?De verdad no te has dado cuenta? Papá lleva mucho tiempo intentando llamar tu atención. Cuando Douglas vivía…, bueno, él aceptó la situación y se hizo a un lado.
—?Aceptó qué situación?
—Que tú parecieses compenetrarte mejor con otra persona. Que tratases a Douglas como si fuese el padre que siempre habías deseado tener.
No era así. No exactamente. Sentí un escalofrío. Es que con Douglas sentía que me entendía solo con una mirada, que encajábamos bien.
—Yo nunca sustituiría a papá.
Mi hermano hizo una mueca y me dijo que tenía que irse a la cocina para preparar algunas cosas. Me quedé un minuto más allí, asimilando sus palabras, y luego salí hacia el coche. Repasé las costuras del volante con el dedo, pensando en la expresión de Justin, una que no había visto hasta entonces, pero al final me la quité de la cabeza cuando giré la llave y encendí el motor del coche.
Avancé despacio por las calles de Byron Bay y regresé a la heladería en la que había dejado a Leah un rato atrás. Seguía allí, sentada en una de las mesas de la terraza. Parecía concentrada en lo que le decía el chico que tenía al lado. Yo me quedé mirándola un minuto antes de tocar el claxon. Se volvió cuando lo hice por segunda vez y sonrió al verme. Una sonrisa inmensa, de esas que anta?o le llenaban la cara y que ahora me llenaban a mí el pecho de algún modo retorcido e incomprensible.
—?Te lo has pasado bien? —pregunté cuando entró en el coche.
—Sí, me pierde el helado de pistacho.
—Ve pensando qué quieres hacer este finde.
—Mmm, ?planes? Creo que lo de siempre. El mar por la ma?ana y luego una siesta; sí, eso estaría bien, nunca lo hacemos. Quiero pintar por la tarde con la música puesta, en la terraza, y relajarme antes del examen del lunes. ?Qué te parece?
Me parecía el puto plan más perfecto del mundo.
—Está bien. Pues eso haremos.
70
LEAH
Los reflejos del sol me cegaban y tuve que llevarme una mano a la frente para ver cómo Axel se movía entre las olas, deslizándose por ellas antes de dejarlas atrás y caer al agua. Salió unos segundos después y se quedó flotando boca arriba con los ojos cerrados. Lo observé. Y hacerlo me calentó el corazón. él, en medio del mar, bajo la luz tibia del amanecer.
Encajaba tan bien allí. Era como si todo hubiese sido creado para él; aquel lugar, la casa, la vegetación salvaje que rodeaba la playa…
Me acerqué nadando, aún sobre la tabla de surf.
—?Qué estás haciendo? —pregunté.
—Nada. Solo… no pensar.
—?Cómo se hace eso?
—Deja la tabla y ven aquí.
Me acerqué a Axel. Mucho. Más cerca de lo que habíamos estado aquella semana en la que él se había limitado a evitarme y yo a permitir que lo hiciese dejándole espacio. Gotitas de agua brillaban en sus pesta?as y en sus labios mojados y entreabiertos.
—Ahora túmbate, haz el muerto.
Obedecí y me quedé flotando delante de él. El cielo era de un azul intenso, sin nubes.
—Y piensa solo en lo que te rodea, en el mar, en mi voz, en el movimiento del agua… Cierra los ojos, Leah.
Lo hice. Y me sentí liviana, etérea.